Reseña: Black out, de María Moreno
Crónica sobre los días de bohemia
Libro sin corsé que sortea la clasificación genérica con el funambulesco gracejo de quien avanza haciendo eses, Black out, de María Moreno, abreva a su manera barroca y plebeya en la crónica, en el ensayo, en el diario, la biografía y la autobiografía.
En Black out hay, en cualquier caso, una voz, una sintaxis, un diccionario, que son idiosincrásicos a los que, si se quiere, puede llamarse estilo. Y hay, también, un elemento aglutinante, un centro líquido: el alcohol. El alcohol que la madre de la protagonista, doctora en química, echaba en una pipeta con otro líquido que, por efecto de la mezcla, se teñía de rojo, lo cual constituía un acto de magia doméstico. Ese mismo alcohol con el que, creía ella, protegía a su hija de microbios y enfermedades infecciosas (“la epidemia de parálisis infantil le dio nuevos argumentos para que un algodón embebido en alcohol se colocara entre el mundo y yo para protegerme”, dice la protagonista).
Pero el alcohol, en Black out, sobre todo se escancia, se bebe tupido. Lo beben todos, empezando por la protagonista, porque su hábitat es el bar, ese “hogar contra el hogar” que ella ha descubierto de adolescente, donde cada noche comparece “la vieja bohemia porteña hecha de periodistas, diputados, chorros o mixtos de todas esas calañas”. Aunque entre ellos hay un elenco de bebedores conspicuos, ya muertos: Miguel Briante, Norberto Soares, Charlie Feiling y Claudio Uriarte (a excepción de este último, autor de la relevante biografía no autorizada de Massera, Almirante Cero, pero por cuyas novelas inéditas “no hay que plañirse”, los otros tres han sido reeditados, al igual que varios escritores de los que aparecen en estas páginas, como Héctor Libertella o Jorge Di Paola, en la serie del Recienvenido del FCE por iniciativa de Ricardo Piglia: a él y a Beba Eguía, Moreno les dedica Black out). Los cuatro son retratados, sin nostalgia ni contemplaciones, en situación de bar, en andanzas nocturnas y en trajines de redacción.
La protagonista, para ser aceptada por esa grey de hombres, debe demostrar que sabe beber, que puede vérselas con el whisky y la ginebra. Por cierto que puede: a sus quince, habiendo dejado el colegio, se iba al bar de la esquina a dibujar y a tomar ginebra con agua –el “fuego áspero en la garganta”– bajo el control estricto del dueño. Sin embargo, fue cuando Alcides Zurbarán, un malandra con “ojos de poeta” y vecino del departamento familiar, le convidó en el bar de marras un vaso de ginebra Llave, que la protagonista descubrió que “comenzaba a resistir el alcohol”.
El alcohol funciona, en Black out, como marca de época, indisociable de aquellos que ocupaban, en los años sesenta y los años setenta, las mesas de bares como el Ramos, La Giralda y el Café La Paz, que para la protagonista era “el bar”.
Pero el asunto excede la mera tematización: aquí el alcohol hace a la propia dinámica del texto, crea un “clima estructural” que propicia que el lector, aun estando sobrio, lea como si estuviera bebido. Para leer Black out, él también tiene que reemplazar “la línea recta” y dar con un nuevo equilibrio entre las volutas de digresiones, los ritornelos y los hiatos. Es un libro hecho de montajes y yuxtaposiciones, donde conviven textos de procedencia y épocas diversas. María Moreno suele decir que se “autorrecicla”. A diferencia de Héctor Libertella, que practicó y teorizó sobre la reescritura del material propio como nadie, podría decirse que ella no necesita modificar las palabras para reescribirse. Su operación consiste en cambiar los textos de lugar, en buscarles nuevas contigüidades. Así los rejuvenece, los resignifica.
Es conocida la sentencia de David Viñas –en referencia a “El matadero”, de Esteban Echeverría– de que la literatura argentina empieza con una violación. Moreno escribe, corrigiendo a Viñas, que “empieza con un mamarán”. Porque, “¿sería posible “El matadero” si fuera un relato en seco?” Es otra de las aristas encomiables de Black out: no sólo el gesto de discutirle a Viñas al paso, sino también los pasajes en los que la autora rastrea, con sostenida agudeza, las implicancias del alcohol en otros libros fundamentales de nuestra literatura, como el Martín Fierro, el Facundo y Una excursión a los indios ranqueles.
BLACK OUT
Por María Moreno
Random House
416 páginas, $ 329