Cristina candidata: ¿señal de fuerza o de debilidad?
Hay quienes alucinan con el túnel del tiempo cada vez que ella reaparece. Por lo que encuentran en su candidatura para estas elecciones, todavía no confirmada pero a esta altura ya casi inevitable, la señal de que no estamos saliendo del pozo sino mordiéndonos la cola en el fondo, a ver si podemos caer un poco más; y corremos el riesgo de pasarnos los dos años que pronto le quedarán por delante al mandato de Macri discutiendo si volvemos o no al populismo radicalizado de los doce anteriores. Un verdadero desastre y un papelón ya antes de contar los votos.
Y están los que se van para el otro lado y ven, en esa candidatura, la mayor evidencia del control y la manipulación que practica el oficialismo sobre la escena política actual, incluidas las decisiones de sus adversarios más implacables: habría sido Macri el que alentó a Cristina a volver a ponerse a la cabeza de la oposición, incluso el que le estaría garantizando su libertad ambulatoria, y el que alimenta todos los días la polarización que con su presencia se completa. Así que no habría nada de qué preocuparse: aunque ella gane, va a seguir perdiendo, y el gobierno en control de la situación.
¿Qué es lo que queda entonces del liderazgo de Cristina?, ¿y cuál es su verdadera función hoy en día?, ¿sigue siendo una protagonista estelar y mientras no desaparezca será capaz de impedir que inicie en serio un nuevo tiempo, o es la sombra de lo que fue y sobrevive apenas como pieza de juegos que tejen y deciden otros, incluido su más enconado enemigo?
Probablemente la respuesta más adecuada es que ni tanto ni tan poco. Cristina sobrevive con una adhesión importante en el conurbano (donde se duplican los porcentajes de apoyo que recibe en el interior y la Capital) por propio mérito: fue allí donde construyó su base más fiel, donde más recursos públicos invirtió para conservarla y donde más se esmeró en dejar fuera de juego a socios poco leales y potencialmente desafiantes (que convengamos, pusieron también lo suyo para hacerle las cosas fáciles: Massa al salirse del PJ y Randazzo al haber perdido meses y meses sin explicar en qué consistía su disidencia).
Pero también es cierto que, de haber sido por ella, hubiera preferido no tener que involucrarse personalmente y jugarse el prestigio y la autoridad que le quedan en una candidatura. Peor que peor, una legislativa y que puede terminar muy mal. De no haber sido por la insistencia de Randazzo, la vida disipada y la infinita torpeza de Scioli y la ausencia de otros candidatos atractivos y consensuados en su sector, todos problemas que no dependieron ni de ella ni menos de nadie en el oficialismo, la veríamos solo en carteles, no en carne y hueso metida en el barro de la campaña que está por comenzar.
Por otro lado, es cierto que el macrismo en alguna medida la estimuló a bajar al ruedo, queriendo o sin querer, al quitar del medio a Carrió (contra quien Cristina de ninguna manera hubiera aceptado competir, al menos no ahora), y concentrar el poco ajuste que se atrevió a instrumentar precisamente en territorio cristinista, vía la reducción de subsidios. Pero concluir de ello que Cristina es un instrumento macrista resulta, por lo menos, exagerado. Más allá de que algunos oficialistas lo piensen en esos términos.
Punto este último sobre el que sí conviene detenerse, porque lo cierto es que los desbordes de optimismo se repiten y no es la primera vez que enturbian los cálculos gubernamentales.
Hay en esos círculos quienes fantasean con que, llevada por su egocentrismo e intolerancia ante el disenso, Cristina terminará expulsando del PJ a Randazzo, con lo que aseguraría la total fragmentación y consecuente derrota de la oposición. Si ella va a hacer tan bien el trabajo del oficialismo, ¿por qué éste tendría que poner de su parte demasiado esfuerzo? Le convendría sentarse y dejar que las cosas pasen.
Sin embargo que algo así suceda con Randazzo es muy improbable. Ante todo porque él no tiene ningún motivo para salir del PJ: a diferencia de lo que sucede con Lousteau, el zar de los pasaportes puede reclamar ante la Justicia que se respete su legítimo derecho a competir, por ser afiliado del partido y contar con los avales correspondientes, y el cristinismo no tendría forma de detenerlo. Pero, además, lo que sí puede descontar la gente de Cristina es que el atractivo de votar una lista de seguro perdidosa será más bien escaso, y es de esperar entonces que unos cuantos de los pocos apoyos que el ex ministro del Interior retiene a la hora de votar terminen fugándose hacia el massismo o el oficialismo. Las PASO, salvo contadas excepciones, han sido siempre pre-comicios generales, no internas efectivas, por eso ya a nadie le extraña que no sirvan para nada más que para anticipar el resultado de la elección definitiva. Y eso es lo que los votantes seguramente buscarán hacer esta vez, más que perder su voto avalando una tibia renovación partidaria que ya se pinchó.
También en los cenáculos oficiales suele darse por descontado que, con Cristina candidata, el peronismo bonaerense tenderá a radicalizar su campaña y por tanto a polarizar aun más la escena de competencia, facilitándole las cosas a los candidatos del gobierno: se estará plebiscitando una vez más a la ex presidente, no lo que ellos tengan para mostrar como “frutos del cambio”; lo que, dada la continuidad de los problemas económicos y sociales heredados, será obviamente de gran ayuda. Pero tal vez las cosas no sean tan fáciles.
Cristina siempre fue mejor candidata que estratega, no digamos ya que legisladora o gobernante. Y nunca hizo campañas radicalizándose; todo lo contrario, las hizo buscando el centro y escondiendo sus sesgos y sus socios en la gestión más problemáticos: los Bonafini, los Moreno y los D`Elía. No es de esperar que vaya a hacer esta vez otra cosa, y sería bueno que en el oficialismo se olviden por lo tanto de que los demás van a hacer el trabajo que sólo a ellos les toca.