Reseña: Odorama, de Federico Kukso
Un minucioso estudio rastrea los singulares vínculos que se establecen con los olores, de la Antigüedad a Napoléon, y de la magdalena de Proust a El perfume
Una de las novelas más conocidas del último medio siglo es El perfume (1985), del alemán Patrick Süskind, un autor que, fuera de ese éxito que se reedita de manera permanente, casi no volvió a publicar. La historia narra los crímenes de un perfumista obsesionado con fabricar una fragancia irresistible, pero, como señala Federico Kukso en su reciente libro Odorama, "los verdaderos protagonistas de este best seller internacional son los olores".
Odorama es una obra exhaustiva que se dedica a recorrer un tema sorprendente: "la historia cultural del olor". A lo largo de sus páginas se multiplican las referencias literarias y científicas sobre el tema. Su autor retrocede incluso hasta tiempos remotos para rastrear el aroma del big bang o imaginar el aliento de los dinosaurios.
De la Antigüedad, donde predominaron el incienso y la mirra, surgen otras consideraciones. En Egipto el perfume fue un elemento sagrado antes que cosmético. En las polis griegas la basura se acumulaba en las calles y generaba un hedor insoportable. Aristóteles parece haber sido el primero en preocuparse por el asunto del olor y se planteó, entre otros interrogantes, por qué el de la axila era más desagradable que el de cualquier otra parte del cuerpo. Los romanos, por su parte, se mostraron muy sensibles a la halitosis.
Kukso explica que aunque nuestras reacciones ante los olores –los que nos atraen y nos repelen– tienen una causa biológica, también responden a una profunda construcción cultural que los transforma en metáforas y símbolos. En ese sentido, examina cómo durante varios siglos el cristianismo asoció las fragancias dulces a la santidad, y la fetidez con la maldad y la depravación. Esta estigmatización del mal olor (en realidad una percepción subjetiva) ha persistido hasta el presente y estimuló el racismo. En su libro El olor del enemigo (2010), la historiadora Juliette Courmont demuestra que este prejuicio desempeñó un papel fundamental en el proceso de demonización del adversario.
En la Edad Media, algunos pensaban que la peste negra se transmitía a través del aliento. Nobles y burgueses creían que podían protegerse con pañuelos impregnados de sustancias aromáticas. Entre estas sustancias, las más favorecidas fueron las especias cuya demanda llevaría al descubrimiento de América. Allí los hediondos conquistadores españoles, que venían de un continente que le había declarado la guerra a la limpieza en general, se toparon con los mexicas, que se bañaban, barrían las calles de sus ciudades y quemaban la basura. De América emigrarían aromas como el del chocolate y el tabaco que, en íntima correspondencia con el sabor, conquistarían Europa.
Ni siquiera Luis XIV pudo librarse de enmascarar la falta de un buen aseo con torrentes de perfume. A fines de la década de 1670 tuvo para su uso exclusivo el primer cuarto de baño construido en Versalles, un palacio sin letrinas erigido sobre un pantano donde imperaban efluvios nauseabundos y todos hacían sus necesidades en cualquier lugar.
El agua de colonia, desarrollada en el siglo XVIII, recibió una entusiasta y duradera bienvenida. Quien le profesó la mayor veneración fue Napoleón: empleaba sesenta litros por mes.
"A partir de la Ilustración, el olfato se devaluó como fuente de conocimiento", sostiene Kukso en Odorama. Para Kant, cultivarlo o refinarlo no aportaba nada. Más adelante se produjo la cruzada de los higienistas, defensores del aire fresco, que empezaron a erradicar los hedores –aceptados por muchos siglos– en ciudades que eran verdaderos estercoleros. Al mismo tiempo se difundieron las virtudes del baño y del jabón.
La autora Ruth Winter, en su libro The Smell Book: Scents, Sex and Society (1976) advirtió en tiempos más recientes que la conciencia sobre nuestro cuerpo y el de los demás se nutre del incesante flujo de la publicidad; sus anuncios "nos dicen literalmente que apestamos" y que "nuestras bocas, nuestras axilas y nuestros genitales necesitan productos especiales para ser aceptados socialmente".
Odorama analiza diversos factores fisiológicos relacionados con el cuerpo humano al que se define como "una sinfonía desafinada de olores": la suma de todos constituye el documento de identidad aromático de cada individuo.
En la exposición de olores considerados ofensivos, hay un divertido y esclarecedor capítulo dedicado a las flatulencias. Benjamín Franklin opinaba que si no fuera por el olor desagradable que los acompaña, la gente no tendría problema en expulsar gases en público, de la misma manera que se suena la nariz.
Si el inglés Charles Dickens y el naturalista francés Émile Zola merecen por sus novelas el título de "cronistas olfativos de su época", al poeta Charles Baudelaire –por su soneto "Correspondencias"– le cabe con justicia el de "gourmet d’odeurs". Marcel Proust debe haber sido el primero en descubrir el increíble poder emocional de los olores para evocar momentos del pasado que habíamos olvidado, como refleja En busca del tiempo perdido y en especial la famosa escena de la magdalena. Sin embargo, filósofos como Descartes y Hegel, en coincidencia con Kant, subestimaron el sentido del olfato porque creían que carecía de todo valor científico. Sigmund Freud, por su parte, pensaba que debía ser marginado para permitir el progreso cultural.
Con mucho humor y mucha elegancia, Odorama brinda toda clase de datos curiosos e inagotables perspectivas sobre el tema: desde la posibilidad de recrear la fragancia del cabello de Cleopatra o una descripción del aroma de la Luna hasta la utilización de los olores en el marketing y su influencia en el rendimiento laboral o los intentos por recrear los olores de una película. El libro termina siendo un vasto ensayo multidisciplinario, fruto de una minuciosa investigación.
¿Es el olor una fuente de placer o de desagrado? No todo se limita a eso. Kukso plantea también una denuncia y subraya que la condena social del olor como supuesta marca del hombre civilizado en los últimos siglos promovió "una importante represión sensorial" que tiene como objetivo la "negación final de nuestros impulsos animales".
ODORAMA
Por Federico Kukso
Taurus. 429 páginas. $ 1399