Cristina Kirchner: más que una primera dama
Es la persona a quien más escucha el Presidente; aunque detesta que se hable de eso, su imagen es una cuestión primordial para la mujer a la que sus enemigos llaman "la emperatriz"
Todo el país estaba en vilo por la salud de Néstor Kirchner. No había información. El Presidente estaba internado en Río Gallegos y había versiones de todo tipo. Cristina Kirchner se cambiaba de camioneta para ingresar en la clínica sin que la viera nadie. Cuando la situación estaba controlada y le preguntaron por qué tanto silencio ante una cuestión de Estado como es la salud presidencial, ella dijo, cortante: "Antes que presidente, Kirchner es mi esposo".
Firme. Determinada. Así era cuando se peleaba en el Congreso contra el menemismo y mantuvo el carácter cuando se mudaron a Olivos. Pero aun en la rigidez de la respuesta, ésa fue la única que vez que la esposa del Presidente perdió el control del papel de política y se mostró como una mujer común, preocupada por su marido.
A Cristina Kirchner nadie le dice "la señora" como a Hilda Duhalde. La llaman simplemente Cristina. Pero no por eso dejan de tenerle respeto y, algunos, cierto temor. Su carácter fuerte es famoso en el ambiente como su fama de mujer inteligente, con sólida carrera e independencia.
Hace 28 años que comparte su vida con Kirchner. Pero lograron en estos últimos 12 meses una química casi perfecta. Hasta pidió que le acondicionaran una oficina cerca de la de su marido en la Casa Rosada. Es la gran consejera del Presidente. Por su carácter parece más que eso, pero los que conocen en serio al matrimonio aseguran que es él quien toma las decisiones. A ella es a quien más respeta a la hora de consultar una estrategia de gobierno. Cuando el Presidente negociaba al filo de la cornisa con el FMI, en septiembre último, hubo una escena en el chalet presidencial de Olivos en la que la senadora Kirchner propuso no pagar. Cuando se enteró Roberto Lavagna, que no estuvo en las principales reuniones, se quedó helado. Con el tiempo reconoció en la senadora una visión interesante. El país estuvo unas horas en default por la presión que impuso el Presidente a la negociación, alentado por su esposa.
Apenas asumió su marido, Cristina Kirchner pidió que no le dijeran primera dama sino "primera ciudadana". Sin embargo, en los viajes presidenciales al exterior, ella viajó y cumplió la función de primera dama. En cada gira tuvo una agenda propia. Durante la asamblea de la ONU viajó a Washington para entrevistarse con Hillary Clinton mientras su esposo se quedó en Nueva York. El equipo de prensa del Presidente ofreció a los periodistas que cubrían la gira presidencial viajar con ella en el Tango 01. Antes del último viaje de Kirchner a los Estados Unidos, ella fue a Atlanta para verse con James Carter.
Este mes la senadora representó al Gobierno en el lanzamiento de un todoterreno de Volkswagen. El Presidente se quedó en Río Gallegos y su esposa paseó por El Calafate con el presidente de la empresa, Víctor Klima. Los empresarios quedaron impresionados con el discurso de la senadora.
En el Gobierno, el principal aliado de la esposa del Presidente es el secretario de Legal y Técnica, Carlos Zannini. Quienes conocieron bien de cerca los primeros 12 meses de la gestión Kirchner aseguran que el verdadero poder está concentrado en el trío de los Kirchner con Zannini. También el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, y el titular de la SIDE, Héctor Icazuriaga, se llevan bien con ella.
No tiene enemigos declarados en el Gobierno; sí en el Congreso, donde se enfrentó con peronistas y opositores. Desde que llegó su marido al poder, ella cambió: no va a las reuniones del PJ y baja la línea oficial por medio del jefe de bloque, Miguel Pichetto.
Tampoco suele estar mucho en su despacho y habla con los medios sólo para hablar de temas legislativos.
Formalmente se ocupa de los temas de la Comisión de Asuntos Constitucionales y fue quien llevó adelante el juicio político contra el ex juez de la Corte Eduardo Moliné O´Connor.
"La emperatriz"
Ahora tiene pendientes dos proyectos relevantes: la reglamentación de los decretos presidenciales y la iniciativa de acceso a la información. En privado, algunos senadores del PJ, enfurecidos porque no se integró a la bancada, la llaman "la emperatriz"; el resto trata de congraciarse con la mujer del Presidente.
Empezó con un bajo perfil pero su exposición creció con los meses. Su trato con los medios cambió: sólo da entrevistas en el exterior. En el país sólo habló con la revista Gente.
A la "primera ciudadana" siempre le preocupó la estética personal. En medio de la crisis de 2001, cuando el peronismo decidía qué hacer con Adolfo Rodríguez Saá y todos peleaban en un salón del Senado, ella salía de las reuniones para ponerse polvo compacto. Ahora aumentó su preocupación por el físico: se agregó cabello, se sometió a una estricta dieta, bajó dos talles y hace mucha gimnasia. Detesta que se hable de eso, pero es un aspecto importante de su vida. Ama la ropa y se compra ella sola sus cosas. Paga siempre en efectivo y no acepta consejos. Una de sus diseñadoras preferidas tuvo que pedirle permiso cuando le contaron que Hilda Duhalde quería vestirse con su ropa.
Hace unos días, en el Gobierno reconocen que será candidata el año próximo. Puede ser en la Capital o en Buenos Aires, donde más lo requiera el proyecto político de su marido.
Poco después de que Kirchner jurara en el Salón Blanco, en la intimidad del despacho presidencial, LA NACION la vio preocupada sólo por estirarle la arrugada banda presidencial a su marido. Ni en ese momento alguien creía que su papel fuera a ser sólo el de una mera acompañante.
El círculo íntimo del Presidente
A Néstor Kirchner le gusta controlar cada área de su gobierno. Casi no hay decisión política que no se tome sin la aprobación del Presidente. Sólo seis personas conocen los secretos del Gobierno, tienen antes la información de las decisiones trascendentes y hasta pueden ser invitados por Kirchner a discutir algún tema. Pero todos tienen bien claro que hay uno solo que toma las decisiones: el Presidente.
Las personas en las que más confía Néstor Kirchner son su esposa, la senadora Cristina Kirchner; el secretario Legal y Técnico, Carlos Zannini; el jefe de Gabinete, Alberto Fernández; el ministro de Planificación, Julio de Vido; el titular de la SIDE, Héctor Icazuriaga y el número dos de esa secretaría, Francisco Larcher. Pero no funcionan como una típica "mesa chica" del poder.
Kirchner jamás arma reuniones con todos los que integran su grupo de confianza. Puede ser que dos o tres coincidan en alguna comida nocturna en la residencia de Olivos o en el despacho presidencial. Pero el Presidente tiene con cada uno una relación particular y toma de ellos cosas diferentes.
La única persona con quien habla de todo es su esposa. El Presidente respeta mucho su opinión y por eso hasta la incluyó en la discusión cuando tuvo que firmar un acuerdo clave con el FMI.
Zannini le cuida las espaldas. Se encarga de ver cada decreto, cada medida, cada proyecto de ley y también opina en cuestiones judiciales. Es, por su función, quien tiene la misión de resguardar la firma presidencial. Sube a ver a Kirchner -su oficina está en la planta baja de la Casa Rosada- muchas veces por día y el Presidente lo lleva a almorzar a Olivos si les queda alguna cuestión pendiente.
De Vido es el hombre que maneja el área que más le importa a Kirchner: la obra pública. Es, además, el contrapeso de Roberto Lavagna, el ministro más importante del Gobierno, aunque no participa de la intimidad presidencial.
El jefe de Gabinete controla por pedido del Presidente a todos los ministros, sigue de cerca las instrucciones que les da Kirchner y, aunque a él no le gusta que se lo digan, es una especie de "presidente bis".
En los planes del Presidente no está cambiar su estilo de ejercer el poder.
A él nunca le gustaron las reuniones políticas con mucha gente. Tampoco que todos los que lo rodean conozcan sus decisiones. Es el primer presidente, desde el regreso de la democracia, que no hace reuniones de Gabinete. Y, sobre todo, puso en los lugares más relevantes a sus hombres, a los que conoció durante su gobernación en Santa Cruz. Es, como todo político, desconfiado, pero con un plus: dicen los que lo conocen bien que no admite fácil a los de afuera.