Crímenes y detectives. Derivas del policial, ese género inextinguible
El español Javier Cercas se atrevió en Terra Alta a abordar por primera vez la novela negra y despierta un interrogante: hasta dónde se puede ser hoy original
Nunca hay que reprocharle a un escritor que se dé sus gustos. Menos a uno de los quilates del español Javier Cercas (Cáceres, 1962), al que endilgarle cualquier especulación respecto de conveniencias, modas y demás resulta como mínimo perezoso. Habrá que agradecerle, en todo caso, que con Terra alta –novela con la que ganó en España el Premio Planeta 2019– no haya intentado situarse por encima del género policial para bastardearlo con el cinismo que se disfraza de ironía o parodia, como hacen algunos autores o sucede con frecuencia en el mundo del cine. También que no haya involucrado al lector en una mascarada infantil a lo John Banville y su álter ego Benjamin Black, por quien, más allá del valor literario de esos libros, el escritor irlandés se presta a toda clase de juegos, empezando por anular cualquier misterio y admitir que Black no es otro que él.
Aunque ya había bordeado lo policial en alguna de sus obras previas, incluyendo en cierto modo los libros de no ficción que lo proyectaron internacionalmente –Soldados de Salamina, Anatomía de un instante–, Cercas tomó la decisión de lanzarse esta vez al género de lleno. Pero lo extraño para un escritor que ha sabido encontrar no uno sino varios registros en sus narraciones es que haya respetado todas sus reglas. En otras palabras, que lo haya adoptado con tal pasividad –o respeto, o admiración– que en Terra Alta, esa novela policial, sobrevivan solo unos pocos atisbos de la singularidad de su pluma. Como alguna vez señaló Ernest Hemingway, con esa demoledora claridad con la que regalaba solidez teórica casi sin buscarlo, el arquetipo puede ser un punto de partida, pero jamás debería ser el punto de llegada.
En su punto de partida, Terra Alta posee todos los condimentos del policial como para que la novela fluya siguiendo sus leyes sin sobresaltos. El disparador es el asesinato de una pareja de ancianos, dueños de una empresa gráfica con subsidiarias en diversos países e innumerables propiedades y empresas menores en una pequeña localidad cercana a Barcelona. Los Adell son, como reza el latiguillo, los "dueños del pueblo" que da nombre al libro, de quienes todos dependen, y a quienes en secreto aman y odian por igual casi todos sus habitantes.
Lo particular del crimen reside en que, más allá de algunos objetos de valor que faltan y del revuelo provocado en un par de habitaciones, los ancianos han sido torturados con alevosía y método. El trabajo parece obra de profesionales, y al mismo tiempo hay algo tan excesivo en la ferocidad de esas muertes que podrían considerarse absurdas. El equilibrio argumental se completa, por supuesto, con el detective del caso, un tipo callado y taciturno que, pese a no haber alcanzado todavía la treintena, parece cargar con toda la experiencia y oscuridad del mundo.
El homenaje que Cercas le hace al género –un género que nunca ha perdido su visibilidad ni efectividad comercial, por mucho que los agentes de prensa y editoriales pretendan a cada rato resucitar algo que está perfectamente vivo– hace pie en una serie de modelos contemporáneos que podrían pensarse como un híbrido entre el predominio de la razón propios del policial "blanco", y esa opacidad más contemporánea, aunque ya contenida en ese emblema tradicional que representa la figura previa de Sherlock Holmes, en la que aquel que investiga resuelve en mayor o menor medida los problemas de los otros, pero apenas puede con los suyos. Ese cruce o superposición entre lógica –a veces poco rigurosa o incluso disparatada– y emotividad, sensibilidad y también erudición tal vez fue llevada a su punto más alto por el brasileño Rubem Fonseca en los años 80, cuando produjo obras maestras como Bufo & Spallanzani –traducida como Pasado negro–, El gran arte o Vastas emociones y pensamientos imperfectos.
Con todo, Cercas parece haberse recostado en mayor medida para encontrar el tono de Terra Alta en su coterráneo Manuel Vázquez Montalbán. No en el mítico personaje de Pepe Carvalho que ideó el autor español, sino en el universo que lo rodea. También en el espíritu de las novelas del recientemente fallecido Andrea Camilleri, que a su vez celebran de manera explícita a Vázquez Montalbán. Acaso se establezca un diálogo más o menos consciente con el cubano Leonardo Padura y la serie protagonizada por Mario Conde, no tanto otra vez con su protagonista principal sino con los personajes secundarios, los registros, el estado de ánimo general de novelas como La neblina del ayer o La transparencia del tiempo. Sin embargo, es precisamente en el personaje central de la historia, el agente Melchor Marín, donde Terra Alta se aleja de todos esos modelos y elige la oscuridad más sobria e introspectiva del inspector Wallander o el comisario Adamsberg, protagonistas de las series que le dieron reputación mundial al sueco Henning Mankell y a la francesa Fred Vargas. Marín es una persona de pocas palabras, en parte inaccesible, y mucho de ese carácter críptico deriva de un pasado teñido por el conflicto.
Esa combinación tan variada de elementos, sin embargo, nunca termina de ensamblarse del todo en la novela de Cercas, en la que cada arquetipo –el del entorno y el tono general que parece oponerse al del protagonista– transcurre en línea recta, sin mayores matices. El yerno de las víctimas es superficial y aprovechador, el gerente que toma las riendas es pura frialdad y cálculo, los colegas de Marín son unos burócratas sin convicciones pero con todas las mezquindades a cuestas. Pero ¿puede la literatura policial, un género con tanta historia, aspirar todavía hoy a la originalidad? Cercas en todo caso parece carecer de la ambición de algunos contemporáneos como la brasileña Patrícia Melo o el británico Jake Arnott, tan enamorados del género que no dejan de rendirle justo tributo de libro en libro y aportarle algo nuevo.
Terra Alta
Por Javier Cercas
Planeta. 375 páginas. $ 890