Corte
"Para salvar la política hay que dar un corte y empezar de nuevo."
(De Aníbal Fernández, secretario general de la Presidencia.)
Bien entendido de que debe ser un corte en la yugular, pues de lo contrario no se justificaría eso tan enfático de empezar de nuevo. Aunque es de creer que alguien animoso como el secretario Fernández sabe bien de qué habla y que cuando dice "empezar de nuevo" quiere decir, precisamente, empezar de nuevo.
La propuesta es tentadora y merece que en torno fructifiquen algunas fantasías clásicas, del tipo aquel de "se acabó, me voy, me escapo", cuya enunciación anticipa una hamaca en Tahití, un séquito de tahitianas abanicadoras y un trasfondo desleído de remotas calles porteñas con recuerdos antiguos de trastornos, rabietas, agobios y obligaciones imposibles.
No obstante su imprecisión, la imagen da razonable idea de lo que se anhela de la decantada reforma política, suerte de viaje inmóvil que por quién sabe qué vía inesperada traerá Tahití -o Escandinavia o Alabama- a Buenos Aires: no habrá entonces lo que conocemos sino lo otro, con rostros nuevos, partidos nuevos y encuestas nuevas. Cambiarán las leyes y los resultados electorales, junto con los programas que almacenan los equipos de computación y el ánimo universal. Sumido en la felicidad, un atardecer nuestro hombre aspirará profundamente tras haber saboreado un jugo de frutas y jugueteado displicentemente con su collar de flores.
Todo merced a un corte, una maniobra quirúrgica menor apenas para suprimir arrugas, acompañada de la ablación de bigotes y de la implantación de un entretejido capilar. Advirtamos que en alguna otra vida, Fernández es un prominente facultativo dedicado al embellecimiento de los famosos. Además, es una persona seria y tiene derecho a ser admonitorio: hay que cambiar, hay que viajar, hay que empezar de nuevo, decirles adiós a la ropa vieja, a la casa vieja, a la mujer vieja. Yo corto, tú cortas, él corta, sea el teléfono o el hilo de Ariadna. O siquiera el mazo de barajas, aunque no exactamente para empezar de nuevo sino para repartir de nuevo naipes marcados que siempre les tocan a los mismos, porque, estimado amigo Fernández, si las cosas fuesen tan sencillas la política no existiría.