¿Cuál es el juego tóxico de Cristina?
“Esto no requiere de uno, sino de muchos períodos de gobierno”, dijo Cristina Kirchner ayer, en un acto en La Plata, en el que se mostró, por segunda vez consecutiva, junto a su golpeada criatura política, Alberto Fernández, ensayando un acting de unidad, en plena campaña electoral. Mientras reclamaba más años en el poder para la verdadera fuerza hegemónica de la Argentina –la que más años gobernó, desde el regreso de la democracia–, los movimientos sociales copaban el Ministerio de Desarrollo Social en reclamo de “trabajo genuino” y más plata para planes sociales, devorados impiadosamente por la inflación.
Pero ella y Alberto, desde el conurbano, seguían prometiendo un difuso paraíso después de la muerte, “la vida que queremos” después de una pandemia que “no nos dejó jugar el partido”, ese eslogan de campaña que parece ser la nueva tierra prometida de un populismo, cada vez más constreñido, que no parece tener mucho futuro para ofrecer. Solo los “días felices” del pasado. Pasado y “ladrones de guantes blancos”; lo que, en las redes, llamarían “ah, pero Macri”: los dos pilares discursivos del FdT en estas elecciones.
Es raro todo. El cierre de campaña del oficialismo será en La Matanza, esa gran fábrica de pobres que la coalición peronista kirchnerista fue construyendo, mientras la gobernó ininterrumpidamente durante casi 40 años.
¿Cuántos períodos más de gobierno se necesitarán para llegar a “la vida que queremos”?
El martes, en la Isla Maciel, Cristina había retado en público al presidente exhortándolo a poner en orden lo que, su criterio, se había desordenado. Lo interpeló en otro acto de unidad con fórceps en Avellaneda, después del affaire por la filtración de la foto que mostró una fiesta clandestina en Olivos, durante la cuarentena estricta, y cuando el liderazgo de Alberto Fernández aparece debilitado en su propia base. A ese “desorden” se sumó ayer la difusión del video del cumpleaños de Fabiola y otro potencial escándalo: la imagen de otro festejo con diputados en Olivos que estaría violando las medidas sanitarias.
Una nueva encuesta de la consultora Synopsis revela la fragilidad del liderazgo de Alberto ante los propios: apenas el 20 por ciento de los votantes del FdT lo ven como líder de su propio espacio, contra un 62,5 que acredita Cristina en el mismo rubro. El sondeo también preguntó a quién querrían como líder. Entonces, el porcentaje fue aún menor: apenas un 14 por ciento optó por él, contra un 60,8 de ella. Axel Kicillof subió su precio en el universo K, según esa encuesta, y se ubica cerca del presidente: el 10 por ciento del núcleo duro desearía que liderara el espacio. Dicho de otro modo: dos de cada tres votantes del oficialismo no solo ven, sino que quieren a Cristina como lideresa.
La foto del escándalo pegó fuerte entre los desencantados, aquellos que en la última elección optaron por el FdT, pero que hoy ya no volverían a votarlo: 1 de cada 5 dejaría de votar al Gobierno, según otro sondeo reciente de Management & Fit. ¿Permanecerá o se diluirá, a la hora de votar, ese sentimiento dominante de bronca? Nadie podría afirmarlo con certeza. Sin embargo, los propios encuestadores tienen un mantra: salir a medir en medio de una conmoción política tan intensa es como hacer un test de alcoholemia la noche de Navidad. Conclusión: hay que esperar que baje la espuma para poder ver algo de la verdad.
Entonces, ¿cuál es el juego tóxico de Cristina? ¿Respalda al Presidente o solo lo sigue debilitando cuando lo mandonea en público o habilita una carta, como la que escribió Sergio Berni esta semana, en la que directamente lo acusa de haber perdido la credibilidad? Y si lo debilita, ¿cuál es su objetivo final? Lilita Carrió, astuta para las sutilezas, pareció captar el truco. “No hay que entrar en el juego de Cristina porque primero lo abraza y después lo golpea”.
Dentro del Frente de Todos hay una certeza y una sospecha. La certeza: Alberto planea cambios en el gabinete, después de las elecciones. La sospecha: en el marco de esos cambios, el cristinismo duro aprovecharía la volada para incrustar a un jefe de Gabinete propio en la arquitectura del poder. Así se coronaría una jugada que Santiago Cafiero viene resistiendo, hasta ahora, con éxito.
Es raro todo. En uno de los períodos más oscuros de la Argentina, el Presidente reveló que se hizo tiempo para escribir una canción. Spoileó el estribillo: “Si me pierdo, yo me encuentro; si me caigo, me levanto. El secreto en esta vida es seguir cantando”, aseguró, como si difundiera una receta de autoayuda. En cualquier caso, la pregunta de fondo es: ¿seguirán los propios confiando en él como director –formal, al menos– de esa orquesta? De esa respuesta depende la segunda mitad de su gobierno y, sobre todo, la vida que tendremos.