Cristina, encandilada por los Brics
Fascinada por la presencia en Buenos Aires de los presidentes Vladimir Putin y Xi Jinping, Cristina Kirchner parece haber encontrado su lugar en el mundo. Castigada por el rechazo que despierta su política exterior, quizá cansada por la catarata de admoniciones de las editoriales de los diarios de las grandes capitales y fastidiada por las recomendaciones neoliberales de los voceros del establishment internacional, la presidenta Cristina Kirchner luce encandilada con el aparente surgimiento de un nuevo orden mundial. Hace escasos días, exclamó alborozada: "El mundo vuelve a ser multipolar". Después de todo, la prensa occidental que no comprende las virtudes del modelo kirchnerista es la misma que ha demonizado al presidente ruso al punto de convertirlo en una suerte de villano internacional.
Difícilmente exista otro país sobre la tierra cuyo gobierno haya celebrado con mayor entusiasmo la reunión de los Brics en Fortaleza, en la que lanzaron un nuevo banco de desarrollo con el objetivo de financiar sus proyectos de infraestructuras, y un fondo de reservas con el que hacer frente a una posible crisis de balanza de pagos. La promocionada reunión de los Brics contó además con la participación, en calidad de invitados, de los presidentes de la Unasur, incluida la Argentina. Es cierto, el encuentro de los Brics tiene lugar en el marco de un nuevo escenario global: superadas las etapas de la bipolaridad de la Guerra Fría (1945-1989) y la de la unipolaridad norteamericana (1989-2001/2008), el mundo de nuestros días reconoce la gravitación multilateral de grandes actores, entre los que se destacan los Estados Unidos, China, la Unión Europea, Rusia, Brasil y la India.
Sin embargo, la realidad de los hechos aconsejaría prudencia a aquellos que se ilusionan con la sepultura del orden económico mundial surgido en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial en Bretton Woods. El fracaso del Gobierno para arreglar el caso de los holdouts en Nueva York parece confirmar las limitaciones materiales de la "diplomacia declaracionista". Para los Brics, la nueva entidad es fundamentalmente un instrumento que busca ejercer un papel político antes que económico.
Para Rusia, que ha sido expulsada del G-8 por el rechazo occidental a su activa política exterior con respecto a Ucrania, ha servido para su reinserción internacional. Para China, en tanto, constituye una plataforma para financiar sus emprendimientos de largo plazo en América Central y del Sur y en África. En este plano, conviene recordar algunas precisiones: así como el Kremlin mantiene un creciente enfrentamiento con las capitales occidentales, China sostiene una política exterior de coexistencia con los Estados Unidos, quien le reconoce su estatus de segunda potencia económica mundial. Por otra parte, si bien Rusia es un actor político central, la escala de su economía hace que su influencia no sea decisiva globalmente.
Pese a la creencia extendida en nuestro país de imaginar un mundo argentino-céntrico, la fascinación por China y Rusia no es patrimonio exclusivo del kirchnerismo. Fidel Castro acaba de anticipar que China y Rusia están llamadas a liderar el mundo. Para el anciano dictador, ambas naciones deberán garantizar la "supervivencia humana" frente a los estragos del imperialismo.
La pasión neotercermundista de la Presidenta, sin embargo, podría sorprender a algunos memoriosos. Hace algunos años, cuando era candidata, Cristina Kirchner sostuvo que su modelo de sociedad era Alemania. No por repetida pierde vigencia aquella máxima de Séneca que enseña que no hay buenos vientos para quien no sabe a dónde va.
Dentro de poco más de un año, habrá nuevo presidente. La Argentina se encuentra frente a una extraordinaria oportunidad histórica, que ofrece al país la posibilidad de establecer una agenda de Estado que ponga en marcha un programa de inserción internacional semejante, en términos comparativos, a la que tuvo entre 1870 y 1930 y que llevó al país a ser la sexta economía en la escala global.
El mundo actual demanda productos que la Argentina puede generar de manera eficiente y competitiva. Una política exterior inteligente y pragmática deberá buscar fórmulas de cooperación y no de confrontación en las realidades existentes. Es ése el camino para alcanzar el desarrollo, el mandato ineludible de la próxima generación.