Cuidados paliativos o eutanasia: dignidad o descarte
Hace unos días, un grupo de diputados presentó un proyecto para legalizar la eutanasia. Detrás de una serie de eufemismos como “buen morir” o “derecho a morir”, se propone legalizar el acto por el cual se provoca la muerte deliberada de una persona. Mientras tanto, el proyecto de ley de cuidados paliativos descansa, olvidado, en algún cajón de la Cámara de Diputados a donde llegó el 15 de octubre del año pasado con media sanción unánime del Senado.
¿Cuál es la diferencia fundamental entre uno y otra? Que los cuidados paliativos tienen como finalidad acompañar, aliviar y mejorar la calidad de vida de los pacientes terminales y de su entorno familiar, mientras que la eutanasia busca, a través de una intervención activa y letal, terminar con la vida del enfermo.
En los fundamentos del proyecto presentado, está explicado con claridad. En términos amplios, existen tres tipos de eutanasia:
- La indirecta, en la que el paciente no pide que lo maten, sino una atenuación del dolor. No se pretende un acortamiento de la vida, aunque eso podría llegar a suceder como consecuencia del tratamiento. La muerte sería una consecuencia probable pero no un objetivo buscado.
- La pasiva, que consiste en el pedido de la interrupción de tratamientos cuando éstos producen un sufrimiento excesivo, son desproporcionados a las perspectivas de mejoría o sólo prolongan un estado terminal e irreversible del paciente.
- Por último, existe la eutanasia activa en la que, a pedido de la persona, el médico lo priva de la vida administrándole un fármaco letal.
Ésta última, la eutanasia activa, es la que se pretende legalizar a través del proyecto presentado. En realidad, los otros dos tipos están contemplados en la legislación argentina, se encuentran regulados en la Ley 26.529 de Salud Pública y están íntimamente vinculados a los cuidados paliativos. Por eso volvemos a la pregunta del principio ¿por qué no darle curso a estos últimos en lugar de proponer una ley para matar pacientes terminales o personas que sufren?
La razón, está, como siempre, en la cosmovisión, los valores e ideas que sustentan cualquier proyecto de ley o política pública. En este caso tiene que ver particularmente con cómo se entiende a la persona humana: o se valora en su vida y dignidad, o se la trata como algo descartable o prescindible. En tanto que alguien no pueda valerse por sí mismo o no pueda expresarse o relacionarse en forma normal, tiene “derecho” a morir.
Algo parecido pasó con el aborto. El proyecto que fue transformado en ley el 29 de diciembre del año pasado, legalizó también, en forma simultánea el Programa 1000 Días. Sin embargo, este último no tuvo tanta suerte como el primero. Con más de 33.000 abortos ′garantizados′ a la fecha, la gran mayoría de las mujeres embarazadas no han podido acceder al subsidio que prevé la ley.
Si las políticas públicas se siguen diseñando a partir de esta estructura ideológica no podremos salir adelante. Los derechos humanos se fundamentan en la esencia humana. El derecho a la vida es el primero de ellos y no admite matices. No existen personas con más derecho a la vida que otras. Este derecho, a su vez, es el que da sentido y coherencia al resto. Si no hay derecho a la vida ¿por qué debería haber un derecho, por ejemplo, a la vivienda digna?
Leyes como la eutanasia o el aborto ponen condicionantes a este derecho fundamental en sus extremos más débiles. Hay niños por nacer que no tienen derecho a hacerlo, hay personas enfermas o imposibilitadas que deberían no estar entre nosotros.
Peor aún, en ambos casos, los que eligen la muerte tienen prioridad frente a los que optan por la vida. Los abortos se practican, pero el 1000 Días escasea. La ley de cuidados paliativos quedó olvidada y corre riesgo de perder estado parlamentario, mientras la eutanasia está en boca de todo el arco político. Pero esta decisión no es algo aislado que queda reducido a disminuir la cantidad de niños que nacen o de personas mayores o enfermas, sino que socava uno de los principios fundamentales que sostiene nuestra patria.
En la medida en que el derecho a la vida y la dignidad de la persona humana sean puestos entre paréntesis, ¿qué va a mover a una sociedad a querer progresar? Si cada vida humana no tiene un valor intrínseco ¿por qué preocuparnos en brindarle educación o seguridad?
Es urgente empezar a trabajar en sentido contrario: abandonar ideologías y agendas que nada tienen que ver con nuestra identidad nacional, volver a poner los pies sobre la tierra, mirar la realidad, hacernos cargo de los problemas, recuperar el sentido común y el respeto por la vida y la familia que durante años fueron nuestro norte. ¿Se puede? Sé que sí.
Médico, presidente de la Asociación Civil Concordia