Cuatro futuros posibles para la Argentina que viene
La construcción de un porvenir político para la Argentina en 2023 empieza a tomar forma en 2021, a partir de los resultados de las elecciones de mitad de término
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En El arte de prever el futuro político, Bertrand de Jouvenel definió el “futurible” como “un descendiente del presente que comporta una genealogía… es un futurum que se presenta a la inteligencia como un descendiente posible del estado presente”. Así, pues, conociendo bien el presente y su nexo con la evolución de hechos pasados es lícito intentar proyectar escenarios futuros. Sumergirse en el presente, mirando al mismo tiempo hacia atrás y hacia adelante. En otro de sus libros, Arte de la conjetura, el pensador francés incluye un capítulo titulado “Sobre la naturaleza del futuro”. Allí sostiene que el pasado no solo es el ámbito de hechos y circunstancias sobre los cuales ya no tenemos dominio, más o menos conocibles a partir del rigor de la investigación histórica, sino también de hechos que son inmodificables. En cambio, respecto del futuro, que no está escrito en piedra, el ser humano es un agente activo en un campo de libertad y poder. El futuro está abierto y es incierto, pero esa incertidumbre nos da la libertad de conceptualizar aquello que todavía no existe. Pero, además, el futuro es el único ámbito donde podemos ejercer poder para orientar el rumbo presente a un “futurible” deseable.
No hay duda de que la construcción de un futuro político posible para la Argentina en 2023 empieza a tomar forma en 2021, a partir de los resultados de las elecciones de mitad de término. Pero cuidado con dejarse llevar por la tradición fatalista, idiosincrática entre los argentinos, que tiende a conceptualizar el futuro posible también como único e inexorable. El “futurible” de la república con desarrollo inclusivo es imaginable y deseable. Pero hay que transformarlo en realidad actuando en consecuencia desde el presente. Si la Argentina quiere reencontrarse con un proyecto que libere su potencial y revierta su declinación secular, hace falta una masa crítica que, a partir de la política, movilice a la sociedad a cambiar el rumbo en curso. Hay algunas señales positivas en la construcción de ese futuro posible: las movilizaciones masivas en torno a consignas institucionales republicanas, la acción de la prensa independiente, algunos frenos a los avances institucionales del oficialismo por parte de la Justicia y en Diputados, la unidad de la oposición en torno a la defensa de la república, y el surgimiento de nuevos liderazgos comprometidos con los valores republicanos. Todo asistido en el debate de ideas (que algunos definen como “batalla cultural”) por la presencia firme y comprometida de muchos periodistas, dirigentes sociales y de la cultura, ONG, intelectuales, científicos y académicos que se han jugado por la república. Pero hay que avanzar en el contenido y en los medios que hagan operativa una agenda de consensos básicos que viabilice la transformación estructural que requiere el país, asegurando su continuidad en la alternancia del poder. Reformas que a partir de una reinserción estratégica en el orden mundial reencuentren al país con una estructura de gasto público financiable, con un nuevo pacto fiscal, con la inversión reproductiva, la creación de empleo privado, y con una estrategia que incentive el valor agregado exportable. No es fácil operar un entramado de derechos adquiridos y privilegios anquilosados sin mayorías legislativas en un país con sesgos recurrentes a acordar lo “políticamente correcto”, con independencia de las consecuencias económicas y sociales futuras. Hay que “republicanizar” la democracia y desarrollar la república. Destaco el último párrafo, porque una Argentina democrática y republicana, donde no sean posibles las reformas estructurales es otro “futurible” imaginable, con espasmos reactivadores y explosiones cíclicas de las cuentas públicas y de las cuentas externas. En esa Argentina se prolongarán males económicos crónicos que coexisten con las lacras sociales de la pobreza y la exclusión. Es un escenario no deseable, pero también posible. La democracia representativa y republicana que supimos conseguir, convalidada y ratificada por la reforma del 94, todavía está en deuda con el desarrollo económico y social. Esto debe ser un llamado de alerta para toda la dirigencia política, y en especial para aquella que profesa valores republicanos.
Porque tampoco se puede descartar en una inercia de decadencia sistemática y crisis cíclicas otro futuro posible que proyecte una versión remozada del “que se vayan todos”. Puede que allí converjan los hartazgos variopintos por el uso político sesgado de los derechos humanos, la victimización de los victimarios, la connivencia entre inseguridad, droga y mala política, el nexo entre corrupción e impunidad, y los índices de pobreza, con las visiones resignadas sobre la incapacidad de la democracia de llevar adelante las reformas que destraben el crecimiento. Un futuro posible de autocracia política y desarrollo económico en alguna de las variantes del capitalismo que exhibe resultados económicos. Uno podría conceptualizar el “futurible” como una dictadura de derecha con una economía de mercado a la usanza moderna. Pero la posmodernidad ofrece un menú de tenedor libre a las opciones autocráticas. Y no deja de ser llamativa la seducción que ofrece el modelo chino (y en escala modular el vietnamita) a muchos admiradores –por derecha y por izquierda–, que destacan los innegables logros de esas economías en las últimas décadas.
En el oficialismo, donde un núcleo duro asume un futuro con guion determinista (aunque se trate también de otro “futurible”), todos los esfuerzos presentes están encaminados a vacunar y a estimular el consumo doméstico como se pueda para enfrentar las elecciones de mitad de término. Un escollo a superar para imponer la agenda que anticipan los realineamientos internacionales: ampliación de la Corte, reforma de la Justicia, reforma de la Constitución, reelección indefinida. Camino a la convalidación de una democracia plebiscitaria con sesgo autocrático, y a la profundización del modelo económico cerrado, orientado al mercado doméstico, con fuerte injerencia estatal, dependiente del consumo interno y exportador de saldos. Una combinación de autocracia política con resabios de la estrategia de sustitución de importaciones asociada a un capitalismo corporativo con amigos y mercados cautivos. Lo que para muchos es un modelo fallido, responsable del estancamiento y de la declinación sistemática de la economía argentina, para los populistas sigue siendo un proyecto inacabado, perturbado en sus logros por las cíclicas irrupciones de políticas “neoliberales” de apertura y destrucción del entramado productivo nacional y popular. Si, como en el presente, la economía está parada o declina, el pobrismo corporativo profundiza la reasignación de los derechos de propiedad, el empleo público, la dádiva de planes sociales clientelares y los nichos de oportunidades de negocios que tienen hijos y entenados.
De los futuros posibles conceptualizados, en tres de ellos hay riesgos de derivas autoritarias. El oficialismo ha demostrado que el “vamos por todo” sigue vigente y avanza. Las distintas expresiones del republicanismo tienen que mancomunar esfuerzo y estrategia para destrabar la economía estancada, inflacionaria y pauperizada que heredarán si ganan en 2023. Hay que dialogar y acordar cómo instrumentar una agenda de estabilidad macroeconómica y crecimiento sustentable que tenga continuidad. Sin esa agenda la república volverá a sufrir embates populistas por izquierda o por derecha, con final incierto, y con seguro menoscabo de sus instituciones.
Doctor en Economía y en Derecho