Cuando la historia se repite
Por Gerardo Ancarola Para LA NACION
En julio de 1973, en la Argentina el clima político y social era aciago. Se sucedían atentados mortales, secuestros, huelgas salvajes, tomas de empresas privadas y de reparticiones públicas, la intervención a las universidades nacionales con exoneración de profesores, etc. Porque desde el 25 de mayo, fecha en la que asumió como presidente de la República Héctor J. Cámpora, el país vivía en un peligrosísimo estado de semianarquía. Fue entonces cuando el entorno más íntimo de Juan Domingo Perón, que había llegado a Buenos Aires el 20 de junio, en el marco de lo que se denomina "la matanza de Ezeiza", preparó minuciosamente un golpe de Estado -que podría incorporarse a los tipos descriptos por Curzio Malaparte en su clásico ensayo sobre el tema- obligando, el día 13, al primer mandatario y a su vicepresidente, Vicente Solano Lima, a renunciar. A su vez, el presidente del Senado, Alejandro Díaz Bialet, a quien por la ley de acefalía le correspondía la sucesión provisoria, fue eyectado de su banca y enviado a una supuesta comisión oficial al exterior, aterrizando en España. Ocupó entonces el sillón de Rivadavia Raúl Lastiri, a la sazón, presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, y que tenía como único antecedente político, nada menos, que ser el yerno de José López Rega, ministro de Bienestar Social, y la figura de mayor peso en el círculo áulico del caudillo justicialista.
Luego, vino la depuración de los grupos más radicalizados del peronismo y de la guerrilla, que ocupaban cargos públicos y, dos meses más tarde, se aceitaron los mecanismos electorales para elegir la fórmula "Perón-Perón", que el 12 de octubre asumiría el poder.
Días pasados, en el seno del mismo movimiento político, pero teniendo como escenario la provincia de Santa Cruz, se acaba de utilizar un método parecido: en medio de un clima social muy caldeado -con conflictos gremiales y violencias callejeras- que el gobernador Carlos Sancho no supo controlar, desde la Casa Rosada se diseñó un plan que consistió en exigir la dimisión del mandatario provincial; reincorporar en la Legislatura a un diputado en uso de licencia, Daniel Peralta, y elegirlo vicepresidente primero del cuerpo. Luego, disciplinadamente, se votó una forzada renuncia de la presidenta de ese cuerpo, Judith Portsman, y así Peralta quedó habilitado para que, el viernes 11, pudiera jurar como gobernador. Otra partida de ajedrez institucional, formalmente impecable.
Entre uno y otro episodio han pasado 34 años. Han cambiado los protagonistas, pero la metodología fue casi la misma. Tenía pues razón Borges, los peronistas son "incorregibles". Pero también la tuvo Marx, cuando en su famoso ensayo sobre el "18 Brumario", reflexionaba que la historia suele repetirse: "A veces como tragedia, y otras veces como farsa".