Cristina Kirchner, Alberto Fernández y el debate sobre “el Quinto Piso”
La forma en que la vicepresidenta interpretó el libro de Juan Carlos Torre constituye un reduccionismo y un intento de manipular la historia para influir en el presente
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Es una excursión a las entrañas de un gobierno. Uno siente que está detrás del vidrio de la historia viendo cómo sucedían las cosas. Se entiende que “Diario de una temporada en el quinto piso”, el extraordinario libro de Juan Carlos Torre, haya despabilado el debate político, hoy retraído. Es posible que lo que se genera sea algo desordenado, con demasiados planos y abuso de analogías. Aún así es una buena noticia que haya discusiones más gruesas que las que ofrecen aquellas tribunas relampagueantes de la televisión reguladas por el rating.
Lanzada en agosto de 2021 y presentada el 24 de noviembre en la Universidad Di Tella, la obra de Torre ya era un suceso por el efecto boca en boca al terminar el verano, es decir, antes del 2 de abril. Ese sábado Cristina Kirchner, en su discurso sobre Malvinas, dejó caer a modo de confidencia que para el cumpleaños le había mandado al presidente Alberto Fernández un ejemplar de “Diario de una temporada en el quinto piso”. Al autor nunca lo mencionó. “Es muy interesante y de una extraordinaria actualidad”, dijo sobre la obra. Muchos analistas interpretaron que al vocear con fervor la recomendación de un título que habla sobre duras negociaciones con el FMI, divisiones internas en el gobierno, diferencias entre los diagnósticos y los discursos, todo referido a un período (el de Alfonsín) que terminó en hiperinflación y caída, Cristina Kirchner sólo estaba entregada a espolear, ahora por el atajo bibliográfico, al cumpleañero, no precisamente a agasajarlo. Las ventas se inflamaron y el debate se encausó hacia la centrifugadora diaria de la política criolla en clave de fábula.
Si al atribuirle al libro extraordinaria actualidad Cristina Kirchner quiso decir que encontró al repasar los años ochenta los mismos dramas de hoy, en especial la inflación y la dificultad de controlarla reactivando a la vez la economía, aumentando los salarios y acordando con el FMI, su comentario fue certero. Mauricio Macri podría haber sentido la extraordinaria actualidad sumando las consecuencias que tuvo para Alfonsín el hecho de no haber inventariado de entrada ante la sociedad el calamitoso estado en el que recibió la economía, una omisión que ya en 1984 era motivo de lamentaciones (la trata Torre en el marco del dilema que produce el manejo de ocultamiento de la verdad para ganar elecciones y la necesidad contraria de exponerla para gobernar). Es triste pero cierto: casi todo lo que sucede hoy en el país ya pasó antes. Los problemas se repiten de manera grotesca sencillamente porque no se solucionan. La puja distributiva es implacable. El internismo hace metástasis. La improvisación manda.
La vicepresidenta insiste en colgarse del prestigio de Alfonsín, que ella descubrió cuando el líder estaba cerca del final
Claro que arreglar con el FMI es muy estresante, sea en el sentido individual o nacional. ¿Cuestión ideológica? ¿Choque de intereses? No siempre. Puede ocurrir que la Secretaría de Hacienda, con personal partidario inexperto, haya hecho mal las cuentas fiscales y el FMI las rebote por ese motivo (1984).
Sugerir, en cambio, como se llegó a interpretar, que los procesos político-económicos se repiten calcados, que Fernández es Alfonsín, Guzmán es Sourrouille, La Cámpora es la Coordinadora y que siempre que entra en escena el FMI la historia termina mal y el país explota, constituye un reduccionismo digno de quienes acostumbran a explicar que a la grieta la plantaron Saavedra y Moreno, el López Murphy y el Néstor Kirchner de 1810, y que si Belgrano viviera sería kirchnerista.
La vicepresidenta insiste en colgarse del prestigio de Alfonsín, que ella descubrió cuando el líder estaba cerca del final, porque a la luz de migrantes intensos como Leopoldo Moreau o descafeinados como Ricardo Alfonsín piensa que el alfonsinismo residual sigue siendo tierra fértil. Insinúa una empatía ideológica con el alfonsinismo “antiimperialista” pero no la verbaliza, porque nunca dijo haberse arrepentido de formar parte del peronismo tentacular que al presidente Alfonsín le hizo la vida imposible. ¿Sólo la deuda, los militares, la inflación, las demandas sociales acumuladas y las disputas dentro de su gobierno fueron los problemas que debió enfrentar el gobierno radical? El peronismo impidió de arranque la democracia sindical, aportó trece paros nacionales, boicoteó la política de derechos humanos que era medular, una parte se opuso a la paz con Chile (de ese lado, el más reaccionario, estaban los Kirchner), e hizo una oposición hostil, implacable, carente de matices, a las sucesivas políticas económicas. En 1989, por fin, ayudó al gobierno precursor de la democracia, pero a que se precipite.
Máximo Kirchner se habrá rebelado contra las negociaciones con el FMI de Guzmán, pero de ahí a verlo como un objetor a la altura del grupo intelectual de la Secretaría de Planificación de Sourrouille, que termina desplazando a Bernardo Grinspun de Economía para implementar el Plan Austral, hay un océano.
“Diario de una temporada en el quinto piso”, que no tiene como tema central al FMI sino a los procesos de toma de decisiones gubernamentales en la Argentina, es un rara avis. No tanto porque dentro del rubro política y economía el catártico subgénero del diario personal carecía hasta ahora de un estante en las librerías. Rara avis podría ser por la prosa exquisita, confidente, atrapante. Y por las credenciales del autor, uno de los sociólogos más importantes del país. Pero lo más anormal en esta historia es que un académico de ciencias sociales se convirtió de repente en funcionario del Palacio de Hacienda, ocupó una oficina (primero en el séptimo piso, luego en el mítico quinto piso) y registró durante años, en textos y cintas magnetofónicas, “las vicisitudes de la experiencia”. Es decir, todo lo que vivió, lo que vio, lo que escuchó, su propio trabajo, pasándolo por la lente del investigador, como si se hubiese ganado una beca –lo dice él- para investigar el poder por dentro y desmenuzarlo.
Torre hasta hizo en aquellos años (1983-89) que sus compañeros de equipo (altos funcionarios como Adolfo Canitrot o José Luis Machinea) documentaran frente a un grabador, con detalle, sus sensaciones personales, incluso que tuvieran momentos de desahogo tras difíciles reuniones dentro del gobierno, con la CGT, con empresarios, en cada tironeo con el FMI, entre intrigas palaciegas encuadradas en el antagonismo entre lo técnico y lo político. Material que Torre no acopió, desde luego, con impronta notarial sino que procesó ya entonces con la misma mirada analítica que había volcado en sus otros libros, investigaciones clásicas de diversas facetas y períodos del peronismo, el sindicalismo y los obreros.
Las críticas de Torre a la vieja guardia radical atraviesan todo el volumen, que en la tercera parte desarrolla la llegada de Sourrouille al quinto piso, atalaya privilegiado para el subsecretario investigador
Luego de estar varios años en el extranjero (incluido su doctorado en París con Alain Touraine), volvió al país en 1982 justo antes de Malvinas. La primera parte del libro reproduce los pensamientos que tenía durante el desarrollo del conflicto. Son disquisiciones sobre lo que le producía como intelectual la tirantez entre la operación política de los militares y el eco popular que la rodeó. Más adelante reflexiona sobre la naciente democracia y sobre la lucha armada de la década anterior, ítem que, tomando prestado el lenguaje de la recomendadora Cristina Kirchner (ella lo dijo para juzgar todo el libro) no tiene desperdicio.
En la segunda parte aborda la etapa de la secretaría de Planificación, adonde Torre llegó de la mano de Canitrot, número dos de Juan Sourrouille. Es decir con la corriente intelectual atraída por Alfonsín, dentro de un grupo al que la tradición partidaria veía como tecnocrático e intrusivo. Las críticas de Torre a la vieja guardia radical atraviesan todo el volumen, que en la tercera parte desarrolla la llegada de Sourrouille al quinto piso, atalaya privilegiado para el subsecretario investigador.
A la UCR la define como un “partido de hombres grises y provincianos, en los que sus virtudes son sospechosamente la contrapartida de sus limitaciones”. No sorprende que muchos radicales estén enojados con el libro. Los más templados lo consideran inoportuno. Dicen que era previsible que las dos alas del gobierno peronista lo usaran como munición para sus hostilidades. Ricardo Campero, destacado dirigente del Movimiento de Renovación y Cambio, secretario de Comercio y embajador ante la ALADI en el gobierno de Alfonsín, quizás fue quien hasta ahora más enriqueció el debate. Lo hizo mediante una extensa columna publicada en el sitio Seúl, cuyo título, “Una secta en el quinto piso”, anticipa el tenor de la pieza.
Campero reivindica el éxito de la misión principal de aquel gobierno, la reconstrucción democrática. Dice que Torre se salteó la importancia de la creación del Mercosur. Le imputa una posición insular producto del academicismo. El último de una docena de argumentos en contra del libro es ético. Aunque atañe también a la oportunidad de la publicación no menciona al gobierno actual ni a la instrumentación política del contenido por terceros. Sostiene que como muchos protagonistas de la época ya no están para dar su testimonio o para defenderse, el libro debió haberse publicado antes.
Si fuera un libro periodístico tal vez sería más lógico considerar la inmediatez, pero es un libro sociológico de historia. Que, cuanto menos, ningún aspirante a líder debería dejar de leer. Su mejor contribución sería evitar que dentro de cuarenta años otro investigador publique un libro sobre el presente que también tenga “extraordinaria actualidad”.