¿Cuántos analfabetos soporta la democracia? ¿Cuánta ignorancia soporta el mercado?
En la primera década de la recuperación democrática en diferentes países de América Latina, la reflexión del progresismo intelectual rondaba alrededor de la relación entre democracia liberal y derechos sociales. El tema expresaba las preocupaciones de un sector que abandonaba el dogmatismo antidemocrático de las izquierdas y reflexionaba sobre el valor de la libertad y los derechos individuales que este sistema prometía garantizar. El rigor del autoritarismo de las dictaduras, la mezquindad de los logros del “socialismo real” y su honestidad intelectual, los enfrentó a la necesidad de encontrar los puentes teóricos y doctrinarios que permitieran la coexistencia de la democracia liberal y las aspiraciones de equidad social.
Recuerdo la pregunta de Francisco Weffort: ¿cuánta desigualdad aguanta la democracia? Era un interrogante crucial en el marco de las reflexiones críticas de las previas opciones autoritarias, luego del horror de las dictaduras. ¿Cómo se podía conjugar la libertad democrática sin resignar la lucha por la igualdad? A este planteo, Bobbio, autor guía para quienes se iniciaban en la apreciación de la democracia, aportó una frase que intentaba suturar las conciencias: “Tanta igualdad como sea posible en el marco de la libertad”. En el campo educativo, las discusiones se tensaban al definir qué se entendía por democratizar la educación.
Se trataba de ampliar los beneficios de la escolarización de todos los niveles a sectores hasta ese momento excluidos, o era necesario modificar los contenidos y las prácticas de convivencia escolar. ¿Qué participación había que otorgar a otros actores de la sociedad, como la Iglesia o los gremios? Con el andar de los tiempos en democracia estas preguntas fueron poco retomadas. La democracia dejó de estar en duda y la realidad nos mostró que no eran sus reglas las que limitaban la capacidad de generar un país más igualitario. En los años 80 el porcentaje de la población en la pobreza era inferior al 10% y hoy llegamos a más del 40%, y no hay ningún indicio de que este incremento resulte de la implementación de la regla democrática. Al contrario, pareciera que es su defectuosa implementación la que entorpece el crecimiento del país. Hoy la realidad nos muestra que más que interrogar los límites del régimen democrático deberíamos reflexionar sobre nuestra dificultad para generar un proyecto económico y políticas que creen las condiciones necesarias para el desarrollo.
Hay datos de nuestra realidad que nos obligan a redefinir las preguntas del inicio de la democracia. Los datos provienen de una escuela que solo logra alfabetizar adecuadamente al 20% de sus alumnos y una economía que mantiene a más del 40% de la población por debajo de la línea de pobreza. Sobre la base de estos datos las preguntas son hoy: ¿cuántos pobres analfabetos soporta un sistema democrático? Y ¿cuánta ignorancia aguanta un modelo de crecimiento? Ulysses Guimaraes decía en 1987 que la alfabetización es la condición de la ciudadanía. Pareciera que hemos usado las reglas de la democracia para destruir su posibilidad de efectivización o, lo que me parece más plausible, para hacer de su funcionamiento una simulación.
En estos años entramos de lleno en una nueva era, la digital, porque su rasgo sobresaliente es la capacidad transformadora de esa tecnología. En este contexto es el conocimiento lo que marca la diferencia y posibilita el crecimiento de las economías. No existe hoy un modelo económico que pueda sostener el desarrollo de un país si su población no está educada. No se trata solo de saber leer, escribir y conocer la regla de tres simple. La demanda de educación hoy va mucho más lejos, incluye conocimientos de lógica matemática, principios de programación, desarrollo de habilidades de comunicación, de creatividad y autonomía que están muy lejos de lo que proporcionan nuestras escuelas.
Sobre la base de las asimetrías que existen en nuestro aparato productivo se siguen necesitando oficios propios de la tradicional producción industrial. Desempeñarse en alguno de ellos requiere poder comprender instrucciones de manejo y habilidades que no siempre poseen nuestros egresados de las escuelas técnicas. Para profundizar nuestras dificultades futuras pareciera que pocos o ninguno de los aspirantes a los cargos de poder son conscientes de la potencialidad negativa que tiene para nuestro futuro una población que habiendo sido incluida en la escolarización no ha sido alfabetizada. Tampoco se percibe que nuestras elites, de cualquier rubro, sean conocedoras del peligro que esto encierra y el grado de dificultad que deberemos enfrentar si queremos doblar la vara a favor de un país más libre e igualitario. En estos 40 años hemos trabajado todos para diluir los dilemas del inicio creando condiciones que neutralizan nuestras chances de ser libres e iguales.
Miembro del Club Político y de la Coalición por la Educación