Coronavirus. Protegernos de un virus silencioso y proteger la sagrada república
Pasaron casi seis meses desde la asunción de Alberto Fernández a la presidencia de la República Argentina, y muchos recordaran el discurso de altísima calidad republicana que en aquel momento disertaba el nuevo presidente, ante un público diverso, donde el presidente entrante y el saliente cumplieron con el pase de banda y se abrazaron respetuosamente, y donde Fernández pronunció una y otra vez la importancia de poner en alto los valores de la república.
Parecía que asomaba una nueva Argentina, mientras pronunciaba el presidente al final de su conciliador discurso: "nadie sobra en nuestra nación, ni en su opinión, ni en sus ideas, ni en sus manifestaciones" … "ha llegado la hora de abrazar al diferente".
Desde aquel momento pasaron tantas cosas…
Se aprobó con extrema celeridad la Ley de Solidaridad Social y Reactivación Productiva, un mega proyecto que incluía numerosas medidas de emergencia, algunas con claras intenciones de ayudar a los sectores más vulnerables, y otras que generaron enorme polémica, como la referida al artículo 85 del proyecto de Ley de Emergencia Pública, que implicaba otorgar al Presidente amplias facultades para poder reformar el Estado y gobernar con extrema discrecionalidad. En aquel momento, opositores políticos y gran parte de la sociedad civil se pronunciaron molestos ante esta medida que no respetaba el espíritu de republicanismo manifestado por el presidente apenas asumió en funciones. Frente a tal estado de situación, el polémico artículo fue omitido.
Pero mientras tanto, y de repente, sorpresiva y silenciosamente ingresó un virus que no tenía que ingresar en Argentina porque solo podía aterrizar en naciones que tuvieran bajas temperaturas, pero el coronavirus ingresó, y desde aquel momento nuestras vidas comenzaron a transformarse de un modo que jamás hubiésemos imaginado.
Desde el viernes 20 de marzo de 2020, se decretó que los argentinos debían respetar un aislamiento social, preventivo y obligatorio, plagado de restricciones y prohibiciones, porque el propósito del presidente (con el apoyo del jefe de gobierno porteño, el gobernador de la Provincia de Buenos Aires y demás gobernadores provinciales), era ganarle la batalla a este "virus silencioso", que contagia con enorme rapidez y puede colapsar nuestro sistema sanitario. Así, se dispuso que durante quince días debía fortalecerse el precario sistema de salud argentino y que debían conseguirse y fabricarse gran cantidad de test para la detección del coronavirus. Tales intenciones sonaban tan criteriosas como responsables, y así la enorme mayoría de los argentinos nos pronunciábamos en las diferentes redes sociales reafirmando #YoMeQuedoEnCasa.
Pero los quince días se transformaron en quince días más, y en quince días más, y en quince días más, y seguimos esperando los quince días más.
Mientras tanto, nuestro sistema de salud logró fortalecerse razonable pero no suficientemente, por eso seguimos bajo un tipo de cuarentena estricta y obligatoria. Se pudieron flexibilizar actividades en provincias y localidades del interior que lograron contener al virus, y hace un par de semanas pudimos flexibilizar ciertas actividades en la zona del AMBA, actividades que luego debieron dar marcha atrás, frente al crecimiento exponencial que comenzó a manifestar el virus en los últimos días.
¿Qué otra cosa pasó o no pasó en este tiempo de estricto encierro en nuestras casas? Pasó que no pasó lo que esperábamos que pase, que los grandes epicentros de aglomeración de personas sean controlados para que el virus no ingrese y se desbande, elevando la curva de contagios. Así, mientras los ciudadanos de mayores recursos se quedaron en sus casas; geriátricos, cárceles y villas de emergencia fueron desatendidos y el virus ingresó para hacer de las suyas. Los espacios más vulnerables donde la pandemia podía volverse inmanejable, no recibieron la atención necesaria durante ese tiempo preciado para darle batalla al virus, para prevenir que lo que no tenía que pasar, pase.
Y curiosamente, el art 85 de la cuestionada ley que tuvo que desestimarse, anulando las facultades discrecionales que pretendía tener el presidente, se desestimó como art 85 de la cuestionada ley, pero las facultades discrecionales de todos modos llegaron, para quedarse, y por tiempo indeterminado.
Pocos pueden negarse a que se atienda con preocupación y estricta dedicación un virus que fue declarado pandemia mundial apenas comenzado el año. Pero muchos podemos afirmar que existen otros modos de enfrentar con responsabilidad y rigurosidad la proliferación del coronavirus.
Desatender la economía aduciendo que la salud es lo que prima, es no entender que el que no come no vive, y en que no vive no goza de salud. Seguir tutelando con imperativos legales a personas que pueden cuidarse apelando a la responsabilidad ciudadana, en lugar de ocuparse de aquellas personas que requieren de una extrema atención y fueron libradas a la intemperie, es ocuparse mal.
De geriátricos y cárceles ya no hablamos más, ahora llegó el momento de barrios vulnerables, porque en Argentina pasamos de un tema u otro, y de lo que no se habla no existe. Pero los epicentros de contagios siguen existiendo y en estos lugares es donde el virus detonó del modo más desafortunado, y así puede colapsar nuestro sistema sanitario y así pueden llorarse miles de muertes.
Tal vez sea tarde, porque estos espacios de aglomeración de personas ya se encuentran con el enemigo silencioso haciendo ruido, o tal vez estemos a tiempo de repensar esta cuarentena, para que predominen los estrictos protocolos y la responsabilidad ciudadana, pero sin penas ni castigos, y que el Estado enfoque su socorro con enorme responsabilidad y respeto, para asistir a aquellas personas que comienzan a atravesar el peor invierno de sus vidas.
Que el Poder Legislativo en estos meses de pandemia solo haya sesionado sobre la continuidad de la educación a distancia, que el Poder Judicial siga "de feria" mientras el periodismo se encarga de investigar sobre la miserable corrupción (compras con sobreprecios. licitaciones dudosas), que no exista una accountability o control ciudadano, porque nuestros representantes no rinden cuentas, ni siquiera sobre aquellos gastos que realizan con dinero público para hacerle frente a la crisis sanitaria más compleja de las últimas décadas, muestra una vez más, que un solo poder del Estado es el que discrecionalmente decide sobre las cuestiones que afectan sensiblemente la vida de todos los argentinos.