Cuando Thoreau me dio una mano
Se han publicado muchas notas por los 200 años del nacimiento de Henry David Thoreau. He leído las que pude. Casi todas privilegiaban la defensa que este hombre hizo de la libertad de conciencia y su valentía para resistir aquellas normas que consideraba abusivas o injustas. No en vano escribió, luego de ser encarcelado por negarse a pagar un impuesto a un gobierno que sostenía la esclavitud, un ensayo que tituló Desobediencia civil. En ese texto encontraría Gandhi inspiración para llevar adelante su resistencia pacífica ante el Imperio Británico. Se cerraba así un círculo, porque antes Thoreau, como el resto de los trascendentalistas de Nueva Inglaterra, había abrevado en la literatura de la India, especialmente en el Bhagavad Ghita.
Estas notas me recordaron además una historia personal. Le debo a Thoreau el primer artículo que publiqué en un medio de tirada nacional. Por entonces, a mediados de los años 90, yo vivía de escribir textos institucionales y las revistas de dos cámaras empresarias. Había participado, durante un año, del intento de lanzar e imponer un diario para varios partidos de la zona norte del Gran Buenos Aires. Éramos una Redacción de unas diez personas llena de ganas e ideas, que producía doce o más páginas diarias y que pereció de inanición cuando se acabó la plata de los socios capitalistas, mientras esperábamos la llegada de los anunciantes.
Esa experiencia que empezó bien y terminó mal me convenció de que, si iba a vivir de lo que escribía, el periodismo era mejor alternativa que la comunicación institucional. De modo que pensé en ofrecer notas a los medios grandes. Pero, ¿de qué escribir? Busqué auxilio en las efemérides y me enteré de que estaban a punto de cumplirse 150 años del día en que Thoreau se había internado en los bosques de Walden con una urgencia: "Afrontar únicamente los hechos esenciales de la vida, y ver si podía aprender lo que ella había de enseñarme y no sucediera que, estando próximo a morir, descubriera que no había vivido".
Yo había leído Walden o la vida en los bosques. Me había deslumbrado con esa especie de poeta ermitaño que se maravillaba con la realidad concreta del mundo físico que lo rodeaba, pero que al mismo tiempo llevaba en sí la sed de infinito, el impulso de todos los místicos. Sin embargo, eso no me alcanzaba para escribir mucho. ¿Qué sabía de su vida más allá de Walden? Me interné entonces en la biblioteca Lincoln de la calle Florida, donde me entretuve durante algunas tardes con varios libros sobre su vida y su obra.
Así me enteré, por ejemplo, de que Thoreau rechazó su diploma en Harvard por rehusarse a "malgastar" los 5 dólares que pretendían cobrarle a cambio. Y que poco después, entre 1841 y 1843, vivió en el hogar de Emerson, que lo tomó como discípulo y casero. Además de cortar el pasto, el joven escritor se sumergía en los libros de la vasta biblioteca de su mentor. Fue Emerson quien creó las condiciones que hicieron posible el gesto con el que Thoreau marcó su vida: a falta de un mejor destino, cedió el terreno que acababa de comprar en Walden Pond a su amigo para que allí, a orillas del lago, éste construyera la cabaña en la que viviría durante dos años , dos meses y dos días.
En su imposible regreso a la naturaleza, Thoreau buscó confundirse con los elementos esenciales, en los que intuía una manifestación de la fuerza divina. Pero para "comulgar con el espíritu del universo" debía rechazar los falsos dioses que encandilaban a la sociedad de su época. "La mayor parte de los lujos y muchas de las comodidades de la vida no sólo no son indispensables -escribió-. Son, en cambio, impedimentos para la elevación de la especie humana."
Cuando reuní suficiente información, escribí cuatro carillas y las ofrecí en dos suplementos culturales donde conseguí contactos. No hubo eco en uno de ellos. Pero en La Prensa me dijeron que enviara el artículo. A los dos días me llamó Enriqueta Muñiz, la misma que de joven había ayudado a Rodolfo Walsh en su investigación para Operación Masacre. Era la jefa del suplemento y tenía una buena noticia: la nota se publicaba. A los pocos días, un domingo, salió impresa a página completa. Fue la primera nota de muchas. Mi gratitud a la gran Enriqueta Muñiz.
Más de veinte años después, Thoreau parece más necesario que nunca. Advirtió antes que nadie la deshumanización que traería aparejado el culto a la tecnología. Es, además, el gran rebelde que antepone los dictados de su conciencia al modelo de vida impuesto por su tiempo. Su mensaje de simplicidad llega intacto hasta el aturdido hombre de nuestros días. ¿Seremos capaces de escucharlo en medio del ruido?