Cuando los políticos eran curiosos y cultos
Hace poco se celebraron los 130 años de la creación de la Junta de Historia y Numismática Americana, predecesora de la Academia Nacional de la Historia. Si bien la entidad decidió, a principios de 1902, fijar como día de fundación el 4 de junio de 1893, fecha en que acuñó su primera medalla, venían realizándose desde tiempo atrás reuniones en la casa del general Bartolomé Mitre y de otras personas interesadas en ampliar sus conocimientos sobre la historia argentina o inclinadas hacia el coleccionismo de piezas raras y curiosas. Eran políticos, magistrados, funcionarios, escritores, periodistas y profesionales o empresarios amantes de la cultura.
No hay demasiadas referencias acerca de esas reuniones porque al parecer no tenían otro carácter que el de encuentros informales en los que era posible pasar momentos gratos durante los cuales, junto a los comentarios de actualidad política, se deslizaban recuerdos del ayer o se exhibían piezas notables mientras envolvía a los presentes el azulado humo de los cigarros o se escanciaba algún amigable licor.
Pero uno de los asistentes tuvo la constancia de anotar los detalles más notables de cada encuentro, y como era un político destacado y un consecuente cultor de la historia, sus reflexiones y comentarios, anotados en una especie de diario, son de singular interés. Se trataba del doctor Manuel Florencio Mantilla, correntino, de 38 años de edad, flamante senador nacional y protagonista de una carrera política brillante iniciada en plena juventud, a cuyos escritos he accedido gracias a la generosidad de su descendiente y mi amigo el doctor Diego Mantilla. Adolfo P. Carranza realizaba tertulias “político-literarias” en su morada los martes. El 28 de junio de 1892, asistieron, entre otros, el dueño de casa; su padre, del mismo nombre; el bibliófilo y erudito chileno José Toribio Medina; los doctores Adolfo Saldías, Ceferino Araujo y Guillermo Achával, Agustín Pardo, “oficial 1º del Ministerio de Relaciones Exteriores” y, naturalmente, Mantilla.
Aquella noche Saldías “charló a su gusto de todo”. “Con él pasan las horas sin necesidad de hablar y algunas veces sin poder hacerlo. Imita a Sarmiento, que es su numen”, anota Mantilla, quien recuerda que de pronto se produjo un contrapunto entre Saldías y Araujo acerca de la primera ocupación de las Malvinas por Gran Bretaña y de sus ulteriores consecuencias. En el intercambio de opiniones se destacó la clara inteligencia de Araujo, lo cual no era de extrañar pues era un eminente y reconocido jurista. Los asistentes pasaron luego a referirse al numen de la generación del 37, Esteban Echeverría, y las opiniones no fueron unánimes, “pero la mayoría le asignó un puesto de primera fila como pensador y político”.
Dos días atrás, Mitre había cumplido 71 años, y entre otros visitantes a su casa de la calle San Martín, se halló Mantilla, quien, como otras veces gozó de los comentarios del general sobre las joyas de su Biblioteca Americana y acerca de las piezas únicas que contenía su monetario. “Don Bartolo”, sobrenombre que no le agradaba pero del cual se había apropiado la mayoría, le dijo que abriera una cajita y tomara las medallas que quisiera, sin duda repetidas. Así lo hizo, y luego le pidió: “General, enséñeles el tesoro de la Confederación”, en alusión a las arcas vacías del gobierno nacional que había recibido después de Pavón. Mitre “buscó un cartón en que tiene pegadas la onza falsa y el cuarto cordobés falso” y lo mostró a los presentes.
Tal vez recordó entonces el duro ataque de Sarmiento cuando, al asumir la presidencia de la República, lo acusó a través de El Nacional, de haberle dejado por toda herencia “unos muebles fritos en grasa”, un coche de alquiler y una escolta impaga por varios meses. En aquella ocasión Mitre le contestó: “Todo el tesoro público consistía en una onza de oro falsa y dos monedas de plata de mala ley. Sobre esta base se organizaron la renta y el tesoro nacional, que ha dado lo bastante para reorganizar la República, hacer ferrocarriles y telégrafos, fundar escuelas y asegurar la victoria dentro y fuera; pero que no ha alcanzado para renovar las sillas y sofás de Pavón”.
La siguiente reunión de los amigos de la historia tuvo lugar pocos días después en la casa del doctor Nicanor González del Solar, y Saldías leyó un largo estudio sobre el Quijote, que mereció opiniones encontradas. Hubo un tercer encuentro el 8 de julio en el mismo lugar. Fue bastante más numeroso y asistieron Lucio V. Mansilla, los historiadores Ernesto Quesada y Carlos Urien, los escritores y poetas Rafael Obligado, Calixto Oyuela, Belisario J. Montero y Leopoldo Díaz, el ya citado Carranza, el periodista José María Miró (Julián Martel), famoso por su novela La Bolsa, publicada dos años atrás en los días ardientes de la especulación económica precursora de la Revolución del 90, y el también hombre de prensa Carlos Vega Belgrano. Mansilla copó la banca “y habló hasta por los codos”, lo cual no fue del agrado de los presentes, que se despacharon a gusto sobre la sugerencia del autor de la Excursión a los indios ranqueles de constituir “una asociación literaria con local propio, como club”.
La mayoría dudaba del éxito de la iniciativa, dados los antecedentes de empeños análogos que fracasaron. “Sospecho –decía Mantilla– que don Lucio busca por este medio un pequeño teatro y una pequeña plataforma, hoy que está de capa caída, y bien merecido, porque de todo ha abusado”. Se refería, sin duda, a su adhesión al caído presidente de la Nación Miguel Juárez Celman. El general solía no caer demasiado bien, a pesar –y tal vez a raíz de ello– de su llamativa vestimenta y de su afán por hablar con voz impostada y gestos altaneros. Para peor, aquella noche lanzó, entre otras afirmaciones, esta que sonó demasiado chocante: “Yo no admito más crítica que el elogio”. Al salir, Ernesto Quesada hizo una nada elogiosa afirmación: “Es una especie del árbol de manzanillo en nuestras reuniones”. Aludía a la especie más venenosa del mundo.
A varios les pareció que después de este estreno los encuentros irían decreciendo, y así ocurrió. En forma casi simultánea, Alejandro Rosa ofreció su hogar para que algunos de los entusiastas por la historia y las monedas y medallas se reunieran bajo la tutela de Mitre, quien, si no concurría a todas las citas, impulsaba decididamente tales actividades. En 1901, con motivo del 80º cumpleaños del autor de las historias de San Martín y de Belgrano, primer mandatario de la Nación reunificada, general de sus ejércitos y figura respetada por los argentinos más allá de sus diferentes ideas políticas, se desarrollaron importantes actos en cada lugar de la República. La Junta de Historia y Numismática había incorporado paulatinamente a varios de los partícipes de los encuentros de 1892. Uno de ellos, Mantilla, fue quien concibió la medalla que decidió acuñar la entidad en homenaje a su fundador, en la que se destaca esta justiciera inscripción en latín: “Escribió e hizo la historia de la República Argentina”.
Expresidente de la Academia Nacional de la Historia