Cristina se está yendo del Gobierno
Al viejo desamor hacia Alberto Fernández, la vicepresidenta le agregó ahora la decepción política frente a un mandatario que considera inepto, incapaz de conducir con cierto grado de eficiencia la administración nacional
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Una vicepresidenta que elogia más a los que aporrean al Congreso que las iniciativas de su gobierno es una vicepresidenta amotinada, al borde del cisma definitivo. Es probable, con todo, que no rompa formalmente la coalición gobernante; si lo hiciera, ella (y su espacio político) se condenaría de antemano al fracaso electoral en las próximas elecciones presidenciales. Pero ella ya no está. Se fue. Al viejo desamor hacia Alberto Fernández le agregó ahora la decepción política frente a un presidente que considera inepto, incapaz de conducir con cierto grado de eficiencia la administración nacional. Su historial político está lleno de situaciones en las que obligó a defenderse a personas inofensivas. Ahora lo hizo con Alberto Fernández, el político menos predispuesto a romper con la vicepresidenta. Hasta que esta lo colocó en la opción de tomar distancia de ella o caer en default con el Fondo Monetario, crisis eventual que hubiera significado el final anticipado del mandato del actual presidente. De las consecuencias de un default solo se saben dos cosas: la sociedad debe sufrir aún más y el presidente en funciones debe terminar apresuradamente su gestión. “El Presidente es un hombre que siente ahora que rompió las cadenas de la esclavitud”, se ufana un amigo presidencial. Cristina prefirió la derrota y la huida antes que la unidad del peronismo, en el que nunca creyó porque ella solo profesa las revoluciones imaginarias. Concibió siempre al peronismo solo como una herramienta electoral en provecho propio.
Alberto Fernández le debe ahora a Juntos por el Cambio (y, entre varios más, a su detestado Mauricio Macri) haber evitado el default. Sin la coalición opositora, que aportó el 55 por ciento de los votos favorables al acuerdo con el Fondo Monetario, el Gobierno estaría hoy muy cerca del default con el organismo multilateral. El rechazo en Diputados del proyecto que autorizaba el préstamo del Fondo hubiera significado el rechazo del Congreso sin necesidad de pasar por el Senado. Máximo Kirchner fue siempre solo un recurso de su madre para boicotear al Presidente; el hijo le sumó, además, su vocación por el vedetismo político. Su estentórea renuncia, su silencio posterior, su ausencia en el debate parlamentario y su teatral entrada al recinto de los diputados en el momento de la votación es más propio del show business que de un político serio.
Máximo Kirchner fue siempre solo un recurso de su madre para boicotear al Presidente; el hijo le sumó, además, su vocación por el vedetismo político
Pero no solo el hijo es la prueba de la sublevación de la madre. También votaron en contra del crucial acuerdo los diputados Leopoldo Moreau y Rodolfo Tailhade, que son espadas fanáticas de la madre, no del hijo. Moreau y Tailhade consultan cada acto, cada palabra, cada gesto en el Instituto Patria, no en La Cámpora. El propio hijo estaba en el despacho de la madre antes de ir a votar, según contó la propia Cristina Kirchner en un también teatral relato de lo que sucedió con los execrables desmanes que, otra vez, destruyeron bienes públicos, incluido el despacho vicepresidencial. El espectáculo perdió actores notables cuando la familia Kirchner eligió hacer política en lugar de trabajar sobre las tablas o frente a las cámaras.
Cristina mostró en ese relato sin querer o queriendo –quién lo sabe– de qué lado del mostrador está ella misma. Llegó al borde de la justificación de los desórdenes y se ocupó más de culpar de todos los infortunios al Fondo Monetario que de condenar la violencia y la destrucción. Una Kirchner en estado puro. Definitivamente, Cristina le está diciendo adiós al gobierno de Alberto Fernández, aunque lo condene a este a ser un presidente mendicante de la oposición para conseguir los votos necesarios en el Congreso. “Nosotros podemos ayudar ante la posibilidad de una crisis terminal, pero no seremos la permanente rueda de auxilio del Gobierno”, dice uno de los principales dirigentes de Juntos por el Cambio. Entre la probable reacción social por los ajustes, la distancia del cristinismo y el regreso de la oposición a su función en la vida, el pronóstico de los próximos dos años del gobierno de Alberto Fernández no es bueno. Lanzar en ese contexto su candidatura a la reelección presidencial fue un memorable acto de desubicación política.
En el otro extremo, la figura de Sergio Massa se agrandó, porque fue él quien consiguió con la oposición la redacción exacta del proyecto (hubo 20 borradores antes de concluir en la versión final) y logró también flexibilizar la posición inicial de Alberto Fernández. Massa aceptó incluso ir personalmente al despacho de Mario Negri, presidente del bloque del radicalismo, para negociar allí con los dirigentes opositores. Juntos por el Cambio no tiene presidente de su interbloque, pero todos desfilaron por las oficinas de Negri. La dinámica de la política termina por elegir lo que los dirigentes no pueden encontrar. Massa debería preservar esa dimensión de hombre de Estado y no volver a sus viejas mañas de aprovechar las circunstancias más de lo que las circunstancias le permiten. También debería reflexionar sobre el papel que quiere jugar el gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, más predispuesto siempre a sembrar la discordia en Juntos por el Cambio que en resaltar la unidad que mostró la coalición gobernante en el recinto de los diputados, el más destacado escenario de la política nacional. Morales está en permanente competencia con los candidatos presidenciales de Pro, Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich. Resulta que Morales es también presidente del radicalismo. No se puede ser todo en la vida: gobernador, presidente de un partido importante de la coalición opositora y candidato a presidente de la Nación. O es candidato a presidente o es presidente del radicalismo. O, en todo caso, suaviza su competencia con los otros candidatos presidenciales de la alianza opositora. Nunca se le escuchó a Morales, en cambio, una referencia mala a su amigo Sergio Massa, que es también su aliado en Jujuy. El vicegobernador de Morales es del partido de Massa.
En el Senado, los resultados no serán muy distintos de los que ocurrieron en Diputados. Alberto Fernández les tendrá que agradecer a los senadores de Juntos por el Cambio la autorización definitiva para el préstamo del Fondo. Ya la mendocina Anabel Fernández Sagasti, una senadora fiel a Cristina Kirchner, aprovechó la reciente Fiesta de la Vendimia en su provincia natal para anunciarle a quien quiso oírla que la mitad del bloque peronista en el Senado decidió votar en contra del acuerdo con el Fondo. Fernández Sagasti estaba con Máximo Kirchner en el despacho de Cristina Kirchner en el momento en que la oficina de la vicepresidenta fue violentamente agredida. La casualidad de esas piedras infames anticipó el futuro y exhibió la conspiración.
Martín Guzmán comparte con Cristina el capricho y la derrota. El ministro se obstinó en que el Congreso aprobara el crédito, homologara su política económica y, encima, refrendara duras críticas a la gestión de Mauricio Macri. No dijo la verdad, además, cuando aseguró que el Fondo pedía la aprobación parlamentaria de la política económica. Consultados por la oposición, funcionarios del Fondo aclararon que la redacción de las leyes es facultad de cada país, en la que ellos no intervienen. La redacción final eliminó el acuerdo del Congreso a su política económica y las críticas a Macri. Solo quedó la autorización al Ejecutivo para tomar el crédito, que es lo que exige la ley. La oposición no podía –ni quería– aprobar un ajuste por los ingresos más que por los egresos. Aumentos de tarifas y de impuestos. Es lo que habrá. Un ajuste que le meterá de nuevo las manos en el bolsillo de los argentinos en lugar de limitar los descontrolados gastos del Estado. Es el ajuste que Guzmán diseñó para agradar a Cristina Kirchner, cuando él todavía no sabía que ella ya se estaba yendo.