Cuando
"Me iré cuando yo quiera."
(Del doctor Carlos Fayt, miembro de la Corte Suprema de Justicia.)
Aunque legítimo rasgo secundario de la independencia de carácter, el empecinamiento no suele compadecerse con la simpatía y la fineza en el trato. Si se advierten bostezos reprimidos en los dueños de casa, parece adecuado buscar la ocasión de despedirse y no porfiar en contar chistes. Cuando comienzan a acomodar las sillas sobre las mesas y uno de los del grupo dice: "Che, nos están echando", el otro, el que responde "Que se aguanten", obtiene, a los veinte segundos, una profunda mirada de odio asestada desde la barra por el mozo.
Ajena a cortesías, la expresión del doctor Fayt tiene, además, el inconveniente de ser críptica, pues remite el momento de indefectible mutis por el foro al arbitrio de una voluntad que no es y nos será ignota. Descontado -por falta de estilo- que haya querido decir "me iré cuando se me antoje", el resto de la interpretación reside en el reino de las nieblas. A lo mejor su intención fue decir "querré irme cuando deba irme"; a lo mejor hay que entender: "Querré irme cuando ya no pueda quedarme", dos variantes muy distintas y hasta contradictorias de la misma decisión de fondo.
Todo va a suceder, pero no sabemos cuándo, o sea -dicho en plata- que no sabemos nada. El cuando atropellado y quizás hasta una pizca arrogante del doctor Fayt se convierte así en un cuándo acentuado e inquisitivo que comienza a jugar con nosotros, como el gato existencialista y maula, también deshojador de margaritas a su manera: "Te como, no te como, te como, no te como..."
Una voz remota y dueña de todas las incertidumbres del mundo alza el tono y nos recita: "Me voy, me voy, pero me quedo". Cerca e impregnada de telurismo, otra voz tristona e irremediablemente esperanzada pregunta bajo el alero de la noche: ¿Cuándo, mi vida, cuándo?