Cristina Kirchner potencia el riesgo argentino
La creciente influencia de la vicepresidenta en distintas áreas del Gobierno y sus inoportunas declaraciones sobre la deuda y la economía bimonetaria aumentan la desconfianza inversora y despiertan dudas sobre futuros ministros “agobiados”
- 6 minutos de lectura'
Por si quedaba alguna duda sobre el avance de Cristina Kirchner en las decisiones del gobierno nacional, el abandono por parte de la Argentina del Grupo de Lima y los condicionamientos que públicamente intentó imponer la vicepresidenta en las negociaciones con el FMI, mientras el ministro Martín Guzmán realizaba gestiones en Washington, pusieron de manifiesto que el cristinismo sigue copando progresivamente las distintas áreas de la administración de Alberto Fernández. La conclusión más evidente es que la expresidenta ya no solo dirige la política en materia judicial, sino que también influye decisivamente en la política exterior, al tiempo que aspira a hacer lo propio con el manejo de la economía.
Tanto el alejamiento del Grupo de Lima, foro de 14 países orientado a la búsqueda de una salida democrática en Venezuela, como las inoportunas declaraciones de Cristina Kirchner sobre la imposibilidad de pagarle la deuda al FMI y sus alarmantes apuntes acerca de nuestra economía bimonetaria, encendieron las alarmas de los inversores al tiempo que, como era de esperar, profundizaron la desconfianza y elevaron el riesgo país, hoy al borde de los 1600 puntos.
Este último aspecto ha sido considerado como particularmente grave entre los operadores económicos. La vicepresidenta planteó, durante el acto por el Día de la Memoria que encabezó en la ciudad bonaerense de Las Flores, que la bimonetariedad es uno de los grandes problemas de la Argentina. Lo hizo en términos confusos y alarmantes para cualquier argentino acostumbrado a ahorrar en dólares. Y la consecuencia inmediata no podía ser otra que un nuevo incremento del riesgo país y, por ende, del hipotético costo del endeudamiento argentino.
Sus críticas al FMI desconocen una realidad: mientras el denostado organismo financiero internacional es el prestamista que menores tasas de interés le cobra a nuestro país –aproximadamente el 4 por ciento anual–, los bonos que surgieron el año pasado del canje de deuda del actual gobierno proyectan en la actualidad una tasa cercana al 20 por ciento anual en dólares.
Cristina Kirchner dijo una obviedad cuando aseguró que al Fondo Monetario “no le podemos pagar, porque no tenemos plata para pagar”. Es justamente esa la razón por la cual el ministro Guzmán viajó a Washington para reunirse con la titular del FMI, Kristalina Georgieva, y con los técnicos del organismo que monitorean la situación argentina. Cuando el gobierno de Mauricio Macri, para evitar un default con los tenedores de bonos, recurrió al crédito stand by del FMI, nadie imaginó que ese préstamo podría ser cancelado en los plazos fijados, que deberían concluir en 2023. El Estado argentino, debería abonarle este año al Fondo unos 5336 millones de dólares en concepto de capital e intereses, en tanto que en 2022 ese monto subiría a unos 18.088 millones y, en 2023, se ubicaría en 16.306 millones. Se trata de cifras impagables para la Argentina, y no porque lo afirme Cristina Kirchner.
Hasta el más optimista sabía, allá por 2018, cuando el gobierno de Macri contrajo ese crédito, que este iba a ser renegociado, con la intención de que se convirtiera en uno de facilidades extendidas y que, consecuentemente, ampliara los plazos de pago hasta por diez años. Y es eso lo que está intentando hacer Guzmán. El problema es que, para la vicepresidenta, el plazo máximo para una refinanciación de diez años, que puede ofrecer el FMI en virtud de sus estatutos, es insuficiente. En su opinión, el Fondo debería darle 20 años a la Argentina para pagar su deuda, algo que hoy no es factible.
En cierta forma, la vicepresidenta está señalando que no hay que negociar con el FMI en los mismos términos en que lo está realizando Guzmán. Algo que obliga a algunos a preguntarse, equivocados o no, si no será el titular del Palacio de Hacienda el próximo ministro “agobiado”, que seguirá los pasos de Marcela Losardo.
Es probable que algún funcionario del gobierno nacional tienda a pensar, positivamente, que la dura posición pública de Cristina Kirchner pueda servir como un elemento más en la negociación con el Fondo que ablande a nuestro acreedor. Sin embargo, el resultado está a la vista: sus intervenciones no hacen más que acelerar la incredulidad del mercado en el gobierno de Alberto Fernández y solo encuentran eco en nuevas subas del riesgo argentino.
Cristina no solo provoca incertidumbre en momentos en que el ministro de Economía busca renegociar una deuda y atraer la atención de funcionarios del gobierno de Joe Biden, cuya opinión será siempre decisiva en cualquier determinación de la conducción del FMI. La expresidenta también genera desconfianza en momentos en que un gran número de argentinos con fondos en el extranjero deben decidir si repatrían un 5% de su capital declarado en el exterior para ver reducida la alícuota por el impuesto a los bienes personales fuera del territorio argentino. Y perjudica, además, la campaña del Gobierno a favor del blanqueo de capitales para la construcción.
A esos juicios vicepresidenciales, se suman las afirmaciones en las que trazó un paralelismo entre el plan de vacunación y los alineamientos internacionales. “¿Quién diría que las únicas vacunas con las que contamos hoy son rusas y chinas?”, apuntó Cristina Kirchner, olvidando que alguien dentro del Gobierno se ocupó especialmente de que la Argentina no pudiera contar con las vacunas de Pfizer contra el coronavirus que sí pudieron conseguir, sin ir más lejos, otros países como Chile.
El abandono del Grupo de Lima significó otra claudicación del presidente Fernández frente a las exigencias de Cristina y de los ideólogos del Instituto Patria. El retiro de la Argentina de ese foro equivale a no compartir los propósitos con los cuales fue creado en 2017 y a convalidar indirectamente las violaciones a los derechos humanos promovidas por el régimen de Nicolás Maduro.
De este modo, Cristina Kirchner ha logrado reposicionar a la Argentina en el mundo, identificando a Rusia y a China como sus grandes aliados, y alejando al país de Estados Unidos, Brasil, Chile y Uruguay.
Fueron, sin embargo, sus declaraciones críticas de la economía bimonetaria de la Argentina las que mayor escozor pudieron provocar. A tal punto que cualquiera podría pensar que la vicepresidenta está abogando por mayores cepos cambiarios o hasta por prohibir en un futuro no muy lejano la tenencia de moneda extranjera en manos de inversores locales. El silencio público del Presidente frente a estas cuestiones en nada ayuda a evacuar la desconfianza del público inversor.