Cuando Menem derrotó al aparato del PJ
El 10 de julio de 1988, Carlos Menem triunfaba en la interna del Partido Justicialista para elegir la fórmula presidencial en las elecciones de 1989. Era derrotado Antonio Cafiero, entonces gobernador de Buenos Aires, que menos de un año antes se había proyectado al plano político nacional al ganar las elecciones provinciales.
Menem triunfó contra la mayoría de los pronósticos. Se razonaba, por ese entonces, que el gobernador de la pequeña provincia de La Rioja, que tenía menos del 2 por ciento de los afiliados del justicialismo, nunca podría imponerse al gobernador de la provincia de Buenos Aires, donde se encontraba más del 40 por ciento del padrón partidario.
Los jóvenes renovadores
Además, se conjeturaba que el peronismo renovador, fundado por Cafiero en 1985 tras obtener más votos que Herminio Iglesias, que había logrado reunir a un grupo de dirigentes jóvenes con buena imagen entonces _como Carlos Grosso, José Luis Manzano, José Octavio Bordón y José Manuel de la Sota_ y que mostraba la imagen de un justicialismo moderno y transformado, no podía ser derrotado por una expresión populista "retrógrada" como la que representaba Carlos Menem. La alianza de Cafiero con los jóvenes renovadores se materializaba en la candidatura de De la Sota a la vicepresidencia, mientras que Menem llevaba como segundo al único intendente justicialista del Gran Buenos Aires que se había animado a jugarse por él, desafiando al gobernador Cafiero: Eduardo Duhalde.
Parecía entonces que, además del peso de las estructuras partidarias, Cafiero tenía a su favor la lógica política que exigía, tras la modernización del radicalismo llevada adelante por el alfonsinismo y la Coordinadora, que sucediera otro tanto con los renovadores dentro del justicialismo.
Pero en la noche de aquel domingo 10 de julio se registró un triunfo sorpresivo y categórico de la fórmula Menem-Duhalde. Votaron 1.600.000 afiliados al PJ, lo que representaba aproximadamente el 41 por ciento del padrón.
La ola nacional
Menem gana en la gran mayoría de las provincias, incluida la de Buenos Aires, en la cual obtiene 40.000 votos más que su adversario. A su vez Cafiero sólo gana en cinco provincias. Es decir que se trató de una "ola nacional" dentro del peronismo. El resultado fue la derrota del aparato partidario, porque una amplia mayoría de los gobernadores e intendentes del justicialismo, que se habían alineado con Cafiero (que tenía en sus manos la conducción partidaria), fueron derrotados en esta elección interna.
Fue un impacto político muy fuerte. El radicalismo creyó favorable el resultado: parecía más fácil competir por la presidencia contra un candidato con la imagen "populista y excéntrica" de Menem, que con un candidato "racional y moderno" como aparecía Cafiero.
Para el justicialismo fue un paso importante. En realidad, esta interna implicó su transformación de movimiento en partido. Hasta aquel momento, muchos dudaban de que tuviera la aptitud de elegir la fórmula presidencial y renovar el partido a través de una interna no conflictiva y sin violencia. En el plano de la política nacional, mostró la limitación que tenían las estructuras partidarias en cuanto a su capacidad de representar las aspiraciones e insatisfacciones de la sociedad.
En la evaluación de aquella victoria, hubiera sido difícil predecir lo que sucedió en los años siguientes y pensar que, una década más tarde, un tercer mandato consecutivo de Menem sería el centro de la discusión política en la Argentina.
El liderazgo partidario
Pero, más allá del debate sobre la reelección, lo que hoy parece indiscutible es que, diez años después de su surgimiento como nuevo líder del PJ, Menem ha logrado mantener intacto este liderazgo partidario. Con perspectiva histórica, ya puede decirse que en la segunda mitad del siglo XX, durante la cual el Partido Justicialista ha sido la fuerza política predominante, que ha ganado seis de las nueve elecciones presidenciales realizadas, el peronismo ha tenido dos líderes: Perón y Menem.
El justicialismo demostró, una década atrás, su capacidad para transformarse de movimiento en partido, con la interna que ganó Menem. Hacia adelante, el desafío de Menem será mostrar que, por primera vez en medio siglo, el peronismo puede realizar una sucesión presidencial no traumática. Y ésa es la asignatura pendiente de Menem como líder político.