Crisis en el sistema de salud: no fue magia
El honorable y bien recordado expresidente de la Suprema Corte Carlos Fayt señalaba oportunamente citando a Prestwich Scott: “las opiniones son libres pero los hechos son sagrados”. Lejos del realismo mágico y de toda crónica de final presagiado, los prestadores de salud podrían inspirarse en Fayt adaptando la frase en la siguiente expresión: las opiniones son libres pero los costos son sagrados.
Lo cierto es que la actualidad no incluye ningún elemento fantástico para pensar que este proceso de deterioro y desgaste en el sistema de salud fue mágico. Diríamos todo lo contrario , la realidad, la fría y contundente realidad, nos lleva a proyectar que en estas condiciones el acceso a la salud de calidad a la que estábamos acostumbrados, será un bien escaso en el futuro inmediato de no cambiar el rumbo de los acontecimientos.
El desmanejo y las distorsiones en el sistema de salud como la mayoría de los problemas estructurales en la Argentina son de larga data. Deberíamos quizás remontarnos a más de 20 años de idas y venidas, con inflación siempre creciente y delegación de responsabilidades a un eslabón más bajo de la cadena que produce los servicios de salud. Llegando al colmo de lo absurdo es que hoy la mayor carga de responsabilidad recae sobre los prestadores de salud y en particular sobre el médico mal pago y precarizado en su función económica y social.
La sanidad es considerado un bien preferente y esto está inserto en la cultura del ser nacional que ha concebido tanto a la salud como a la educación como beneficios sociales de percepción individual que deben ser accesibles para la ciudadanía en general. Esta concepción es un avance evolutivo en la construcción de la noción del ciudadano y de la satisfacción de las necesidades básicas, de hecho de una u otra manera , estamos discutiendo el derecho a la vida por ende un derecho universal.
Ahora bien, esta evolución y estos avances no se corresponden con la necesidad de financiamiento eficaz de esa concepción. En realidad lo que no acompaña esta idea verdaderamente es la administración de los recursos que se destinan a los servicios de salud que en definitiva son los que materializan estas ideas e impactan de manera concreta en la calidad de vida de los ciudadanos; de las personas.
La Argentina destina aproximadamente el 9,5% de su PBI a la Salud. Una cifra envidiada quizás por otros países de la región y del mundo. Y eso es un logro .Ahora bien ¿qué ocurre con semejante presupuesto?. El sistema de salud hoy se nos presenta en lo público en un estado calamitoso crónico, y en algunos casos siniestro para los pacientes y los trabajadores; y en la esfera privada con un respirador que está desconectado y con un final anunciado.
El 70% de los argentinos se atienden en el sistema privado de salud y esto se debe a que el sistema público no da abasto. Quienes prestan servicios de salud, por ende brindan las consultas, estudios y cirugías, no pueden sostener su actividad en estas condiciones económicas. Esto no se reduce a un problema sectorial, la escalada del colapso de los prestadores de salud repercutirá indefectiblemente en restricciones que sufrirá la gente en su vida cotidiana. La salud no sólo debe ser concebida como fundamental, debe ser sostenida con igual convicción y con efectiva aplicación en sus efectos materiales.
La ciudadanía se ejerce, dicen un slogan, de promesas inconclusas. En esa línea la sociedad no puede aceptar una vez más se atropelle su derecho a pretender calidad de vida y acceso a la salud en condiciones humanas y razonables. ¡Está en nosotros!
Licenciado, magister en Administración de Servicios de Salud, miembro de la Comisión de Administradores del Consejo Argentino de Oftalmología