¿Cuál será el mapa político que dibujarán las PASO?
A días de las elecciones primarias –mucho más que una disputa para definir candidaturas– las incógnitas que plantea el futuro generan interés creciente entre inversores internacionales y analistas de mercado
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A nueve días de las elecciones primarias emergen al menos cinco interrogantes que concentran la atención y generan un interés creciente tanto dentro de la política como, en especial, entre los inversores internacionales y los analistas de mercado. Todos se vinculan al resultado, vale decir, al eventual mapa político emergente de unos comicios que son mucho más trascendentes que una mera disputa interna para definir candidaturas: el 13 de agosto a la noche tendremos una tomografía contundente, precisa y potencialmente despiadada del estado de situación del sistema político argentino. El voto popular establecerá un límite y podría incluso poner en ridículo la interminable serie de especulaciones, digresiones, habladurías y desvaríos que hemos escuchado y leído en los últimos tiempos.
El primer interrogante, presuponiendo que tanto el sentido común como los sondeos de opinión pública están bien orientados, consiste en detectar cuál es la distancia que separa a Juntos por el Cambio –sumando las listas de Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta– de Unión por la Patria. Es notable, pero ni siquiera los encuestadores más identificados con el oficialismo sugieren que este podría acumular más apoyo que la principal coalición opositora. Hay, no obstante, un debate respecto de la brecha entre los componentes del sistema “bicoalicional” que impera en la Argentina (también existe el consenso de que Javier Milei no constituye una amenaza real en términos de romper esa hegemonía). Si se tratara de una distancia contundente como para indicar una potencial resolución de la contienda en primera vuelta, como ocurrió en las PASO de 2019, cuando quedó claro que la tendencia era casi imposible de revertir, habría un impacto muy positivo en los mercados y eso aliviaría la dinámica política interna. Una diferencia determinante a favor de JxC implicaría un probable quorum propio en la Cámara de Diputados, un bloque muy significativo en el Senado (¿35 bancas?) y más tiempo (48 días en vez de 20) para formar el nuevo gobierno y enviar señales a los mercados.
Curiosamente, este sería el mejor escenario para el Sergio Massa ministro (y potencial líder opositor a futuro, cuando el peronismo enfrente el inevitable desafío de avanzar en un proceso de depuración o reinvención, luego de dos décadas “preso” de –o al menos condicionado por– el fenómeno kirchnerista), y el peor para el Sergio Massa candidato. Por el contrario, si se tratara de una distancia relativamente acotada y quedara margen para que UP se recupere y fuerce una segunda vuelta, no puede descartarse un entorno mucho más volátil y complejo en términos económicos y, consecuentemente, también políticos. Aquí, un Massa candidato competitivo y envalentonado implicaría un dolor de cabeza para el Massa que viene lidiando a los ponchazos con una crisis económica complicadísima con casi nulo margen de maniobra.
La segunda duda es cuál será la fórmula victoriosa en JxC y qué ocurrirá el día después. ¿Habrá unidad y coordinación luego de esta desgastante disputa o las profundas diferencias que afloraron en la campaña obstaculizarán (o impedirán) el necesario trabajo conjunto de cara a las elecciones generales? Cualquiera que sea el ganador, necesitará todos los votos de su adversario. Probablemente existan más diferencias entre las segundas y terceras líneas que entre los líderes más encumbrados, pero se trata de un test de profesionalismo, madurez y responsabilidad que muchos dirigentes no parecen en condiciones de aprobar.
Por el lado del oficialismo, la cuestión consiste en determinar cómo quedarán parados, en ese orden, el peronismo en general y Massa en particular. Se incrementaron los temores de que el justicialismo haga en octubre una de las peores elecciones presidenciales de su historia en función de los magros resultados obtenidos en la mayoría de las provincias. Derrotas como las de San Luis, San Juan y Chubut sugieren que JxC podría lograr un poder territorial muchísimo más significativo del que tuvo Cambiemos entre 2015 y 2019. Resta comprobar qué ocurrirá en Chaco, Mendoza y Santa Fe, en cuyas primarias se impuso la principal coalición opositora. Asimismo, baqueanos de la política entrerriana aseguran que Rogelio Frigerio se perfila como el candidato vencedor: el peronismo perdería otra provincia que dominaba desde hacía tiempo. Uno de los responsables de esa debacle, Sergio Uribarri, ya condenado por corrupción, acaba de ser acusado en otra causa. Y mientras el peronismo pierde poder institucional y territorial, Massa podría salir parcialmente fortalecido a pesar de (o incluso gracias a) una eventual derrota. Por un lado, evidenciando un piso “propio” de votos que le otorgue autonomía relativa y competitividad a futuro más allá del apoyo de CFK. Por eso hace campaña en geografías hostiles, como Córdoba y Mendoza. Del frío análisis de sus fortalezas y debilidades como candidato dependerá su influencia futura en la reconstrucción del peronismo. Por otro lado, el candidato eventualmente derrotado deberá rápidamente concentrar sus esfuerzos en que el funcionario hiperactivo y responsable de haber evitado hasta ahora un escenario caótico complete su gesta hasta el final del mandato. Esto genera dudas en el mercado financiero: “¿Qué correcciones que evitó hasta ahora estará dispuesto o podrá hacer, como en el tipo de cambio oficial, para facilitar la transición?”, se preguntaba estos días un experimentado trader basado en Miami.
Ese margen de maniobra dependerá, en gran medida, del poder que retenga el kirchnerismo a partir de las PASO y esto se definirá a partir de lo que ocurra en dos provincias: Buenos Aires y Santa Cruz. Si el 13 de agosto muestra un resultado auspicioso de cara a las generales de octubre, el kirchnerismo habrá aprobado una prueba fundamental: la capacidad de retener el poder en esos distritos en circunstancias tan desfavorables sería la punta de lanza para recuperar protagonismo y plantearse como una oposición firme frente al programa reformador que impulsará JxC. Si ocurriera lo contrario, estas PASO serían un Waterloo para CFK y sus alicaídas huestes. En el peronismo auditarán si Massa saca más o menos votos que Axel Kicillof y, sobre todo, el nivel de traición de los intendentes del GBA que están, como de costumbre, distribuyendo boletas a medida de las preferencias de sus votantes para asegurarse su reelección. Si JxC demuestra que está en condiciones de recuperar la provincia de Buenos Aires, quedaría refutado el temor en materia de gobernabilidad de algunos memoriosos: los únicos casos de saqueos masivos y episodios de violencia descontrolada en estos 40 años de democracia se dieron con un presidente no peronista y la provincia en manos del PJ (1989 y 2001).
El desconsuelo de CFK sería inconmensurable si además perdiera en Santa Cruz. Esto ocurrió en varias elecciones de mitad de término, pero el PJ siempre se “reunificaba” cuando se elegía gobernador, con la ley de lemas como perverso mecanismo para disimular la profunda fragmentación que los Kirchner, si no alentaron, jamás pudieron evitar. La gran diferencia en este caso puede llegar a ser la inclusión en JxC del polémico Claudio Vidal, un sindicalista petrolero históricamente ligado a los Kirchner exitosamente atraído por Rodríguez Larreta.