Cristina y Mauricio, ni para la foto
A cuatro días de conocerse la carta de Cristina Fernández de Kirchner, que abrió un debate en la agenda pública sobre su propuesta de construir un gran acuerdo nacional para resolver un problema argentino que lleva más de seis décadas, la "economía bimonetaria" considerado en la misiva como "el más grave del país", aparecieron gestos y palabras en el gobierno que demuestran dos realidades: la propuesta de acuerdo es tan seria y necesaria como imposible de concretarse.
Una muestra clara de lo que significa este acuerdo para el Frente de Todos fueron las señales dadas en las últimas horas con el fin de frenar la escalada que tomó el debate centrado en la inviolabilidad a la propiedad privada. No se puede abrir una convocatoria a sectores de la economía y la oposición con ese flanco abierto.
Había dos escenarios que el gobierno debía resolver de modo inmediato para no quedar señalado como participe de las tomas: la toma de Guernica y la usurpación de la estancia de Santa Elena, de la familia Etchevehere. Y el gobierno actuó.
El desalojo de los terrenos de Guernica estuvo en manos de Sergio Berni, hombre que rinde cuentas solo ante la jefa. Berni fue el encargado de mostrar, además, que el gobierno de Axel Kicillof, el más representativo del kirchnerismo puro, no dudó en hacerse cargo cuando le tocó el lado de la perinola que dice "mano dura". Por si quedaban dudas.
Por otra parte, como se veía venir, a partir de que el polémico juez Flores aceptó el domingo la apelación a la medida de desalojo, la justicia entrerriana finalmente la ordenó. Durante ese vaivén judicial, el propio presidente cambió de opinión de un día para otro. El martes dijo que la ocupación de la estancia Casa Nueva, en Santa Elena, era "una pelea entre hermanos por una herencia, son cosas de ricos" y al otro día aclaró que "no está en duda la propiedad privada, hay que respetar lo que decida la justicia", mientras en su entorno hacían fila para despegar al gobierno de Juan Grabois. Hasta Hebe de Bonafini tuvo palabras durísimas contra el referente social de la CTEP.
Ahora la presión es interna y comienza otra batalla: contener a los sectores más radicalizados que integran el FDT, que sienten que los dejaron solos. Y todos saben que Grabois no es fácil de alinear. ¿Podrá hacerlo el Presidente? ¿O es otra tarea para Cristina?
Es otro desafío, después de todo, cómo dijo el ex premier italiano, Giulio Andreotti: "Gobernar no consiste en solucionar problemas, sino en hacer callar a los que los provocan".
Cristina puede, Alberto no
"¿Por qué es la vicepresidenta quien convoca y no el presidente?", se preguntaban con picardía algunos miembros de la oposición. La respuesta la saben, pero les gusta refrescarla: Cristina puede hacerlo, Alberto, no. Y puede porque es ella quien encarna el poder en la coalición de gobierno. Es un polo de atracción tan potente que aun en su tibia intención de mostrar respaldo al presidente, lo deslegitima.
"Cristina convoca para mostrar que el poder lo tiene ella", señala el consultor Carlos Fara. "La carta de CFK se ha convertido en un parte aguas en el proceso Alberto. A partir de ahora todo lo que suceda o no suceda se deberá a Cristina", concluye.
Alberto Fernández intentó convertir el mensaje en un apoyo a su gestión. "Me gustó la carta de Cristina. Lo sentí como un respaldo", dijo el presidente, olvidando que Cristina es su vicepresidenta, es la segunda al mando de su gobierno, por lo tanto, debería formar parte del debe y el haber en el balance y no llevar un libro contable paralelo. Pero no es así, el poder nos revela y confirma que estamos ante un gobierno "vicepresidencialista".
"Frente a una visión donde Alberto no conforma y no funciona, Cristina decide que si hay un acuerdo será cómo ella quiera y sobre los temas que ella decida", analiza Carlos Fara.
Lo que señala Fara se vio reflejado en las primeras reacciones. La carta no fue bien recibida en la oposición y en el mundo empresario, otro sector convocado en la misiva. Un ejemplo, la UIA tuvo reunión esta semana y no se pronunció sobre al respecto.
"Cristina no convoca a debatir para ponernos de acuerdo, convoca a acordar con ella. Pone toda la responsabilidad en los convocados y no se hace cargo de nada, a pesar de que gobernaron 13 de los últimos 17 años. Así no va a funcionar", resaltan en Juntos por el Cambio.
Lo que no dicen públicamente en la coalición opositora es que la carta entró como astilla bajo la piel en ese espacio, los incomoda y les abre un debate interno porque, así como en la oposición saben que ningún acuerdo es viable si del lado del gobierno no está Cristina, en el oficialismo reconocen que ningún pacto con la oposición tendría consenso perdurable sin la participación del expresidente Mauricio Macri. Ambos son los únicos capaces de contener a los sectores más contrapuestos que, a la vez, son los más activos en la política diaria.
"Eso sería reconocer a Cristina y a Macri como líderes, y en ese escenario pierde toda la oposición", relata un dirigente radical reticente al acuerdo y que no quiere quedar "pegado" con la convocatoria. Aún duele el duro recuerdo, sobre todo en los alfonsinistas, que dejó aquel Pacto de Olivos de 1993, que entronizo a Carlos Menem y a Raúl Alfonsín como los dueños del escenario político, pero que a la vez le hizo pagar un costo político enorme a la UCR.
Miguel Ángel Pichetto cree que "no es posible rechazar la convocatoria". Respecto a la carta también fue muy claro: "Creo que hay párrafos innecesarios, pero la descripción central es la que mencionó. La salida es por el lado del acuerdo", resaltó esta semana en su visita al programa Terapia de Noticias, mientras reconoció que "si hay acuerdo, no debería ser sin la participación de Mauricio Macri".
Se sabe que Macri no tiene una ascendencia verticalista sobre su tropa, no genera fanatismo y no domina a sus seguidores porque no está en su esencia hacerlo, como sí lo hace Cristina, pero hoy es el único que puede representar a los sectores más duros de la oposición.
Pero la realidad dice que ni Cristina es presidenta ni Macri es autoridad partidaria. No se quieren, se desconfían y nunca lograron sostener un diálogo mínimo. Por todo esto, para paradojas políticas, nada mejor que la argentina: los únicos dirigentes políticos capaces de lograr que un acuerdo de estado sea viable son justamente aquellos dos que jamás posarían juntos para la foto.
Visto así, el acuerdo parece improbable.