Cuando el dato mata el relato
La recuperación del Indec es el punto de partida para una discusión política basada en información objetiva
En los países normales, las discusiones se desarrollan sobre la base de los datos que proveen las estadísticas oficiales. La objetividad de esos datos proporciona un punto de partida indiscutible, un supuesto sobre el que están obligadas a confrontarse las diferentes visiones de una misma realidad. En la Argentina que parieron doce años de populismo, no. "Mi tío votó a Macri, pero perdió el trabajo", clama un huevito en Twitter, con tres seguidores. "Cerró el quiosco de la vuelta de mi casa", aporta una cuenta de Facebook. "La gente no llega a fin de mes", argumentan las noteras. "Hay mucha miseria", se sorprenden los miembros del partido que gobernó 24 de los últimos 27 años. "La frialdad de los datos no refleja lo que pasa en los barrios", agrega uno que recorre los barrios para llevarse una tajada de los subsidios. "Subió la pobreza", titulan, sobre la base de una encuesta de seis meses atrás.
Quienes en nombre de la democracia quisieron destruirla y no pudieron fueron exitosos, en cambio, en socavar vastas áreas del Estado. Mucho más allá, incluso, que la anterior gestión peronista. Emblema de esa demolición fue el Indec, transformado en Indek para ocultar la catástrofe nac&pop explicándonos que con seis pesos se comía en el maravilloso reino de Cristina. Hoy, el gobierno de los CEO que vinieron a privatizar el Estado reconstruyó las estadísticas (un término que proviene -precisamente- de "estado") y puso de pie el Indec, brújula del país; pero no parece importarle a casi nadie. Los argentos seguimos discutiendo como los bosquimanos: "Mi primo, votante desilusionado, me dijo que...", por aquí. "El Presidente desconoce la realidad", por allá.
Y bien, gracias a Todesca, un director peronista capaz de enfrentar a la patota sindical peronista, el Estado argentino provee hoy datos confiables sobre la situación nacional. Lo hace, supongo, para que nadie se crea el centro de todo, para que quienes vivimos en Buenos Aires no nos creamos el ombligo de nada y para que quienes viven en el interior no se olviden de la Capital. Porque destruir las estadísticas fue, antes que otra cosa, un atentado contra la unidad nacional; unidad que supone la consideración amplia de todos los componentes de una realidad vasta y compleja y no la entronización de un sector, de una provincia, de un partido a expresión excluyente de nuestra sociedad.
Dato mata relato. Hoy, el relato dice que una epidemia de importaciones se abate sobre la industria; pero el dato demuestra que el anterior gobierno sextuplicó las importaciones en doce años, rifando un superávit de US$ 16.661 millones para dejar un déficit de US$ 2968 millones, y que en el cipayo 2016 de Macri la Argentina volvió a tener superávit porque redujo 7% sus importaciones.
Dato mata relato. El relato dice que por culpa del neoliberalismo hay una ola masiva de despidos. Pero el dato demuestra que el mismo año en que Cambiemos desactivó la bomba de tiempo saliendo del cepo y el default, la desocupación bajó a pesar de que 2016 fue el año de mayor aumento del desempleo en América latina en la década, según la OIT. A pesar del contexto internacional desfavorable, en la Argentina antiobrera de 2016 la pérdida de 63.000 empleos del primer trimestre fue compensada por una recuperación de 144.000 puestos a fin de año, con un balance final positivo de +81.000 empleos registrados, según el Ministerio de Trabajo. Los datos del Indec confirman: para diciembre, la desocupación había bajado al 7,6% y la tasa de empleo interanual había subido del 41,5% de Cristina al 41,9% de Mauricio-gato; lo que en números sencillos significa 106.000 puestos de trabajo más.
Dato mata relato. El relato sostiene que la pobreza subió porque el gobierno de los ricos padece de insensibilidad social. Pero el último dato publicado por el Indec lo desmiente: la pobreza cayó del 32,2% al 30,3% de la mitad a finales de año. En términos simples: del millón y medio que cayó en la pobreza a principios de 2016, un millón ya salió y otros siguen saliendo. "La pobreza bajó porque hubo un cambio en el método de medición", gritan los del relato. Pero un estudio reciente del Centro de Estudios Distributivos, Laborales y Sociales de la escasamente macrista Universidad de La Plata demuestra que si se miden con los métodos actuales los resultados de Cambiemos (32,2% a mitad de año y 30,3% al final) no superan el 32,7% de 2014 ni el 30,5% de 2015 kirchneristas.
¿Logrará este gobierno perforar el umbral de un cuarto de los argentinos en la pobreza rumbo a su utopía de pobreza cero? ¿Servirán los inéditos planes de crédito y de obras públicas para acabar con la pobreza estructural? Nadie puede afirmarlo, pero la leyenda del complot hambreador tiene el inconveniente de ser desmentida por la realidad. Además, según datos oficiales confiables de los que disponemos por primera vez en diez años, no sólo están bajando la desocupación y la pobreza, sino que casi se han duplicado las reservas (de US$ 24.855 millones que dejó Cristina a US$ 46.632 millones), revertido el déficit comercial (de un saldo negativo de US$ 2968 millones a uno positivo de US$ 2128 millones) y bajado la inflación a la mitad (de doce a seis puntos en los primeros trimestres de 2016 y 2017, respectivamente). No será el paraíso de Cristina, pero tampoco parece que lo estén haciendo mal.
Dato mata relato. Se trata de un punto estratégico, crucial, en un país hostil a la racionalidad; para una sociedad, la argentina, trágicamente signada por su rechazo al principio de realidad. Traigan al principito. Un peso, un dólar. Menos pobres que en Alemania. El mayor crecimiento de la historia nacional. Es de este desapego a lo real de donde salen los demás defectos que hacen que una nación que supo estar entre las primeras del planeta se debata en la mediocridad. Es de allí de donde surge el injustificado triunfalismo de los momentos de euforia en que mandamos a nuestros ministros de Economía a explicarle al mundo el nuevo milagro argentino; y de allí proviene también nuestro exagerado pesimismo cuando los apabullantes logros de un país destinado al éxito terminan por hacerlo explotar. Es esta negación típicamente argenta de una realidad polifacética que sólo las estadísticas pueden intentar sintetizar la que reduce el análisis político a análisis del discurso, enunciado hoy por lenguaraces posmodernos capaces de hablar por horas de lo que dijo Menganito y lo que contestó Zutanito sin citar un solo dato referido al mundo real.
Nuestro desapego de la realidad fue la falla que permitió la leyenda peronista y el relato kirchnerista, y la que permite hoy los abusos del perionismo, ese periodismo que juzga a los gobiernos peronistas con la vara de Uganda y a los no peronistas con la de Suiza. Y es también la razón de nuestra reiterada adicción a salvadores de la patria, líderes mesiánicos y "vende humo" profesionales, así como de nuestro desprecio a todo aquel que nos proponga caminos racionales para salir con esfuerzo de la decadencia en la que el cortoplacismo y el pensamiento mágico nos hundieron.
Dato mata relato. Por eso, porque dato mata relato, es que los muchachos se pusieron tan nerviosos y organizaron tantos cajones de Herminio en marzo que sólo sirvieron para recordarnos quiénes son y a dónde no queremos volver. Falta, todavía, que quienes quieren que el país salga adelante se acostumbren a debatir pasando la información que se recoge a través de experiencias personales por el tamiz que sólo el Indec, un instituto que recoge millones de datos de otras realidades nacionales, puede ayudarnos a procesar.
Es el rol del Estado, compañeros perionistas. Después de todo, la única verdad es la realidad.