Cristina y el anillo del poder
Este fin de semana fui con mis hijos a ver El Hobbit , inmejorable película de Peter Jackson, la primera de las tres que contarán la saga de este libro de Tolkien. Fueron dos horas cuarenta a pura adrenalina y no ocurre a menudo que cuando termina una película de esta duración uno esté deseoso de ver más.
La historia, para quienes no la conocen, es una de las tantas asociadas a la saga del anillo. Ésta en particular corresponde a un libro que es previo a la trilogía de El Señor de los Anillos que inmortalizó a Tolkien.
La historia de los anillos tiene una estructura sencilla: existe una serie de anillos que confieren poder, pero uno solo que da poder absoluto. La historia de El Señor de los Anillos gira en torno a cómo destruir ese anillo. Tolkien parte de la premisa básica de que el poder es malo y que entonces es necesario acotarlo o incluso destruirlo.
En la saga, Isildur, hijo de Elendil, último rey de Anduin, tomó posesión del anillo del poder en el año 3441 de la segunda edad en el asalto final de hombres y elfos (algo así como unos hombres inmortales con pinta de escandinavos) contra Sauron (el rey del mal) en las laderas del Monte del Destino. En esta batalla, Isildur enfrentó a Sauron en persona y pudo hacerse del anillo al cortarle el dedo donde tenía el anillo del poder.
Un rey elfo de nombre Elrond intentó convencer a Isildur de que destruyera el anillo (la única manera era arrojándolo en el interior ardiente del Monte del Destino, donde había sido forjado), pero Isildur se opuso, ya que consideró que el anillo del poder podía usarse para el bien y que era una locura destruir su potencial. Elrond imploró, pero Isildur no se dejó convencer.
Rápidamente Isildur cayó en la cuenta de su error. Acosado por quienes querían apoderarse del anillo, fue asesinado dos años más tarde, mientras intentaba escapar de una emboscada nadando en el río Gladden. En ese, su viaje final, Isildur pierde el anillo de manera aparentemente irrecuperable en las tempestuosas aguas del río.
Pero el poder tiene sus mecanismos para volver a quienes puedan usarlo. Más de 2000 años después, el anillo es encontrado por un oscuro personaje llamado Smeagol, que se recluye en una caverna dispuesto a proteger su tesoro del poder. La historia de la película que vi este fin de semana es la historia de Bilbo Bolson, perteneciente a una raza de simples campesinos llamados hobbits, en la que Bilbo se hace del anillo. Y así comienza la saga de El Señor de los Anillos que narra el viaje, unos 80 años más tarde, del sobrino de Bilbo, Frodo, que con una cofradía de acompañantes, liderados por el gran mago Gandalf, deciden viajar al Monte del Destino a destruir el anillo de una buena vez. Comienza así un viaje que da origen a una de las historias más fascinantes que haya dado la literatura.
El punto más intrigante del relato es la razón por la cual Gandalf elige a un hobbit para portar el anillo en el camino a su destrucción. Este era un plan concebido por Gandalf mucho tiempo atrás, ya que él mismo había reclutado a Bilbo en el viaje narrado por la película de Peter Jackson, en el que ya anticipaba se haría del anillo. ¿Pero, por qué un hobbit para esta tarea? Un hobbit lucía como el candidato menos plausible para defender al poderosísimo anillo. Un hobbit vivía una vida tranquila, sin agresiones, y sólo pensaba en las fiestas familiares, en su huerta, en la cerveza y en sus amigos. Un hobbit difícilmente siquiera se aventurara fuera de la pequeña comarca que limitaba su área de influencia. Pero, allí reside la genialidad de Gandalf (o de Tolkien): sólo alguien que no desea el poder tendría la capacidad de destruirlo.
Un hombre, como le había pasado años antes a Isildur, sería incapaz de llevar la tarea a buen puerto. Para un hombre el poder es algo que hay que usar, no destruir.
Mientras veía cómo mis dos hijos disfrutaban de la película, pensé que no había historia más apropiada para describir la situación actual de la Argentina. Hoy vivimos un tiempo en el que el Gobierno, usando todos los recursos y resortes del Estado, está lanzado a una búsqueda desenfrenada por el poder central, o, en lenguaje de Tolkien, por usar ese anillo del poder.
Hoy nuestro gobierno busca centralizar los recursos fiscales asfixiando financieramente a las provincias. Hoy nuestro gobierno busca controlar los medios para que la gente esté expuesta a un relato único que moldea la realidad de manera favorable a sus intereses. Hoy nuestro gobierno avasalla a la Justicia y remueve a los jueces que fallan lo que no quiere escuchar. Hoy nuestro gobierno regula excesivamente nuestra actividad económica para que sean más las cosas en las que necesitemos, inexorable, la bendición aprobatoria de sus funcionarios. Hoy, por todos los medios posibles, nuestro gobierno busca desenfrenadamente usar el anillo del poder.
Pero, como en El Señor de los anillos , una sociedad en paz no se construye consolidando un poder central hegemónico, sino justamente diluyendo ese poder para que nadie pueda ejercerlo sin los necesarios contrapesos. Y los contrapesos son los que sostienen cualquier república: una Justicia independiente, un congreso vocal y una prensa crítica e incisiva. Una república se construye también con libertades económicas, porque sin libertades económicas no son posibles las libertades políticas.
Se discutió mucho si Tolkien en realidad escribía sobre el nazismo, algo que él siempre negó, aun cuando escribió la trilogía en un bar de Oxford durante la Segunda Guerra Mundial. En realidad, la respuesta es irrelevante: Tolkien escribía sobre la necesidad de impedir que emergiera un poder absoluto del cual nada bueno podía esperarse. Ante este panorama, miles de argentinos miramos lo que ocurre con nuestra república y esperamos con avidez que aparezcan en el horizonte nuestro Gandalf y nuestro Frodo.
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