Cristina, contra el mundo y la sociedad
Es la CIA. Ésa fue la conclusión, rápida y seca, que sacó la Presidenta del testimonio de tres ex funcionarios venezolanos, exiliados en Estados Unidos, sobre las negociaciones de la Argentina, Irán y Venezuela. Esas revelaciones, que sacaron a la luz presuntas conversaciones sobre la venta a los iraníes de uranio enriquecido argentino, podrían provocar un escándalo internacional. ¿Sabía Alberto Nisman esta parte de la historia? No hay respuesta todavía, pero el fiscal muerto había asegurado que su explosiva denuncia contra la Presidenta y el canciller sólo contenía "el 10 por ciento de lo que sé".
El Gobierno tiene más información que la que se conoce sobre esa denuncia de Nisman. El espionaje oficial, bajo control del general César Milani, se dedicó en los últimos dos meses a revisar el trabajo y la vida del fiscal. ¿Qué sabía? ¿Hasta dónde llegaron sus averiguaciones? ¿Cómo vivía? Toda esa información está en manos de los que mandan. Cuando ya quedan pocas dudas de que Nisman fue asesinado, una encuesta encargada por el Gobierno dio resultados alarmantes. Un 65 por ciento de los encuestados señaló al Gobierno como responsable o autor del crimen. Un 70 por ciento respondió que no le creería a la Justicia si ésta dictaminara que fue un suicidio.
Esos dos datos, las revelaciones en el exterior y la opinión mayoritaria de los argentinos explican la furiosa reacción del cristinismo. Calumnió y denigró a Nisman. Actuó como si fuera el autor del asesinato, cuando nadie, en la dirigencia política al menos, le está atribuyendo ese delito. Pero es una orden de la Presidenta. Aníbal Fernández tiene demasiados años en política como para saber que no se puede enfrentar a un muerto y, menos aún, a un muerto en circunstancias violentas. La opinión pública estará siempre del lado de la víctima. Esto lo pueden ignorar los muchachos de La Cámpora, pero no Fernández. Aníbal, sin embargo, no discute las órdenes presidenciales; desde hace doce años, simplemente agacha la cabeza y hace lo que sabe que no debe hacer. Es su manera de sobrevivir en el turbulento mar del cristinismo. No le ha ido mal.
La versión de los venezolanos exiliados (un ex edecán de Hugo Chávez, entre ellos) necesita todavía de una investigación para ser corroborada. Cierta información, no obstante, la hace verosímil. En primer lugar, Irán está interesado en el uranio enriquecido argentino desde hace casi tres décadas. Sus centrales nucleares son parecidas a las argentinas. Ex funcionarios de Néstor Kirchner aseguran, por otro lado, que a ellos les consta que Hugo Chávez insistió varias veces en acercar al entonces presidente argentino con el entonces presidente iraní, Mahmoud Ahmadinejad.
Kirchner se negó siempre porque prefirió conservar una buena relación con la dirigencia de la comunidad judía de la Argentina y del mundo. Promovió, incluso, una reunión en Olivos entre Chávez y dirigentes del Comité Judío Mundial, luego de que comenzara el éxodo de los judíos venezolanos. Chávez llegó a allanar una sinagoga en busca de armas. Los militares autoritarios y el antisemitismo vienen juntos. Aquellos ex funcionarios no tienen certezas, pero suponen que Ahmadinejad estaba interesado en algo más que las circulares rojas de Interpol, aunque éstas eran también una prioridad iraní. Ese algo más podría haber sido el uranio enriquecido.
Si ése fuera el caso, Cristina Kirchner no sólo se habría convertido en la principal dirigente antikirchnerista; también habría ingresado con la elegancia de un elefante en un sensible ámbito de la política internacional. Seis potencias mundiales (Estados Unidos, China, Rusia, Alemania, Gran Bretaña y Francia) están tratando desde hace bastante tiempo de hacer previsible y pacífica la producción nuclear de Irán. La negociación de esas naciones con Irán tiene un plazo decisivo para su culminación en los próximos días. El grado de enriquecimiento del uranio es esencial para saber si será utilizado con fines pacíficos o para fabricar armas nucleares.
Desde 2012, además, varios medios periodísticos norteamericanos venían adelantando que la Argentina estaba dispuesta a venderle uranio a Irán. Esa información sólo puede salir de agencias del gobierno norteamericano. El tratado de Cristina Kirchner con Teherán se firmó en enero de 2013. Desde entonces, las relaciones del gobierno argentino con el mundo occidental se enfriaron hasta el nivel del congelamiento.
Cristina Kirchner suele adoctrinar a sus fieles diciéndoles que ella vio antes que nadie un cambio importante en el escenario internacional, y que se adelantó a las negociaciones de aquellas potencias con Irán. Esas potencias, agrega, no le perdonarán nunca su pensamiento vanguardista. Ninguna de esas naciones tiene en su historia dos atentados criminales en su territorio atribuidos al gobierno teocrático de Teherán. Ésa es la diferencia. Pero la Presidenta es así: sólo ella ve lo que nadie ve. Un funcionario kirchnerista que suele escucharla es arrastrado, a veces, 40 años hacia atrás. Él militó en Guardia de Hierro, cuyo líder, Alejandro "Gallego" Álvarez, fungía de gurú infalible. Antes del regreso de Perón, les explicaba a sus seguidores que el viejo líder no volvería nunca. "La conducción estratégica no puede bajar al territorio", les decía. Los jóvenes le creían como si escucharan a un santón. Lloraron de decepción y tristeza cuando vieron a Perón bajar las escaleras del avión en Ezeiza.
En resumen, una cosa es regatear petróleo por granos y otra cosa, mucho más grave, sería si el uranio hubiera estado dentro del negocio. Cristina sostiene que esa versión es una conspiración de la CIA, pero es lo mismo que dijo cuando lo encontraron a Antonini Wilson en el Aeroparque con 800.000 dólares inexplicables en una valija increíble. Antonini Wilson, un hombre voluminoso, imposible de disimular, había llegado en un avión privado rentado por el gobierno argentino y lleno de funcionarios argentinos y venezolanos. Si hubiera sido la CIA, la ineptitud de los dos gobiernos sería enternecedora.
En ese contexto de un cada vez más brusco cambio de la política exterior argentina, la Presidenta se trenzó en una polémica innecesaria con el gobierno de Israel. ¿Se presentó como querellante en la investigación por el atentado a la embajada? ¿Se preocupó tanto de la embajada como se preocupa de la AMIA? Todas estas preguntas se hizo Cristina y ella misma las respondió según su conveniencia. Tanto parloteo ignoró el hecho central: a Israel le volaron su embajada en Buenos Aires, hubo 29 muertos y pasaron 23 años (durante 12 de esos años el gobierno nacional estuvo en manos de un Kirchner) sin que se haya esclarecido nada. La justicia argentina sólo estableció que en los dos atentados actuó Hezbollah, la organización terrorista con fuertes vínculos con Irán y Siria. Israel es un actor central en el escenario internacional, un Estado defendido tenazmente por Occidente más allá de las discusiones con sus gobiernos.
Los únicos aspectos de Nisman que importan son su muerte y su denuncia. Todo lo demás es chismografía propia de la peor televisión. La investigación de su muerte es, según las fotos que se conocieron, la obra perfecta de un chapucero. O de un encubridor. Su denuncia es ya la denuncia de tres fiscales (el propio Nisman, Gerardo Pollicita y Germán Moldes). Moldes es el fiscal que la impulsa en la actual instancia judicial. No logró hasta ahora que reforzaran su pobre custodia. Como es habitual en ella, la Presidenta está bailando muy cerca de la línea del fuego.