Cuarentena y depresión: la consecuencia menos deseada
Una de los efectos de la pandemia es el modo en que ha afectado el propósito de vida que hasta ese momento muchos llevaban adelante.
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Tener un propósito en la vida y estar llevándolo adelante, aunque sea con cierta dificultad, es una de las más importantes condiciones para mantener un estado de ánimo positivo. Una de las consecuencias de la situación pandemia-cuarentena es el modo en que ha afectado el propósito de vida que hasta ese momento muchos llevaban adelante. Esto hace prever los efectos sobre la salud mental por la cuarentena y el modo como ha alterado la vida de los individuos. Deprimirse es una reacción habitual ante un revés, un fracaso o una pérdida. En general, después de un cierto tiempo se recupera el ánimo. Cuando la duración y/o la intensidad son desproporcionados, nos encontramos ante un estado que merece atención profesional.
Si nos asomamos a las depresiones que se producen por las situaciones desfavorables de la vida, vemos que suelen ser situaciones que afectan al propósito de vida del sujeto. Si, por el contrario, nos asomamos a la vida de quién está animoso y alegre, vemos que tiene un propósito en su vida y que, con más o menos dificultades, lo está pudiendo llevar adelante. Los reveses de la vida afectan al propósito que en ella tengamos de diferente manera. Un revés económico o la pérdida de un ser querido pueden hacer que un propósito fracase o pierda sentido.
¿Cómo surge el propósito de vida? Nace del encuentro entre la realidad cuyas exigencias hay que encarar y nuestro más profundo impulso vital, nuestro ser espiritual, que en adelante denominaremos simplemente “Yo”, y que responde con un plan, proyecto o propósito a esas exigencias de la realidad. Es nuestro personal plan estratégico de supervivencia. Es por eso que, en la medida que cada yo es único y distinto, los propósitos son diversos y propios de cada cual. Si así no fuera, ante similares circunstancias todos elaborarían el mismo propósito, cosa que no sucede.
Este impulso vital, o simplemente “Yo”, debe de elaborar ese propósito cuyo objetivo es superar las necesidades o inconvenientes de la existencia. Para ello adquiere pericias y conocimientos, desarrolla habilidades sociales y profesionales, sostiene un prestigio, y, además, se rodea de los afectos que siente que lo acompañan y dan sentido a su esfuerzo. Todo esto implica la creación de un “alter ego”, una suerte de yo instrumental, laboral, social… Desarrollamos una parte de nuestra personalidad que lleva adelante el propósito, que se fortalece ante los logros y que, a medida que se afirma, es fuente de satisfacción y seguridad.
Es frecuente que, cuando alguien va a visitar a otro en su lugar de trabajo, se asombra de encontrarse con “alguien distinto” (sos otro). Y tiene que ser así, por economía en la acción. Esta nueva personalidad nos brinda soluciones a las diferentes situaciones que, si así no fuera, deberíamos estar decidiendo de nuevo cada vez. Puede decirse que, por momentos, nos va llevando en andas. Y sucede algo singular. Solemos identificarnos con ese aspecto de nuestra personalidad, “somos” esa personalidad y vivimos desde ella hasta que sucede algo que, al afectar al propósito, también lo afecta a ella. Y sucede lo tremendo y catastrófico. Al estar identificados con ese aspecto nuestro, sentimos su fracaso como el fracaso de nuestra vida misma. Todo está perdido, no hay salida ni solución. La tristeza y la angustia inundan al individuo.
Todo parte de la confusión entre ese aspecto de la personalidad (que depende de la circunstancia) y el Yo que conserva toda su potencialidad. Como hemos vivido desde ella, no hemos tenido presente al Yo que lo sostenía. Por eso, al estar en crisis el propósito y los hábitos que lo llevaba adelante, sentimos que todo está perdido. Al estar identificados con la acción que desarrollábamos y ver que no se la puede llevar adelante, se siente como si lo que no se pudiera llevar adelante fuera la propia existencia.
Pero en realidad nuestro Yo está intacto, conserva toda su capacidad creativa, está en perfectas condiciones de elaborar un nuevo propósito y nuevas habilidades para llevarlo a cabo. Inevitablemente, luego de una necesaria adaptación, va a generar otro propósito que, esta vez, será más adecuado a las circunstancias en base a la experiencia adquirida. Será, con toda seguridad, mejor que el anterior. Entender esto es de enorme importancia para disminuir el sufrimiento de esta verdadera metamorfosis merced a la cual evolucionan los individuos y progresa la sociedad toda.
“Cuando me despidieron me sentí perdido, pero gracias a eso me puse por mi cuenta y me va bien y me siento dueño de mí mismo”. “Cuando me dejó mi novio sentí que la vida no tenía más sentido para mí, y después encontré el verdadero amor”. En realidad, no creo que haya nadie a quien no le haya ocurrido algo similar por lo menos alguna vez en su vida. El malestar es grande hasta que se encuentra el nuevo equilibrio. Es más, el malestar es la prueba de la lucha interior que se está desarrollando. El Yo no se rinde, no acepta la derrota, si así no fuera nos quedaríamos pasivos ante el obstáculo. La angustia es el síntoma de que, en algún lado, se está gestando la reacción, es el mejor indicio de la lucha de la vida por resolver la situación. Es más, a lo largo de la vida hemos ido resolviendo situaciones más o menos graves, pasando por mayores o menores momentos de angustia. La angustia moviliza de energías y recursos para afrontar la nueva situación.
En ocasiones, el estado de angustia y depresión puede adquirir cierta gravedad que requiere la intervención profesional. En tal caso, el paciente y los familiares deben de estar advertidos para aliviar el sufrimiento y evitar actuaciones perjudiciales. En la duda, no debe de vacilarse en efectuar la consulta.
En la medida en la que se sale de la angustia, van surgiendo las nuevas ideas. La capacidad creativa del Yo elabora posibilidades hasta entonces no consideradas. ¿Y si le hablo a…? ¿Y si retomo aquella actividad…? ¿Y si me pongo por Internet…? Ante la menor perspectiva, el entusiasmo reemplaza al desaliento. Lo único que se requiere es confianza en las potencialidades del Yo. Una larga experiencia profesional me ha mostrado que, en condiciones habituales, no hay situaciones sin salida. El Yo, que por su esencia creativa generó en su momento un propósito, una meta, un objetivo, un proyecto, conserva intacta esa capacidad, acrecentada ahora con la experiencia adquirida.
A veces la situación da lugar a un cambio de vida y se deja un ritmo frenético innecesario y se pasa a un ritmo de vida más adecuado y disfrutable. La pandemia-cuarentena ha afectado a los propósitos de vida de muchos, pero el espíritu está por encima de las circunstancias y conserva todas sus capacidades para elaborar un nuevo propósito. Si se logra ver al malestar como la manifestación de la lucha por resolver la situación, probablemente se alivie la angustia y aumente la esperanza.
El autor es especialista en psiquiatría