Cristina Caamaño, la otra mujer al frente de las fuerzas de seguridad
Cobró notoriedad como fiscal del caso Ferreyra, el militante del PO asesinado por una patota sindical en octubre de 2010, y fue clave en la detención del gremialista José Pedraza y el avance de la causa,que el mes que viene llega juicio. Convertida en secretaria de Seguridad y mano derecha de Nilda Garré, hoy manda sobre la misma fuerza que antes investigó por liberar la zona del ataque
Apenas salió de la reunión sacó su celular de la funda de cuero negro con tachas y marcó, uno tras otro, cuatro números. Además de sus hijos, para aceptar el cargo de secretaria de Seguridad que Nilda Garré acababa de ofrecerle necesitaba que Pablo Ferreyra, el procurador general Esteban Righi y el ministro de la Corte Raúl Eugenio Zaffaroni avalaran la decisión. Era el 13 de diciembre de 2010, el ministerio recién nacía por decreto y si, por distintas razones, alguno de ellos hubiese ejercido el poder de veto, la historia hubiese sido otra. Pablo Ferreyra es el hermano de Mariano, el militante del PO asesinado por la patota sindical. Hasta el momento de la propuesta oficial, Cristina Caamaño Iglesias Paiz estaba al frente de la Fiscalía Criminal de Instrucción Nº 4, donde se investigaba su muerte. Lo que empezó como un homicidio más terminó con José Pedraza y otros nueve ferroviarios detenidos, la policía federal investigada por liberar la zona y un intento de soborno en la Justicia para liberar a los acusados de matar a Mariano. La agenda judicial de 2012 arranca con uno de los juicios más importantes del año: febrero verá a Pedraza sentado en el banquillo de los acusados. Y Caamaño es en gran parte responsable de que esté ahí. La envergadura de la causa, los personajes involucrados y el espacio que tuvo en los medios le dieron a la fiscal una exposición que no había tenido en toda su carrera judicial. Su teoría de los autores materiales e intelectuales logró descubrir el poderío de Pedraza detrás de esa muerte. Y más de uno, entre ellos Garré, se preguntó: ¿quién es esa chica?
"Si acepto van a pensar que es como hacía Menem, sacarte de una causa que avanza dándote un cargo para frenar todo", le dijo Caamaño a su primer interlocutor.
Pablo Ferreyra, de quien se hizo amiga durante la investigación, no dudó: "Fuiste clave en la causa de mi hermano. Es importante el nuevo ministerio y también que vos estés ahí".
Después llamó a su jefe y amigo, a quien había conocido cuando hacía el posgrado de derecho en la UBA: Esteban "Bebe" Righi estaba preocupado por la causa Ferreyra y por el trabajo que significaba para él buscarle un reemplazo. Pero fiel al proyecto, no iba a ponerle trabas. Ni al Gobierno ni a quien fue su adjunta en su cátedra en la universidad.
Al juez de la Corte Eugenio Zaffaroni también lo había conocido en los pasillos de Derecho y a través del Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales y Sociales, que ella integra. Se hicieron amigos. Muy amigos. A tal punto que Caamaño es una de las invitadas obligadas a las multitudinarias fiestas de fin de año que el juez organiza en su casa de la calle Boyacá, con mariachis, grupos de trova cubana o parejas de tango, según el ánimo del anfitrión. Y en esas mismas fiestas en las que alguna que otra vez Caamaño se cruzó con el presidente de la Corte, Ricardo Lorenzetti, y con el único kirchnerista que conocía hasta el momento en que Garré la convocó: el actual vicepresidente Amado Boudou.
Con el sí bajo el brazo, esperó todo el día el llamado para decir que aceptaba el cargo, que dejaba veinte años en la Justicia para secundar a Garré. Pero nada. Pasó la noche repasando una y otra vez lo que le había dicho a la ministra: "No sé por qué yo. Soy de otro palo, alfonsinista". Estaba convencida de que Garré había dado marcha atrás. Pero el 15 de diciembre a la mañana sonó el teléfono: la esperaban para ir a ver a Cristina Kirchner en la Casa Rosada. Y ahí, mientras tomaban café y las preguntas domésticas se mezclaban con las políticas, Caamaño supo que no había margen para decirle no a ninguna de las dos mujeres que tenía enfrente. Mucho menos después de que la Presidenta le dijo: "La bala que mató a Mariano rozó el corazón de Néstor".
Atea y comunista
Con 53 años cumplidos el 7 de diciembre y el mismo talle de jean que usaba a los catorce años confiesa, no sin culpa, un compromiso político tardío y accidental. Empezó el jardín de infantes y terminó el secundario en el colegio de monjas Santa María de Jesús. Sin embargo, no tiene reparos al citar a la jueza de la Corte Carmen Argibay para definirse como una "atea militante". Y "comunista", como todavía hoy la llama su madre, que observa espantada cómo su hija guarda un solero floreado con el que se sacó una foto con Fidel Castro el día en que se lo encontró de casualidad en un hotel de Bahía. Criada en Palermo por padres comerciantes, se inscribió en la carrera de derecho de la UB apenas comenzaba la dictadura. No la dejaban ir a filosofía. Menos a una universidad pública. En un hogar apolítico, las ideas de Cristina sonaban peligrosas. Cuando a los 21 dijo que se casaba, los padres respiraron tranquilos. A los 25 ya se había separado, tenía dos hijos chicos, y la carrera de derecho había quedado postergada mientras corría otra carrera: la de llegar a fin de mes vendiendo a negocios minoristas las agendas que todavía fabrica su madre.
Su ex marido le dejó poco en términos materiales, pero se quedó con la amistad del primo de su ex, que resultaría clave en su vida política: Oscar Di Filippo la acercó a la militancia radical y le consiguió un puesto en el entonces Concejo Deliberante. Con un sueldo asegurado a fin de mes, Caamaño decidió recuperar el tiempo perdido: en apenas un par de años completó su carrera de derecho en la UBA e intentó compensar su abulia política con militancia concreta. De la mano de Franja Morada llegó a dar clases a la cárcel: Caseros, primero; Devoto, después. Así estuvo quince años, construyendo amistades intramuros. "Yo nunca les pregunto qué hicieron para estar ahí. Primero los conozco. Establezco una relación. Cuando te enterás de qué hicieron, ya es tarde porque hay un vínculo", suele repetir entre sus colaboradores. A Sergio y a Pablo Schoklender no tuvo que preguntarles nada porque cuando los conoció presos las razones eran públicas. Se hizo amiga de los dos. Con Sergio intentó presentar un proyecto de estudio en las cárceles, pero fracasaron cuando quisieron presentarlo en la comisión de derechos humanos del Congreso: a él no lo dejaron pasar por parricida. Con Pablo, que pisó la calle un tiempo después, la relación fue más estrecha: aún después del escándalo de Sueños Compartidos, Caamaño no esconde la gratitud hacia el menor de los Schoklender por haber ayudado a su hijo a salir de la depresión que le provocó ser un sobreviviente de República Cromagnon la noche del 30 de diciembre de 2004. El menor de sus dos hijos la saludó y se fue a ver a Callejeros, como tantas otras noches. Tarde a la madrugada, Caamaño se enteró en el mismo momento de la tragedia de Once y de que su hijo había sobrevivido. Las secuelas físicas resultaron apenas una anécdota. El abandonó los estudios de periodismo deportivo y apenas salía. Hasta que Pablo Schoklender le ofreció un trabajo en la imprenta de la Fundación Madres de Plaza de Mayo. Y lo sacó de su casa. Por eso Pablo fue uno de los que la acompañaron desde un discreto segundo plano -aunque ocupó la primera fila- cuando Caamaño asumió como titular de la fiscalía.
Unos meses antes de que estallara el escándalo de Sueños Compartidos, Caamaño ya había renunciado al sueldo que cobraba en la Universidad de las Madres, donde todavía es secretaria académica ad honórem. Y renunció también a su amistad con los Schoklender. No sin cierto dolor, aseguran sus íntimos. "Estoy tentada de llamarlo, sobre todo a Pablo. Pero ¿para qué? Yo no puedo hacer nada por él, eso está claro. Queda el morbo. Y eso no me gusta", comentó en una sobremesa días atrás.
Uno de sus colaboradores en la fiscalía dice que Caamaño es "muy mina" y así, esa mujer de vocación tardía que llegaba a su despacho enfundada en shortcitos infartantes pedaleando su bicicleta por Cerrito, hoy como mano derecha de Garré les da órdenes a la Federal, la Gendarmería y la Prefectura. Un ex hombre de la fuerza dice que el género pesa y aclara "de las dos", refiriéndose a Garré y a Caamaño, a las que algunos uniformados rebautizaron como "las yeguas", y así hablan de ellas cuando modulan. Ellas lo saben y reivindican esa percepción de mujeres fuertes que tienen los hombres que las rodean.
Caamaño sabe de mujeres fuertes. De la mano de la jueza Gladys Romero llegó a la Justicia y al ámbito académico. Impulsada por ella, publicó cuatro libros y se les animó a los prejuicios de Tribunales: tan comunista como le dice su madre y tan atea como se define. Con la jueza Wilma López llevaron adelante la causa que tiene a Pedraza esperando preso el juicio de febrero. Y otra mujer la fascinó al punto de lograr convencerla el día que la vio por primera vez para que la secundara en el ministerio más sensible, el que está a cargo de esas mismas fuerzas de seguridad que como fiscal tuvo que investigar.
Por Nilda Garré dejó años en Tribunales, sacrificó sus ratos libres escuchando bossa nova y los viajes que incluían escapadas a playas donde podía broncearse sin marcas. Dicen sus allegados que está lejos, muy lejos, de arrepentirse.
QUIEN ES
Nombre y apellido: Cristina Caamaño
Edad: 53
"Atea militante":
Se educó en un colegio de monjas. Sin embargo, hoy se define como una "atea militante". Comenzó Derecho en la UB, pero culminó la carrera años más tarde, separada y con dos hijos, en la UBA.
El crimen de Ferreyra:
Con reconocida trayectoria en el ámbito académico, antes de aceptar el cargo, estuvo al frente de la fiscalía que investigó el crimen del militante del PO Mariano Ferreyra.
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