Cuba renuncia al comunismo
La Constitución cubana ya no mencionará al comunismo. Cuando leí la noticia se me escapó una sonrisa: es fácil llamar "renuncia" al fracaso. Es como si Italia hubiera declarado que renunciaba al Mundial para el cual no había clasificado; si yo renunciara al gordo de una lotería que no gané. ¡Qué valor! Sería más honesto decir: queridos cubanos, durante sesenta años les impusimos sacrificios, privaciones y represiones evocando una tierra prometida llamada comunismo que ahora ya no buscamos. ¿Y saben por qué? Porque no hemos sido capaces, porque no existe, porque de existir, no se llega por nuestro camino. Después de todo, no pasaría nada: los cubanos lo saben desde hace bastante tiempo.
La sonrisa se me apagó en la boca recordando los gruñidos de mi padre, obrero y comunista: "¡Cuidado con burlarse de nuestros sueños, de los millones de hombres que en el comunismo creyeron!" Mejor tomar en serio el asunto, entonces. Mi opinión es que esos hombres, muchos de ellos buenísima gente, se equivocaron y que a menudo perseveraron en el error. ¿Por qué? Porque la fe nos da más consuelo que la razón, y el sueño es más lindo que la realidad. La razón, sin embargo, no debería permitir que el sueño de algunos se vuelva pesadilla para los demás; que nuestra fe coaccione aquellos que no la comparten. En nombre de la fe comunista, el régimen cubano hizo ambas cosas; y sigue haciéndolas.
Fidel Castro persiguió al comunismo como el Quijote los ideales caballerescos. Lástima que no fuera un hidalgo noble, tierno y atolondrado, sino un despiadado redentor decidido a todo para imponer su fe a todos. ¿La realidad le ponía obstáculos? ¡Muerte a la realidad! ¿Los hechos lo contradecían? ¡Basta ya de hechos! ¿Alguien objetaba? ¡Contrarrevolucionario! ¡Paredón! Su Sancho Panza fue el hermano Raúl; no precisamente un escudero sabio y bondadoso, más bien un militar frío y cruel que recibió en dote la isla que Sancho nunca logró tener.
En los años 60, Fidel se había convencido de poder construir el socialismo y el comunismo al mismo tiempo; total, construir el comunismo era cuestión moral, decía. ¿La receta? Trabajo, disciplina, sacrificio, sangre, heroísmo, martirio. Herejía, suspiraban los aliados socialistas: ¡es un fanático nacionalista, un pequeño burgués idealista! Le fue mal: sembrados vientos, recogió tempestades; sus planes de desarrollo produjeron pobreza, sus apóstoles armados fracasaron en convertir América Latina; de comunismo, ni huella. Un desastre. Así, en los años 70 inclinó la cabeza: está bien, me limitaré a construir el socialismo inspirandome en vuestro ejemplo, le prometió a los soviéticos. Durante quince años vivió de la limosna de Moscú: una limosna enorme. Pero no abandonó el sueño comunista. Su ideal era siempre el mismo: la humanidad está corrompida, el pecado es la civilización capitalista y liberal, él mataría a los pecadores con la espada y con la cruz de la fe conduciría al pueblo a la tierra prometida. A esa fe, él la llamaba comunismo. Ahora le tocaba al Tercer Mundo. Se vio así a la pequeña Cuba armarse hasta los dientes para evangelizar a africanos y asiáticos. En cierto momento, había soldados cubanos en doce países, desde Angola hasta Siria, de Etiopía a Argelia, de Yemen a Guinea.
¿Le fue mejor? ¡Qué va! El comunismo era más elusivo que el ave fénix. En la década de los 80, los comunistas etíopes, sus predilectos, causaron una de las peores hambrunas de que se tenga memoria; los angoleños, sus devotas criaturas, eran corruptos hasta la médula y cambiaron de casaca tan pronto las tropas cubanas abandonaron el país. Le quedó Kim Il Sung: le fascinaba la disciplina que había logrado imponer a sus súbditos. Cuánta sangre vertida por nada; por nada como por la fe se muere y se mata. ¿Después de tantos fracasos, se dio por vencido Fidel? ¿Renunció al comunismo? ¿Reconoció haber construido en su nombre un escenario de cartón, colapsado junto con la ayuda soviética? ¿Se resignó al ver que se extendían el hambre y la prostitución, que las escuelas y los hospitales, sus joyas, se derrumbaban? Para nada: entre la fe y la realidad, que viva la fe. Construiremos el comunismo, dijo antes de fusilar al general Ochoa y otros oficiales, cansados de sus guerras y de sus molinos de viento. El viejo está loco y megalómano, decían; les cerró la boca: traidores, infieles, heréticos.
Loco no sabría, pero megalómano, Fidel lo era bastante: su idea de comunismo era el Reino de Dios en la tierra, ni más ni menos. Lo decía sin vacilar: la Revolución era la divisoria entre las tinieblas y la luz; y su venida era una réplica de la venida de Cristo. Ambos redimían, purificaban, salvaban. Lo repetía sin cesar: "servimos un destino", era hombre de la providencia; y si al principio el pueblo elegido era el cubano, pronto fue la "humanidad". El Cristo que Fidel se creó a su medida había sido "el primer anticapitalista"; los antiguos cristianos "los primeros comunistas". El paralelo surgía espontáneo: Fidel era el nuevo Cristo, Cuba la nueva Jerusalén, el partido la nueva iglesia, los cubanos los "hombres nuevos" sin pecado, el comunismo era il cristianismo de los modernos. No tenía porque ocultarlo: "la Revolución es nuestra religión", decía; y "yo soy el sacerdote de la causa". No sorprende que incluso Juan Pablo II lo encontrara "éticamente cristiano", que reconociera en él las raíces cristianas de su formación jesuita y raigambre hispana.
Si es así, la desaparición del comunismo de la Constitución cubana es más importante de lo que parece. Es cierto, es pura cosmesis, ya que no cambia nada; más: suena a admisión del rotundo fracaso de toda la historia revolucionaria: la Revolución buscaba el comunismo, no lo encontró; amén. Pero significa mucho más que eso: le guste o menos, el régimen reconoce lo que hasta ahora se negaba a reconocer, aunque fuera claro; que su orden no puede fundarse en la fe como lo hizo en tiempos de Fidel y que los cubanos no son una comunidad homogénea de fieles. Cuba se quedó sin religión de la revolución y el régimen tendrá que encontrar una nueva fuente de legitimidad del poder; la buscará en el desarrollo "a la china", pero tendrà que "secularizarse". Por la puerta así entreabierta, la fe irá cediendo el paso a la política, la unanimidad a cierta pluralidad; pasó muchas veces, va a pasar en Cuba también, aunque no sepamos cuando ni como. Suele ser así: la secularización es el primer paso hacia la democracia.