Cuando el Estado avanza
Como si la experiencia histórica no fuera válida, los gobiernos tienden a recorrer la senda trazada en el pasado. Y buena parte de la sociedad los acompaña. ¿Por qué la dirigencia y mucha gente tiende a caer en errores ya cometidos? El estatismo, obviamente, se explica en buena parte en la búsqueda de mayor poder por parte de muchos políticos.
En La riqueza de las naciones (1776), Adam Smith revela su desconfianza respecto a los políticos que pretenden dictar normas en favor del bienestar general. Y, remarca la importancia de las acciones humanas que en su vida cotidiana generan comportamientos sociales favorables al desarrollo.
Pero, también hay otra explicación, la ligada con la historia; con creencias arraigadas.
En El hombre y sus símbolos, Carl Jung escribe: “A semejanza de los instintos, los modelos de pensamiento colectivo de la mente humana son innatos y hereditarios.” A su vez, José Ortega y Gasset señala que nuestro comportamiento depende de nuestras creencias y estas apenas son objeto de nuestro pensamiento consciente. “Las creencias -afirma- constituyen la base de nuestra vida, el terreno sobre que acontece. Porque ellas nos ponen delante lo que para nosotros es la realidad misma. Toda nuestra conducta, incluso la intelectual, depende de cuál sea el sistema de nuestras creencias auténticas. No solemos tener conciencia expresa de ellas, no las pensamos, sino que actúan latentes, como implicaciones de cuanto expresamente hacemos o pensamos.”
A través de entes públicos, por años, el Estado ha demostrado su ineptitud como administrador y su capacidad para desalentar la participación de capitales privados en la economía. Y además ha revelado su avidez de mayor poder como consocio, al incentivar pujas intestinas mediante su participación en sociedades privadas. Sin embargo, se insiste en andar por esta senda.
En los últimos meses, se advierte que el proclamado “Estado presente” tiende disfrazar un progresivo avance estatal sobre las actividades humanas. Pese a que mucha gente y varios políticos, dentro del oficialismo, crean honestamente que el intervencionismo es el mejor camino para el desarrollo.
Es imposible saber cómo funcionan las mentes de estas personas, pero de lo que estamos seguros es que por ahí nada bueno se alcanza. La cuestión es preocupante y con razón. Porque el intervencionismo creciente en el quehacer privado es la vía para acercarnos al totalitarismo. Es decir, a un régimen cuyos aspectos de la vida política y/o privada de la sociedad son regulados dentro de la autoridad del Estado.
Desde la presidencia de Raúl Alfonsín, y en forma creciente, se habla mucho más de democracia que de república. No es casual que gobiernos elegidos por el voto hayan caído en excesos, y por ende, despreciado la forma republicana. Con acierto, Friedrich von Hayek advierte: “No es el origen del poder lo que garantiza que éste caiga en arbitrariedad, sino las limitaciones que se le señalen para librarlo de todo cariz dictatorial”. Acá está el nudo de la cuestión.
El gravísimo riesgo que asume nuestro país es que las instituciones de la república y la democracia queden sujetas a liderazgos políticos, con un Congreso y un Poder Judicial que sean apenas un anexo del Ejecutivo.
Ejemplos hay muchos. Vamos a los más recientes. El Gobierno ha dispuesto no renovar los contratos de las concesiones de transporte ferroviario de cargas (FerroExpreso Pampeano; Nuevo Central Argentino y Ferrosur Roca). Al momento de vencer, volverán a la esfera del Estado. Además, ha decidido traspasar la concesión del dragado y balizamiento de la Hidrovía (Río Paraná-Río de la Plata) a la Administración General de Puertos S.E. por un plazo de 12 meses, frente a su vencimiento, con el consorcio integrado por una compañía belga y la empresa argentina Emepa. Pese a las creencias arraigadas, el país no puede arriesgarse en una nueva aventura estatal. Se trata de un puntal del comercio global. No es razonable dejar de lado las empresas especializadas, escogidas bajo una rigurosa y transparente licitación.
El intervencionismo avanza, muchas veces bajo la forma de Estado asistencial, y es menester que las fuerzas vivas se aboquen a impedirlo, en defensa de las instituciones republicanas, de la libertad individual y de la iniciativa privada. Juan Pablo II señala: “Al intervenir directamente y quitar responsabilidad a la sociedad, el Estado asistencial provoca la pérdida de energías humanas y el aumento exagerado de los aparatos públicos, dominados por las lógicas burocráticas más que por la preocupación de servir a los usuarios, con enorme crecimiento de los gastos”
Economista