Cuando se derrumbe el palacio
Cuando se derrumba el palacio de los poderosos, los humildes, que no habían participado de las horas de jolgorio, son los primeros en sentir caer sobre sus cabezas el peso de las piedras", dice Bertold Brecht en una de sus obras de teatro, El círculo de tiza caucasiano, y me temo que su pluma grafique muy bien un peligro de los próximos años. En realidad, si tomáramos al pie de la letra la alegoría de Brecht, seríamos un poco injustos con los años kirchneristas. En ellos, sobre todo en los primeros de la década de gobierno, las condiciones de vida de los sectores afectados por la pobreza -una parte sustancial de nuestros conciudadanos- mejoraron significativamente. Esto fue un producto de las políticas sociales que sintieron fuertes incrementos del gasto, por un lado, y de una recuperación económica que ensanchó el mercado de trabajo y permitió una reformalización parcial, pero también significativa, de ese mercado.
Todo esto es innegable, como también lo es que estas mejoras partieron de un piso dramáticamente bajo, en esencia mantuvieron la concentración del ingreso y habían comenzado antes del inicio de la gestión kirchnerista. Los pobres, por ende, no fueron meros convidados de piedra en las horas de jolgorio. Pero el peligro de que el derrumbe del palacio caiga otra vez sobre sus cabezas está en el horizonte. La caída política del kirchnerismo tal vez no alcance trazos catastróficos, pero todo indica que su gobierno marcha a una inexorable declinación. El derrumbe económico del "modelo" es por lo demás patente, aunque tampoco en este campo sabemos su magnitud ni su alcance. Así las cosas, nos encontramos frente a un escenario, muy probable, en el que se conjugarán dos procesos: una renovación de la clase política gobernante y un largo y complicado ajuste que el actual gobierno, calculando que tiene todavía casi dos años por delante, se resiste con uñas y dientes a llevar a cabo, más allá de algunas medidas perentorias (como las adoptadas recientemente por el Banco Central).
En ese escenario, es grande el peligro de que los ajustes a encarar por un futuro gobierno recaigan sobre los sectores más golpeados, y serán precisos arte político, innovación y hasta inventiva para conjurarlo. Las mejoras del kirchnerismo son frágiles; su vulnerabilidad proviene, en parte, de que se sustentan en una estructura fiscal que pide a gritos reformas de envergadura, y en parte, de las bajas capacidades estatales con que se formulan e implementan. Por otro lado, durante la renovación política, y una vez instalado el nuevo gobierno, las presiones fiscales serán formidables y los pobres no serán precisamente aquellos que tengan la voz más fuerte para reclamar. Aun en el caso de que los pobres (acompañados esta vez por el personal local que administra la ejecución de gran parte del gasto social) activen su potencial para la revuelta, la probabilidad de que sean el pato de la boda es alta. No cabe descartar, por fin, que los partidos gobernantes después de 2015 se dispongan a atender a las clientelas electorales que les son más próximas y encuentren dificultades para incorporar los problemas de los pobres en sus agendas.
Si realmente se desea dar una respuesta diferente y contundente a este grave peligro, será imprescindible comenzar desde ahora a identificar los nudos fiscales, del mercado laboral, políticos, que habrá que desatar, las alianzas que será necesario conformar y las capacidades estatales que se requerirán. Si no lo hacemos, la inercia nos llevará a un terreno tristemente conocido y deberemos hacer nuestras las palabras de Brecht.
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