Cristina Kirchner y Alberto Fernández desnudaron su debilidad
El cierre de campaña del Frente de Todos en Tecnópolis exhibió los desaciertos discursivos y el remanido relato de sus líderes
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Como no podía ser de otra manera, Alberto Fernández y Cristina Kirchner cerraron la campaña electoral del Frente de Todos con críticas a Mauricio Macri, pero también con mensajes que denotaron debilidad y nerviosismo frente al resultado que puedan arrojar las primarias abiertas (PASO) de este domingo.
“Esto recién empieza”, afirmó en determinado momento la vicepresidenta de la Nación, como abriendo el paraguas frente a un posible retroceso electoral del oficialismo o a un traspié. E inmediatamente hizo referencia a cuando, en 2009, el kirchnerismo fue derrotado en las elecciones de medio término de su primer mandato presidencial (2007-2011) y perdió la mayoría parlamentaria. Dio a entender que, así como en ese año su gobierno no pudo sancionar la ley de presupuesto por la oposición de sus adversarios políticos, las cosas podrían ser peores si la coalición gobernante perdiera ahora el control del Poder Legislativo. Es difícil encontrar en la historia de los cierres de una campaña electoral mensajes tan pesimistas por parte de un líder político.
Tanto el discurso de Cristina Kirchner como el de Alberto Fernández en Tecnópolis se caracterizaron por lo autorreferencial, pero el mensaje presidencial tuvo, como él mismo lo reconoció, rasgos de un “desahogo” personal frente a las difíciles situaciones que le tocaron vivir desde que está al frente del país.
La grieta no dejó de estar presente. Ambos funcionarios plantearon la existencia de dos modelos: según su relato, uno –el de ellos– es el que defiende al pueblo y a los trabajadores; el otro es el de quienes “defienden los intereses de los poderosos” y de “los que gritan libertad para que nada cambie”. En el mismo sentido, plantearon que el segundo modelo pretende “abandonar a la gente a su suerte” y generar que “cada uno se salve como pueda”, sin el acompañamiento del Estado.
Forzada y poco fundada fue la defensa que Alberto y Cristina hicieron tanto de la gestión sanitaria ante la pandemia de coronavirus como del cepo a la exportación de carne. Respecto de la primera cuestión, el primer mandatario insistió en que hubo que reconstruir el sistema hospitalario porque el gobierno macrista había eliminado el Ministerio de Salud de la Nación. La vicepresidenta pareció querer transmitir que la Argentina no vivió las dramáticas escenas que más de un año atrás se habían registrado en centros asistenciales de España o Italia, con enfermos por Covid que se morían en los pasillos. Un curioso relato que buscó minimizar que nuestro país ya tiene unos 113 mil fallecidos por coronavirus y una tasa de mortalidad que se halla entre las más elevadas del mundo.
Tampoco Cristina Kirchner dijo toda la verdad cuando afirmó: “Compramos vacunas donde podíamos conseguir”. Pretendió desconocer, como quedó demostrado, que si hubieran acordado con el laboratorio estadounidense Pfizer en su debido momento, hubieran llegado a la Argentina muchas más vacunas mucho antes.
En cuanto al cepo a la venta al exterior de carne, la vicepresidenta planteó un argumento absolutamente demagógico: “Hay que discutir si los argentinos están dispuestos a dejar de comer carne para que algunos ganen más exportándola”. Algo así como plantear que ni Japón debería venderle al mundo más automóviles, ni China debería comercializar al exterior su tecnología, ni Colombia tendría que exportar más café, para beneficiar a sus respectivos consumidores domésticos. A todo esto, la vicepresidenta prescindió de que las restricciones a las exportaciones de carne ya están provocando, como en otras épocas, la paralización o el cierre de no pocos frigoríficos, con la consecuente pérdida de fuentes de trabajo, y menores incentivos a la producción, que derivarán a mediano plazo en una caída del stock de ganado vacuno y en incrementos en los precios de la carne en el mercado local. Esto es, lo contrario de lo que supuestamente se busca con el cepo.
La debilidad del oficialismo también se evidenció en el elíptico llamado de Cristina Kirchner a un acuerdo con la oposición, cuando en el clásico manual kirchnerista cualquier convocatoria al diálogo con los adversarios supone un signo de fragilidad.
Al igual que lo hizo el 24 de marzo último, ayer, desde Tecnópolis, la vicepresidenta pareció anticipar su disposición a gestar un entendimiento con la oposición, el empresariado y el sindicalismo sobre las reglas por seguir, fundamentalmente de cara a la necesidad de acordar con el FMI. Sabe que no hay manera de negociar la deuda con este organismo financiero internacional sin un programa económico que cuente con un mínimo respaldo social y de la oposición política. De ahí su llamado a la “responsabilidad institucional” que, según dijo, no es solo de quién gobierna.
La vicepresidenta pasó por alto que el punto de partida de cualquier acuerdo debe pasar por el cumplimiento de la Constitución Nacional, empezando por el respeto de la división de poderes y la independencia de la Justicia. Sin esa base, que debería implicar el abandono por parte del oficialismo de los proyectos de reforma judicial y del Ministerio Público, tendientes a manipular a jueces y fiscales, cualquier intento de acuerdo político estaría condenado al fracaso. Sería entendido por sectores de la principal fuerza opositora como una suerte de abrazo del oso y solo sembraría desconfianza.
Lo cierto es que, mientras Cristina Kirchner conserve al nivel de centralidad exhibido ayer en el cierre de campaña, será cada vez más difícil que el mundo le dé a la Argentina la posibilidad de recuperar su credibilidad perdida.