Cristina, Sergio y Alberto: cuando la política es traición y necesidad
“Me junté con Sergio. Ni con una 45 lo iba a hablar a Daniel. No lo iba a obligar. Y le dije a Sergio que si había PASO íbamos a ir con candidato propio, que era Wado de Pedro”, así, demostrando más conveniencia que convicciones, Cristina Kirchner habló en el primer acto público con el candidato Sergio Massa a su lado, que no debe haberse sentido muy reconfortado al escucharla. Pero él tampoco se caracteriza por ser un hombre de aferrarse a lealtades políticas, podría decirse que su propia condición de “fullero” (cómo lo llamó Cristina) y de endeble ante la palabra asumida, le otorga la comprensión de contexto que pidió Cristina a Alberto Fernández en ese mismo discurso. Empezó una nueva etapa en el peronismo, esta vez marcada por las traiciones sobre el cierre de listas, que estuvieron a la orden del día. Nadie saca los pies del plato porque se sienten cómodos con la apuesta política de poner una fórmula competitiva en la cancha, pero por dentro cada uno de los perdedores carga con el aciago rencor que frustra aún más a los traicionados.
La novedad es que después de 35 años, el PJ vuelve a elegir en una interna su candidato a presidente porque, salvo que lo presionen para que no llegue al 13 de agosto, Juan Grabois consiguió llevar los avales que presentó en la Junta Electoral en un carro cartonero y logró inscribir la fórmula que lo lleva como candidato a presidente acompañado por Paula Abal Medina. La última vez que lo había hecho fue el 9 de Julio de 1988, en una recordada contienda donde Carlos Menem derrotó a Antonio Cafiero. Pasaron 35 años para que los peronistas puedan elegir su candidato entre, al menos, dos opciones. Dicen que aquella vez Cristina apoyó a Menem y Néstor a Cafiero, aunque seis años más tarde, en pleno proceso de reelección, después de los indultos, las privatizaciones y en pleno auge del modelo neoliberal, Néstor Kirchner, ya gobernador de Santa Cruz, reconoció al riojano como el mejor presidente desde Perón. Luego ambos se posaron en las antípodas de su gestión y construyeron su propia historia, también traicionando lo dicho sobre su antes “mejor presidente en 50 años”.
Está claro que el verticalismo y el dedo del poderoso vale más en la idiosincrasia peronista que la democracia interna, allí como en ningún otro espacio político, el poder ordena y quien lo tiene no solo dictamina, también cambia de opinión y se despega de sus lealtades a su conveniencia, nadie le discutiría sus decisiones por más que esta conlleve una traición en su interior. El problema es que ahora el poder futuro dentro del peronismo no está tan claro, pocos pueden asegurar quien podrá ser el que se ubique en la cúspide de ese poder vertical después de las elecciones.
Toda esta situación abre algunos interrogantes. ¿Trabajarán en la campaña los heridos para la fórmula Massa-Rossi? Hay varios intendentes del conurbano que no ocultan su malestar porque los primeros puestos de las listas para diputados y senadores provinciales fueron ocupados por La Cámpora, que se asegura presencia en el Parlamento bonaerense relegando a una zona gris a los dirigentes propuestos por los caciques peronistas. Así lo hizo saber el intendente de José C. Paz, Mario Ishii, en su cuenta de Twitter, donde denunció que “armaron las listas a dedo, a espalda de los compañeros, sin posibilidad de ver la lista hasta el cierre de esta y en una casa que ni siquiera era la del Partido”.
Ishii es uno de los heridos del PJ bonaerense, también lo es Fernando Espinoza de La Matanza, relegado en los puestos de la definitoria Tercera Sección electoral. Todos apuntan a Máximo Kirchner, hasta lo acusan por lo bajo de no dar la cara y enviar a colaboradores y su secretario a dar las malas nuevas en el cierre de listas.
Daniel Scioli se siente defraudado, y traicionado también, por el presidente Alberto Fernández. Es difícil saber qué piensa porque no es hombre de dar batallas públicas e interpretarlo sería absolutamente subjetivo, pero su hija se encargó con una publicación en Instagram de hacer notar su valoración de la situación: “La traición”, en forma de rodaje fílmico que apuntaba hacia Fernández que lo sostuvo hasta que logró que su jefa se quedara sin el premio mayor, entonces entregó el suyo. Pero Cristina no perdió todo, centró sus fuerzas en la provincia de Buenos Aires, para intentar quedarse con el poder más importante en caso de que Sergio Massa no gane.
El propio Axel Kicillof sabía que para lograr la reelección era imprescindible tener una boleta con mayor peso en la fórmula nacional y Sergio Massa, a quien insultó públicamente allá por 2016, le sumaba más que un Wado de Pedro, con quien tiene mayor cercanía. El gobernador bonaerense no es de La Cámpora, es de Cristina, eso lo dejó en claro desde un principio Máximo Kirchner, por lo tanto, tampoco tuvo mucha influencia en el armado de las candidaturas, su pelea estaba en que Cristina no le pidiera que vaya como candidato a Presidente, por lo que muchos fieles tampoco quedaron conformes con su falta de presión para ubicarlos en lugares “entrables”. De todos modos Kicillof firmó recién el lunes pasado el decreto 1052/23, donde convoca a elecciones generales para el 22 de octubre de 2023 para los cargos de gobernador y vice y el resto de los cargos provinciales, se guardó hasta último momento la posibilidad de desdoblar la elección como una forma de sostener la presión sobre Alberto Fernández y su “embanderamiento” con las PASO, una actitud tan denostada por Cristina Kirchner al punto que la redujo a un capricho para conseguir dos bancas para sus amigos Victoria Tolosa Paz y Santiago Cafiero.
“Me encanta la traición, pero odio a los traidores”. Esta frase, atribuida al emperador y dictador de la república romana Julio César, bien podría servir para comprender la situación política interna que atraviesa el intencionalmente olvidable Frente de Todos, ahora llamado Unión por la Patria. Es todo un rompecabezas ético, donde paradójicamente entre ninguno de los protagonistas se quieren o se confían, pero saben que se necesitan.
Cristina no confía en Massa y, seguramente en caso de que el tigrense sea presidente, lo castigará cuando tome decisiones impopulares o se equivoque, como hizo con Alberto. Si pierde será su derrota y ella tomará distancia como tomó Massa de ella años atrás donde llegó a anunciar que “barrería con los ñoquis de La Cámpora” o llevaría a la jefa a la justicia. No se quieren, no se respetan, solo se necesitan. Alberto será fácilmente olvidable para los suyos y estará presente en cada crítica al pasado del gobierno que asuma en diciembre. Como sucede con los otros integrantes del trío, tampoco confía en Cristina ni en Sergio como éstos desconfían de él, salvo que su figura importa cada vez menos. Por ahora es todo lo que tienen para ofrecer.