Cristina y la vice, pelean por Kueider y el Mundial ‘78
La ex ponderó la producción de Disney sobre ese campeonato; Villarruel furiosa por Firmenich; ambas se tiran el senador contrabadista por la cabeza
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Cristina Kirchner y Victoria Villarruel le hacen un lugarcito al tema de la semana, el escándalo del senador que quiso pasar la frontera con 200.000 dólares, pero se lo imputan al bando contrario.
Prefieren, en cambio, pelear más a fondo, cual vecinas malavenidas, porque a la primera le encantó Argentina ‘78 y a la otra la disgustó. Riña de vices por hechos sucedidos hace 46 años. Créase o no.
El disparador fue la miniserie de Disney que en cuatro capítulos pasa revista al primero de los tres mundiales de fútbol conquistados por nuestro país. Con gran despliegue de archivos, testimonios y recreaciones, se muestra la titánica labor de la selección local durante los siete partidos que la llevaron a la gloria. También explora el inquietante entorno político, con una dictadura militar obsesionada por mostrar al mundo que aquí no pasaba nada, mediante un férreo cerco informativo que invisibilizaba las cruentas violaciones a los derechos humanos.
A Cristina Kirchner, de vez en cuando, le gusta autopercibirse sommelier de algunas producciones audiovisuales y, en tal condición, no dudó en catalogar a Argentina ‘78 de “imperdible”. Afirmó, además, que “la pasión del fútbol como texto y la tragedia de la dictadura cívico-militar como contexto hacen de este documental una pieza única para saber y entender”. La réplica de la actual titular del Senado sonó destemplada. “Cristina, ¿por qué no te vas a ver esta serie de cuarta, pero presa en Ezeiza?”, chisporroteó en X.
La serie tiene grandes momentos, es llevadera y está lejos de ser una “serie de mierda”, como se desmadra Villarruel en sus redes sociales. Una pena y una gran paradoja que justo cuando los hermanos Milei la ponen en el freezer, la vice, que se había caracterizado por la moderación en su manera de expresarse, ahora empieza a contagiarse de los modos escatológicos que tiene el Presidente cuando algo le molesta.
¿De dónde le viene tanta furia a Villarruel? Claramente del desmedido protagonismo que en esta producción tiene Mario Firmenich.
¿Está justificado que aparezca? Hasta cierto punto. Montoneros llevó a cabo acciones violentas mientras transcurría el campeonato y podía resultar interesante escuchar a su jefe máximo explicar sus razones. Pero como responde con cinismo y con cero autocrítica sobre el daño provocado por su organización terrorista, que asesinó a mansalva y contribuyó al fin de la frágil democracia reconquistada entre 1973 y 1976, su testimonio resulta revulsivo y puede herir la sensibilidad de no pocos televidentes.
Entre los créditos finales se lee la siguiente leyenda: “Ningún miembro de la dictadura militar aceptó la invitación a participar en este documental”.
De haber conseguido un testimonio de ese sector, no sabemos si los realizadores habrían tenido las mismas deferencias que concedieron a Firmenich, a quien no relacionan cuando mencionan el Centro Piloto en París que había ordenado montar el almirante Emilio Massera para neutralizar la campaña antiargentina en el mundo. Siempre se habló de una reunión cumbre allí entre el jefe montonero y el titular de la Armada. Elena Holmberg, diplomática de la embajada argentina en Francia, pagó con su vida haberse enterado de ese encuentro. Pero es un tema que pasa olímpicamente de largo en Argentina ‘78. También cabía preguntarle a Firmenich si es verdad que habría recibido un millón de dólares para que la organización terrorista a su cargo cesara con sus atentados durante el Mundial. En cambio, en la miniserie, Firmenich cuenta desfachatadamente que durante los partidos se habían comprometido a no cometerlos a menos de 600 metros de los estadios. Y califica dicha “gentileza” como “tregua unilateral”.
Miguel Bonasso, jefe de prensa de la organización subversiva, cuenta como lo más natural del mundo que le habían tirado “unos cuantos bazookazos” a las letras del frontispicio de la ESMA, que funcionaba entonces como un centro clandestino de detención de muchos desaparecidos.
Política y deporte han sido, son y serán siempre un clásico de toda la vida. En la semana que pasó, el presidente Javier Milei recibió al aclamado tenista Novak Djokovic, que quería conocerlo. Diego Maradona fue la cara del operativo Sol sin Droga del menemismo y del Fútbol para Todos del kirchnerismo. Fidel Castro y Nicolás Maduro también le rendían pleitesía. Los gobernantes suponen que les sube la imagen positiva cuando se pegan a astros amados por multitudes. Alberto Fernández, en cambio, no pudo conseguir su ansiada foto con el seleccionado ganador de la tercera copa del mundo.
El fútbol puede anestesiar, ser un eficaz distractivo de los malos ratos que la política depara a la gente, pero el fervor popular no es transferible al gobernante de turno.