Costos económicos, humanitarios y políticos de la ocupación de Afganistán
El Emirato Islámico de Afganistán constituye una teocracia islamita que se encuentra en una región montañosa de aproximadamente 650.000 km2, rica en minerales (aunque prácticamente inexplotados por falta de inversión externa) y sin salida al mar. Limita con Pakistán, Irán, tres ex repúblicas soviéticas y China. Cuenta con una población del orden de los 32 millones de habitantes de religión musulmana, compuesta por 14 etnias que hablan no menos de 10 dialectos. Según últimas estimaciones, su PBI es de apenas 25 mil millones de dólares, lo cual implica un ingreso per cápita anual de sólo 700 dólares; constituyendo uno de los países más pobres del mundo. Asimismo, y de acuerdo a índices desarrollados por las Naciones Unidas, el país se encuentra entre los más corruptos y de peor calidad de vida del planeta.
Dicho esto, la pregunta que surge es: ¿cuáles fueron las causas de la invasión a fines del 2001 de EE UU y de sus aliados de la OTAN? La respuesta es muy clara: se trataba de desplazar del poder a la secta de los llamados “talibanes” (fundamentalistas musulmanes sunitas, violadores seriales de los derechos humanos), constituir un sistema político republicano democrático y aniquilar a la organización terrorista de AL Qaeda; responsable del ataque a las Torres Gemelas de septiembre 2001 y que –por ese entonces- utilizaba Afganistán como principal base de sus operaciones.
Inicialmente la invasión fue exitosa. En efecto: las fuerzas aliadas ocuparon gran parte del territorio, desplazaron a los talibanes del poder que ocupaban desde 1996, instauraron un nuevo gobierno pro “democrático” e iniciaron fuertes combates tanto contra los Talibanes como contra los miembros de AL Qaeda aunque sin poder eliminarlos totalmente, ya que muchos de ellos se refugiaron en Pakistán y en terrenos montañosos prácticamente inaccesibles para las tropas convencionales.
Así las cosas, a lo largo de los años la ocupación se fue complicando, llevando a que EE UU pasara a soportar la casi totalidad de los costos económicos y militares de la operación. El tiempo insumido hasta la pésima y reciente evacuación final de sus tropas en el pasado agosto (¡20 años!) , el número creciente de tropas enviadas , la cantidad de bajas tanto militares como civiles, el enorme costo económico, humanitario y geopolítico y la nueva toma del poder por parte de los talibanes hablan bien a las claras del tremendo error estratégico cometido.
En lo que hace al envío de tropas, de acuerdo al informe elaborado por el Watson Institute de la Brown University de EE UU, la cantidad inicial fue del orden de los 5000 soldados; número que fue creciendo hasta llegar –en su pico máximo de 2015- a 110.000 combatientes. A partir de allí, comienza una retirada gradual hasta llegar en agosto pasado, cuando Kabul cae en manos de los Talibanes, a aproximadamente 3500. Como ya se ha dicho, las tropas fueron evacuadas casi sin tiempo y con una logística muy alejada de lo razonable.
Respecto a la cantidad de bajas, las mismas ascendieron a la friolera de casi 240,000 personas; esto es: 2.450 tropas norteamericanos y 1.150 aliadas; 80.000 policías y militares afganos; 85.000 talibanes, miembros de AL Qaeda y otros opositores paquistanos y, finalmente, 70.000 civiles. A este dramático escenario, deben agregarse –aproximadamente- 20.000 heridos de guerra norteamericanos y una cantidad desconocida del resto de las partes intervinientes.
En cuanto al aspecto económico, el Watson Institute estima que -a lo largo de los 20 años de ocupación- el costo total asciende a una cifra no menor a los 2,3 billones ( millones de millones) de dólares, equivalentes a casi seis PBI de nuestro país. Cabe destacar que este monto no incluye los gastos futuros para el cuidado de los veteranos de guerra, ni el pago de intereses por la deuda incurrida para financiar la operación.
De lo analizado surge, claramente, que ninguno de los objetivos planteados inicialmente se cumplieron. En efecto: los talibanes han vuelto al poder, la república democrática planificada no existe, los grupos remanentes de AL Qaeda siguen vigentes, sumados a una rama del Ejército Islámico; todo lo cual convierte a Afganistán en un nuevo caldo de cultivo terrorista.
Sin embargo, no todo termina allí. Desde el punto de vista geopolítico, el vacío dejado por EE UU rápidamente ha sido ocupado por China que, deseosa de asegurar y estabilizar su frontera “musulmana”, le ha manifestado a las autoridades talibanas su “deseo de profundizar las relaciones amistosas y de cooperación económica”, especialmente en lo que hace a la producción minera y a la reconstrucción de la infraestructura. Por su parte, Rusia no ha perdido el tiempo y ya ha iniciado contactos con el nuevo gobierno talibán.
Ahora bien, ¿qué escenario ha dejado el fin de la ocupación? Realmente un país al borde del colapso económico y sanitario: el PBI caería más del 20/25%, entidades financieras en situación crítica, alta inflación, desvalorización continua de la moneda, pobreza no menor al 75% ( con un 20% de extrema indigencia, o sea 6,5 millones de personas en situación de hambre!) insuficiencia de medicamentos, sistema sanitario colapsado y desabastecimiento de materias primas y alimentos y miles de personas huyendo del caos. Todo esto agravado por el cese de la ayuda externa que durante la invasión representaba el 40% del su PBI y que, imperiosamente, necesita Afganistán para salir de este dramático escenario. A este respecto, las reservas de su Banco Central depositadas en EE UU (aproximadamente 9.000 millones de dólares) han sido congeladas. Asimismo, tanto el Banco Mundial como el FMI han interrumpido toda ayuda.
En síntesis. La invasión iniciada en el 2001 y finalizada en agosto pasado, desde todo punto de vista ha sido un error geoestratégico que, como se ha visto, dio lugar a un enorme costo económico (2,3 billones de dólares) y humanitario (240.000 muertes). El fracaso ha sido evidente, debiendo Occidente en general y EE UU en particular comprender entender que no es posible reconstruir, o más bien fundar, por la fuerza un sistema republicano y democrático en sociedades cultural, política y religiosamente diferentes. Lo cual no quiere decir que no se deba intentar dicha transformación; claro está que con cooperación económica sujeta a cambios graduales en los sistemas políticos bajo análisis. Tarea por cierto nada sencilla.