Cristina: la patria soy yo
“Quieren estigmatizar 12 años de gobierno. Es más, la presidenta del partido sacó un tuit poco inteligente donde dice: ‘12 años de gobierno, 12 años de condena’. Lo escribió y lo firmó. La verdad no sé si era la hora de la tarde y ya estaba medio… a esa hora. No sé, qué sé yo, pero, pero… si lo pensás, por lo menos no lo escribas”.
Así se refirió Cristina Fernández de Kirchner sobre la presidenta del Pro, Patricia Bullrich, mientras meneaba su cuerpo dando señales de hablar sobre un supuesto alcoholismo de la dirigente opositora. Todo esto ante las carcajadas de los legisladores del Frente de Todos, en una reunión realizada en el Congreso de la Nación. Fue tan desubicado y deshonroso el comentario de la líder del peronismo, que daban ganas de darle el mismo consejo que ella le había lanzado a Bullrich: “Cristina, si lo pensás no lo digas”.
Llamó la atención que ninguno de los presentes reparara en la barbaridad que estaba diciendo la vicepresidenta, que vulneró toda ética y respeto.
Cristina ya no tiene límites, en su afán por obtener impunidad en las causas de corrupción en las que está rindiendo cuentas ante la justicia es capaz de todo, desde ironizar con enfermedades que supuestamente padecen adversarios políticos hasta de ir por la autonomía de la ciudad de Buenos Aires, como manifestó en la reunión de la chicana fuera de lugar. Pero sería injusto cargar las culpas solo en Cristina, que ya rompió los códigos del comportamiento cívico, también existe responsabilidad en todos los dirigentes del peronismo, gobernadores, intendentes, militantes, con o sin cargo público qué o se suman a la cruzada por la impunidad que encabeza la jefa o hacen un silencio cómplice que también sirve como señal de apoyo. Parece ser que lo único que les interesa es conseguir presionar a la justicia para que no se juzgue a la jefa, incluso por encima de una gestión de gobierno que, al parecer, ya abandonaron.
Estos días se vieron banderas gigantes de apoyo a Cristina Kirchner colgadas en uno de los frentes del edificio del Ministerio de Salud, mientras decenas de miles de familias realizan un acampe en protesta contra un recorte presupuestario de 10 mil millones de pesos que afecta las prestaciones a personas con discapacidad. Nadie les dio respuestas, se tiran la pelota entre Economía y Salud, pero las soluciones no aparecen. En Educación recortaron 50 mil millones de pesos, pero parece que las autoridades y los gremios docentes no debaten al respecto porque están más comprometidos en que la movilización popular logre torcer el brazo de la justicia. Hay demandas justas y preocupantes en áreas sensibles como salud y en educación, pero parece que los funcionarios y militancia no tienen tiempo de darle una respuesta concreta a estas familias.
Eso sí, miran para otro lado, no gestionan, pero todos tuvieron tiempo el fin de semana pasado para pasar a dar el presente por la esquina de Uruguay y Juncal, la nueva Meca del kirchnerismo. Prioridades, le llaman.
Es llamativo que, a ningún dirigente peronista, esos que viven hablando de justicia social, no les haga ruido que mientras la líder del espacio, la “madre de dragones”, como la llaman los militantes, cobra dos jubilaciones por 4,5 millones de pesos, existan casi 3,5 millones de jubilados que tienen ingresos por debajo de la línea de indigencia. Las 500 mil sentencias judiciales en favor de los jubilados para que actualicen sus haberes que fueron apeladas por la Anses durante sus maravillosos doce años de gobierno hacen parecer a esos jubilados como perseguidos y a Cristina como una privilegiada.
La situación judicial de Cristina Kirchner unió al Frente de Todos, pero a la vez les hizo perder el sentido de la razón del por qué se hace política. El peronismo es un partido de poder, fue gestado para eso, no está formado para dar testimonio. Hoy, seducido por un escenario inexistente de persecución tan sensible para su historia, olvidó que el poder político, la lapicera, como le gusta llamar Cristina a la posibilidad de cambiar las cosas, está y se utiliza para cambiar la vida de la gente, para mejorarla, para forjar transformaciones sociales y no para apretar a un poder republicano para que falle y se comporte a su antojo. De todos modos, cuando utilizaron la lapicera lo hicieron en beneficio propio, la jubilación de Cristina es un claro ejemplo.
Escuchamos a funcionarios decir que el “pueblo” o la “gente” no quiere que Cristina vaya presa, arrogándose el derecho de incluir a los 47 millones de argentinos en ese “pueblo” cuando una gran parte de la sociedad solo quiere que la justicia actúe con independencia. Todo en un contexto económico grave, con un presidente ausente con aviso, un superministro ajustando números sin sensibilidad en medio de un gobierno a la deriva, situaciones que dejan sin discurso a la militancia peronista. La única que les ofrece a los convencidos un camino es Cristina Kirchner. Pero el camino es para ella, los beneficios son exclusivos y personales, el pueblo, tantas veces citado con emoción en sus discursos, esta vez deberá esperar.
Si nadie se planta, si todos obedecen con sumisión vergonzosa, nada cambiará favorablemente en nuestro país mientras el dogma que los une tenga un sentido inverso al que tanto pregonan. Porque hoy, para todo el peronismo, la patria es Cristina.