Cristina: el leve peronismo del siglo XXI
En los modos de acercarse al ideal de "justicia social" reside una de las novedades del kichnerismo en relación con el peronismo
Soberanía política, independencia económica y justicia social; armonía social de clases; comunidad organizada. Todos esas duplas de sustantivos adjetivados que conformaban –si se permite la exageración– la filosofía política durante la vida de Juan Perón, son consistentes con el canto de loor que Cristina elevó a su gestión y la de su marido en el discurso ante la Asamblea Legislativa. Pero están, felizmente, de manera lavada, aggiornada a las circunstancias de un país periférico que navega, con más o menos entusiasmo que el resto, las turbulentas aguas de la globalización en estos inicios del siglo XXI.
El autorelato kirchnerista, presente en el discurso, empieza –como el de Perón– con una liberación: la liberación respecto a malévolos intereses extranjeros con conexiones locales que nos tenían dominados
, en los 30 y en los 90. En los 30 eran los ingleses y la vacunocracia local; en los 90, el sistema financiero internacional (con cabezas visibles en Wall Street y el Fondo Monetario) y los sectores privilegiados de los servicios favorecidos por regulaciones estatales, como los bancos y las privatizadas.
En ambos relatos, la liberación tiene un momento icónico, que curiosamente se consagra con un gesto de generosidad a esos mismos demonios: la compra de ferrocarriles en la época de Perón y en esta oportunidad "pagar la deuda con el FMI, de modo que ya nadie pudiera ser jefe de la economía argentina. El jefe de la economía argentina se sienta acá, y por decisión del pueblo".
Rotas las cadenas de conexión con esas fuerzas neocoloniales puede desplegarse, en ambos peronismos, una economía local basada en el mercado interno y el empleo que favorece a empresarios y trabajadores. Es una armonía de clases con participación colegiada basada "en el trípode entre empresarios, trabajadores y Estado", pero conducida desde arriba y con advertencias disciplinarias. Trabajadores: tenemos "el mejor salario mínimo, vital y móvil de toda la región", pero hay "derecho a huelga: no de chantaje o de extorsión". Empresarios, está bien que "se cansen de ganar dinero", pero "no escupan al cielo".
Las políticas concretas para ese modelo virtuoso basado en el mercado interno tienen un marco macroeconómico pero también un manejo micro. La anomalía histórica de un gobierno peronista con tipo de cambio devaluado ya acabó. La Presidenta ahora milita en las filas defensoras de la moneda nacional: "mejorar la competitividad no pasa por el club de los devaluadores" (club al que hasta hace poco pertenecía su presidenta del Banco Central, quien celebró recientemente la desvalorización de la moneda) y por lo tanto se requiere otro enfoque para fomentar la producción local. Las protecciones legendarias de la época peronista, con permisos previos para importar, créditos teledirigidos y aranceles muy desparejos resuenan en las palabras de la Presidenta: "No puede haber reglas generales para todas las empresas y todos los empresarios, vamos a ir empresa por empresa y actividad por actividad".
Las resonancias peronistas de esta etapa del kirchnerismo también pueden hallarse en esbozos tan tímidos como los de Perón por reformas auténticamente nacionalizadoras, como la ley de Tierras. Pero, como ese Perón que quiso entregar buena parte de Santa Cruz a la Standard Oil, se trata de iniciativas deliberadamente irrelevantes, dominadas por el pragmatismo de la necesidad de capitales extranjeros, particularmente en los sectores de hidrocarburos.
En los modos de acercarse al ideal de "justicia social" reside una de las novedades del kichnerismo en relación con el peronismo.
Mientras que el peronismo distribuía esencialmente afectando los precios y salarios de la economía, el kirchnerismo ha puesto más énfasis en una redistribución fiscal, a través de políticas de derrame fiscal, gastando el dinero de la prosperidad en rubros como la Asignación Universal por Hijo, la extensión previsional y la ampliación de los presupuestos educativos.
Aun con esas salvedades, el paralelismo histórico podría proyectarse hacia el futuro sin ser forzado: tanto el segundo Perón como la segunda Cristina arrancaron sus mandatos con una inflación alta y con un empeoramiento de la situación internacional. En aquella oportunidad, a comienzos de los 50, el "modelo" dio dos lecciones que haría bien en anotar la Presidenta: la inflación podía ser controlada, pero sólo tras un conflictivo esfuerzo de disciplinamiento de los sindicatos; y las circunstancias internacionales seguían siendo decisivas por más "mercadointernista" que fuera la orientación económica.
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