Crisis de la democracia o mal ejercicio del poder
Hace tiempo se oye hablar de “crisis de la democracia”. Preocupación que suele relacionarse con el triunfo electoral de alguna fuerza de “derecha”, aun cuando resulte de la voluntad del “pueblo” expresada en comicios libres, como había ocurrido hace un tiempo en Brasil y USA, y más recientemente en Italia, Francia, Alemania y nuestro país, además del regreso al poder de Trump. Afirmaciones que debieran analizarse teniendo en cuenta la relación particular entre los elementos constitutivos de la democracia: pueblo y poder (demos y kratos).
En su Teoría de la democracia Sartori señala la diversidad de fenómenos que se asocian con el vocablo “pueblo” para concluir que “no puede reducirse a menos de seis interpretaciones”, de la cuales elige la de “pueblo entendido como la mayor parte, expresada mediante un principio de mayoría limitada”. Y en cuanto al poder, Weber lo define (en Economía y sociedad) como “la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aun contra toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad”. Pero es la relación entre estos dos conceptos la que arroja mayor claridad al respecto. En la obra citada Sartori dice: “La distinción crucial en materia de poder es la que se establece entre sus titulares y sus detentadores reales. El poder es, en última instancia, exercitium: el ejercicio del poder. Cómo puede el pueblo (…) ser el detentador efectivo del poder”. Para reafirmar esta imposibilidad cuando cita: “El pueblo, para Rousseau, no delegaba su poder y no debía abandonar el ejercicio del poder”, solución que califica como “difícilmente práctica”. Y por último, Sartori aclara: “…la competencia electoral no asegura la calidad de los resultados, sino sólo su carácter democrático.”
De lo anterior surge que, si se quiere comprender por qué se dan los resultados electorales que se definen como “crisis de la democracia”, es necesario considerar cuáles son las necesidades que el pueblo espera le resuelvan sus representantes, y cuyo incumplimiento lleva a elegir una fuerza política diferente. Una respuesta plausible es que el pueblo los vota para que se garantice a todos, sin exclusiones, derechos y libertades, pero también oportunidades económicas y sociales que brinden, a todos los ciudadanos, la posibilidad de satisfacer sus necesidades materiales y culturales, con posibilidades concretas de movilidad social ascendente.
En esa línea veamos qué ha pasado con nuestros representantes desde la recuperación de la democracia. El radicalismo, como organización política, garantizó derechos y libertades, pero se opuso a los intentos de Alfonsín por superar la crisis económica heredada, provocando la renuncia del equipo económico de Sourrouille, que trajo como consecuencia una crisis cuyo exponente más visible fue una hiperinflación que llevó a Alfonsín a abandonar el poder antes de terminar su período. Crisis que también se manifiesta en un manejo del Estado tan deficiente que llevó al colapso el funcionamiento de la mayoría de los servicios públicos. Esto produjo tal impacto en la opinión pública que la lleva a aceptar la privatización de esos servicios, tal como lo mostró Mora y Araujo en La argentina bipolar. Cambio cultural que favorece la llegada al poder de Carlos Menem, quien, con la bandera de una revolución productiva, achica el Estado privatizando servicios que no se atendían adecuadamente, y así logra terminar su primer período con una aceptación que le otorga la reelección. Pero su obsesión por ser reelecto nuevamente y un alto grado de corrupción desvirtuaron el proyecto. Lo sigue un nuevo mandato de la UCR encabezado por De la Rúa, con tal grado de inoperancia que debe abandonar el poder. Y así llegamos a los gobiernos kirchneristas que llevaron al país a un estancamiento económico que se expresó en desempleo, informalidad, pobreza e inseguridad, todo acompañado de un manejo corrupto del Estado que solo garantizó el enriquecimiento ilícito de todos aquellos que compartían el Poder. El breve interregno de Pro no fue capaz de cambiar el rumbo de nuestros fracasos.
Y así llegamos a 2023, cuando la ciudadanía busca alternativas para intentar mejorar su situación económica y social eligiendo a Javier Milei. Pero esa misma ciudadanía hará, en 2027, un balance de los 4 años del Gobierno; y según cómo evalúe su ejercicio del poder, decidirá si le renueva, o no, el mandato. Pero, cualquiera sea su decisión, no debiera hablarse de “crisis de la democracia”.
Sociólogo