Cuando el dinero se va al paraíso
La investigación del Consorcio de Periodistas de Investigación (ICIJ, por sus siglas inglés) basada en millones de documentos del estudio de abogados panameño Mossack Fonseca ha vuelto a poner en el tapete los negocios que conforman la economía "en negro" en el mundo. Una enorme fortuna, una tercera parte de la riqueza internacional, según respetables mediciones, que es ilícita, perjudicial y desfachatadamente intocable, según se ha comprobado.
En países con alta presión impositiva, una reacción recurrente de los humanos es huir de ella. Para ellos prestan sus servicios los paraísos fiscales, sitios donde también se esmeran los creadores de compañías offshore, que tendrán objetivos delictivos o no, pero que suelen ocultar el origen del dinero que les permitió nacer. Después de los Panamá Papers, el presidente Macri necesitará de un esfuerzo comunicacional para aclarar si actuó dentro de la legalidad.
Se ha dicho que esos "paraísos" son funcionales al sistema. Se los califica de "extraterritoriales". Tientan a los clientes con ventajas monetarias de todo tipo. Reciben fondos provenientes de actividades ilegales (la corrupción, el tráfico de drogas, el contrabando de armas y diamantes) y no ha surgido hasta ahora poder que pueda doblegarlos o paralizarlos. Hacen lo suyo desde hace medio siglo. En los hechos, facilitan el saqueo de los fondos públicos por parte de funcionarios inescrupulosos. No cuentan con normas de control de movimientos de capitales (no les importa tenerlas) y le abren la puerta al blanqueo de dinero. Todo el sistema jurídico, contable y estatal protege a sus clientes.
Eso es poco, quizá, comparado con lo que ocurrió en distintos países de África donde unos déspotas que se apropiaron del poder se quedaron, sin freno alguno, con los créditos por centenares de millones de dólares del Fondo Monetario o del Banco Mundial, que fueron a parar a paraísos caribeños bajo el nombre de los militares o políticos apropiadores.
Cuando se produjo la gigantesca crisis financiera de 2008, el Grupo de los Siete -ojos y voz de los países más poderosos- prometió atacar los paraísos fiscales. No sólo no se conocieron acciones concretas, sino que estos paraísos se perpetuaron y multiplicaron en distintos rincones del planeta. Sólo quedó, de aquellos encuentros de las naciones más ricas, un Fondo Monetario más estable, con más capital y funciones, pese a que se demoró demasiado en pronosticar la crisis, que crecía como un tsunami.
Si se decidiera sacar una fotografía panorámica del sistema financiero internacional, se vería que no hay un cálculo preciso de las dimensiones de la actividad legal e ilegal. A veces, una y otra comparten el mismo espacio y los mismos dueños.
Los paraísos no sólo están en islas cálidas del Caribe, donde la infraestructura está preparada para el turismo y para instalaciones bancarias sin grandes dimensiones, con poco personal en las cajas y bastante en los escritorios, atendiendo interesadas visitas. La lista incluye distritos importantes de Europa como Andorra, Liechtenstein, Luxemburgo, algunas islas británicas. En el Pacífico, las islas Seychelles, Singapur, Hong Kong, las Maldivas, las Marshall, las Vírgenes, Samoa, la isla Mauricio. En el Mediterráneo, las islas con bandera turca son un buen refugio, así como Malta; en tierra firme, Israel, Mónaco y San Marino (al mismo tiempo, capitales de origen israelí han huido al Oeste). En Medio Oriente, Bahrein y los Emiratos Árabes Unidos, que incluyen a Abu Dabi, Dubai, Fuyaira, Sarja y otros.
Como los mercados de capitales han crecido de modo exponencial, no hay fronteras precisas entre los "buenos" y los "malos". Los entendidos concluyen que hay relaciones estrechas entre algunos bancos de la "superficie", los institucionalizados o los importantes centros financieros en el hemisferio norte, con los extraterritoriales.
Los dineros que van a los paraísos para disfrute de personas físicas o beneficio de organizaciones jurídicas suelen ser los que no cumplen impositivamente con los países de donde provienen. Eso significa que escapan a la obligación fiscal y así les quitan renta importante (se habla de decenas de miles de millones de dólares) a los países en desarrollo y a los emergentes, que necesitan atender las necesidades urgentes requeridas por sus sociedades en salud, educación, infraestructura, etc. Los paraísos fiscales en su conjunto representan apenas al 1% de la población mundial, pero absorben nada más y nada menos que el 26% de activos y el 31% de los beneficios de las multinacionales norteamericanas.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), que incluye 30 países miembros, cumplió con la promesa de elaborar una lista de "paraísos" junto con una "lista negra" de aquellos que no cooperen o que se nieguen a reformar el régimen que tanto atrae a capitales y personas. Uruguay, por ejemplo, que estaba entre los países observados, intenta abandonar esas prácticas.
La Argentina registra una fuga de capitales del sistema legal nacional por más de 200.000 millones de dólares. Es plata fugada, aunque no toda de origen espurio. Es también la consecuencia del miedo a las bruscas modificaciones económicas. El dinero está debajo de los colchones, o en las macetas, o en cajas fuertes locales, o participando de actividades empresarias o inmobiliarias, o en los "paraísos", esperando mejores oportunidades.
Ese dinero fugado al exterior no ha regresado ni con blanqueos ni con innumerables tentaciones que se implementaron en las últimas décadas. Son producto de la falta de credibilidad en el Estado. Un desafío de la presente administración es atraer esos capitales, tentarlos con buenas razones. La cuestión por resolver es cómo y cuándo.
Licenciado en Historia y periodista especializado en temas económicos