Cuando la literatura se revela como una amistad
En el prólogo de La biblioteca de noche (Siglo Veintiuno), Alberto Manguel cuenta que esos templos de la lectura son en el fondo un gesto de optimismo: sabemos que el mundo no tiene demasiado sentido, y sin embargo no dejamos de acumular información en los libros (y de buscarla en ellos) en la esperanza fatalmente vana de conferirle al universo alguna clase de orden. Que lo diga el director de la Biblioteca Nacional, que vive rodeado de libros, no es poca cosa. El volumen es -como siempre en Manguel- de una belleza sobrecogedora, no sólo por la amabilidad del tono sino por el esplendor de las ideas, que en muchos pasajes exhiben una rara originalidad.
Manguel lee con nosotros y nosotros con él, mientras nos lleva por el laberinto de las bibliotecas procurando comprender cómo circulamos por ellas. En uno de los epígrafes que inaugura el volumen, cita al poeta otomano Latifi, que llamó a cada uno de los libros de su biblioteca "un verdadero y afectuoso amigo que disipa todas las preocupaciones". La literatura como amistad.