Cuba, el país que incomoda a la región
La visita del papa Francisco a La Habana, que comenzó ayer, es una buena ocasión para examinar el papel de América Latina en una Cuba con tres transformaciones en marcha: su modelo de acumulación que busca abrirse al mundo; su relación con Estados Unidos, que busca el diálogo, y su política exterior que busca diversificarse. Tres cambios que América Latina no termina de procesar.
La región jugó un papel central en acercar a Cuba al hemisferio. Fue la Venezuela de Hugo Chávez la primera en comprometer a Cuba a través del ALBA. Luego vino el acuerdo con el Caribe y la incorporación de Cuba al Grupo Río. Más tarde, la presión de América Latina hizo que la OEA levantara la suspensión que excluía a Cuba desde 1962. La isla fue luego invitada a sumarse a la Celac, que organizó su segunda cumbre en La Habana en 2014. Por último, la región presionó para que Cuba estuviera presente en la Cumbre de las Américas realizada este año en Panamá.
Son logros importantes que América Latina no puede desaprovechar. Pero los Estados no hacen lo que quieren sino lo que pueden. Los dos gobiernos de la región más comprometidos con Cuba han sido Venezuela y Brasil, que hoy exhiben restricciones domésticas, económicas y políticas para liderar algo en Cuba. México, histórico puente entre Cuba y Estados Unidos, tiene un perfil ideológico que lo inhibe políticamente pero lo incentiva en su relación comercial con Cuba.
Queda la opción multilateral. En este contexto, lo primero que debería hacer América Latina es evitar hablar de transición, en parte porque la región no tiene una idea compartida de democracia para proponerle a Cuba, y en parte porque a Cuba no le entusiasma mucho el modelo de transición de sus vecinos. Prefiere mirar al sudeste asiático y su particular configuración de economías abiertas y regímenes políticos cerrados.
En segundo lugar, América Latina debería hablar de desarrollo económico y modernización. La clave reside en proponerle a Cuba espacios de cooperación para impulsar las transformaciones económicas que el propio gobierno está llevando adelante. Así, la región podría utilizar, por un lado, la Celac como espacio diplomático y, por otro, el CAF-Banco de Desarrollo de América Latina y la Cepal, el primero para transferir recursos; la segunda para pensar políticas que ayuden a Cuba a implementar sus reformas.
Como sea, los países de la región deberían abandonar -algunos ya lo han hecho- su visión romántica de Cuba, tan inconsistente como epidérmica, y preguntarse qué diferencia pueden hacer para que los caminos de la región y de Cuba se crucen cada vez más.