Cuidar a la dama
Cuando revoleó en el aire el peón del rey para comenzar el juego, ya había decidido dejarse ganar
El que hace muchos años me contó esta historia, y créame Ferretti que no consigo recordar quién fue, se la atribuía a un reconocido y talentoso ajedrecista argentino de la década del 40. Nunca pude comprobarlo. Y, puesto que se trata de relatar uno de los actos de mayor crueldad que un ser humano pudiera imaginar, elegiré un nombre ficticio para nuestro campeón.
Ya consagrado, cuando no jugaba Ubaldo Bouchet, que así es como lo llamaremos, se ganaba la vida como viajante de comercio: recorría incansable los pueblos del interior y su existencia transcurría entre cuartos de hoteles pobres pero limpios y fondines de cocina honesta.
El final de una tarde de verano, lo sorprendió una tormenta en medio del camino y Bouchet, un provinciano cauteloso, no encontró mejor idea que entrar a un pueblo desconocido a procurar un lugar para pasar la noche.
Había un único hotel y estaba vacío.
- ¿Dónde puedo comer algo? – le preguntó al hotelero después de llenar la ficha de ingreso.
El hombre le propuso dos alternativas y un diálogo intrascendente al que Bouchet se prestó con mansedumbre. Se habría mostrado menos locuaz de haber imaginado cómo seguiría la historia.
- Usted me va a disculpar la curiosidad –sonrió misterioso el hotelero-, ¿pero el señor sabe jugar al ajedrez?
- No –respondió precavido-, apenas sé mover las piezas.
Repuesto de la decepción inicial, el hotelero volvió a la carga.
- ¿Sabe por qué le pregunto? –preguntó.
Bouchet permaneció callado, ahora sí dispuesto a no dar ningún paso en falso. Contó entonces el hotelero que, siendo él un adicto a los trebejos, ya no quedaban en el pueblo rivales dispuestos a enfrentarlo. Tres años atrás, con la mudanza del farmacéutico Barthé, uno de los pocos que "al menos" sabía cómo saltaba el caballo –dijo con una ligera soberbia que no pasó inadvertida para Bouchet-, el hotelero había tenido que abandonar la pasión de su vida.
A continuación le pidió, le rogó, le imploró para que a su retorno de la cena jugaran aunque sólo fuera una partida. De nada valieron las excusas que hilvanó para negarse: una a una fueron derribadas por la lógica entusiasta y menesterosa del hotelero.
Bouchet comió y regresó para terminar lo antes posible con esa pesadilla. Entró y casi chocó con el hotelero que acomodaba las últimas piezas sobre un enorme tablero de madera apoyado sobre el tapete verde de una mesa que había desplegado en el medio del hall. Con un ademán exageradamente cortés le indicó dónde debía sentarse.
Bouchet se sintió incómodo. Cuando revoleó en el aire el peón del rey para comenzar el juego, ya había decidido dejarse ganar.
Utilizó los primeros movimientos para medir el calibre del hotelero y tuvo que cometer errores groseros para llegar a un final con la desventaja de un alfil y dos peones. El hotelero le recomendó abandonar.
- Creo que tiene razón – dijo Bouchet y comenzó a incorporarse, todavía inseguro de haber concluido con la inocente farsa.
- ¿Sabe que usted tiene mucha idea? –dijo empalagoso el hotelero- Le falta práctica, es verdad, pero créame que podría ser un muy buen jugador.
- Déjese de macanas –lo cortó Bouchet impaciente.
- Le estoy hablando en serio. Juguemos la revancha, por favor.
La segunda inevitable partida fue aún más rápida que la primera y la superioridad del hotelero pareció quedar demostrada.
- Jugó casi sin pensar, señor...
- Bouchet –dijo Bouchet
-...Bouchet -dijo el hotelero que hasta parecía ofendido-; una pena...El ajedrez, usted sabe, sólo es divertido cuando es parejo. Así, ninguno disfrutó la partida. Pero creo que podemos solucionarlo.
Bouchet permanecía mudo. No quiso creer ni pudo impedir lo que siguió:
- ...Juguemos una última vez –propuso el hotelero-pero ahora yo le daré una torre de ventaja.
El tipo era un cretino. Pero Bouchet desenfundó más rápido:
- ¡Qué vivo! ¡Así, cualquiera! ¿Por quién me toma? ¡Pero, qué vivo!
- ¿Cómo qué vivo? Le estoy diciendo que yo voy a jugar con una pieza menos. Una torre, ¿entiende?
- Claro que entiendo. Va a jugar con una torre menos: ¡una pieza menos para cuidar!
- ¿Una pieza menos para cuidar? –ahora era el hotelero quien no podía creer lo que escuchaba.
- Hagamos así – propuso Bouchet tratando de aplacar una indignación que ya no tenía nada de simulada-: yo voy a jugar sin la dama y vamos a ver quién tiene razón.
La compasión amable con que había sobrellevado la imbecilidad del hotelero cedió paso al deseo de venganza. Y entonces alumbró la crueldad.
- Desde que llegué, usted me está tratando como si fuera un retardado –prosiguió
- Pero señor Bouchet...
-Señor Bouchet ¡las pelotas! Siéntese y juegue –ordenó mientras retiraba su dama del tablero con un movimiento teatral.
Lo que siguió fue un paseo gozoso entre los escaques, que sólo interrumpió Bouchet, cuando debió agacharse para recoger la dama entregada por anticipado, que había caído al suelo cuando comenzó la partida. Coronó el peón de la torre, colocó en su lugar la dama y dijo:
- Jaque...me parece que es mate.
A la mañana siguiente, sin decir palabra pagó la cuenta y abandonó el hotel.
Eso es todo, Ferretti.
Un abrazo grande de su amigo
Daniel
PD: No se chive, Ferretti. Estoy saliendo de vacaciones y no quiero dejarle problemas pendientes. Igual estése atento. Yo le conté esta historia sólo porque me gusta contarla. Pero no faltará algún papa frita que quiera encontrarle significados ocultos y hasta sacar alguna conclusión moralizante. No olvide que hay una dama en el medio, que se discute si es mejor jugar con o sin ella, que hay un oponente que en su fatuidad no ve un elefante a dos metros, que la soberbia y la crueldad sobrevuelan un relato que ni siquiera se sabe si es verdadero. ¡Aguante! Trataré de escribirle la semana próxima desde París.
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