Cristina, entre Mickey y el pato de la boda
“Con Néstor no íbamos a La Habana ni a Moscú; íbamos a Nueva York, Miami, Disney; argentinos normales, de clase media” (De Cristina Kirchner)
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Es insuperable. Cada vez que Cristina Kirchner se pronuncia, ya sea por las redes sociales o porque comparte un acto con la militancia, su palabra nos alecciona, nos pone en eje, nos conmueve.
De sus últimas apariciones, la del Instituto Patria fue sublime. “Con Néstor –dijo– no nos íbamos a La Habana ni a Beijing ni a Moscú; éramos más de ir a Nueva York, Miami, Disneyworld; argentinos normales, de clase media, gente común y como todos”.
Que tire la primera piedra quien no viajó a la tierra de Mickey, no se dio una vuelta por los shoppings de Miami o se bancó una cola larguísima para llegar a la punta del Empire State y sacarse una foto con la reja de fondo y un café de Starbucks en la mano. Si usted, querido lector, se considera de clase media y no hizo esos periplos, no es ni normal ni gente común ni como todos. Definitivamente, no existe.
Esta es la Cristina que queremos, la que admite por dónde pasan sus verdaderas pasiones: ahorrarse unos manguitos para yirar por la tierra del Pato Donald y no por la Venezuela de Chávez y Maduro, por la China de Xi Jinping o por la Rusia de Putin.
Con razón tanto interés por amarrocar dólares y por liberarle Migraciones a mister Antonini Wilson. Qué preclaro el joven Fariña cuando reveló que los dólares los pesaban en lugar de contarlos en La Rosadita. Y qué previsora la amiga Felisa Miceli al resguardarlos en el baño del Ministerio de Economía. Ahora se entiende el “éxtasis” que le causaban a Néstor las cajas de seguridad: amaba los lugares seguros donde encanutar la platita de las vacaciones. Ni qué hablar de Lopecito y los bolsos que dejó en un convento al cuidado de unas monjitas más simpáticas que Whoopi Goldberg en Cambio de hábito. Toda gente normal, de clase media –acomodada, pero de clase media al fin–, obstinada en ahorrar para volver a Yanquilandia.
Con tanta mirada puesta en Ezeiza, también se explica por qué quisieron quedarse con Aerolíneas y con Ciccone. Era para cambiar nuestros billetes por los verdes y reservarse lugares especiales en los vuelos. Acaba de confesarlo Edgardo Llano, el sindicalista aeronáutico contrario a la Ley Bases, que amenazó con escrachar y retirarles a los legisladores que la voten todos los privilegios y prebendas que les concede Aerolíneas cada vez que los piden.
Que sus viajes, querido lector, se hayan frenado por el cepo al dólar no es excusa. Menos, que se haya jubilado y ya no le alcance ni para comer lechuga. Reconozca que le faltó creatividad para las finanzas, que le erró al vizcachazo, que lo estafaron. Muchos se irán a ver a Donald, pero al grueso de la malhadada clase media le queda pagar el otro pato: el de la boda.