Coronavirus. Para ganar la batalla hay que salir de la trinchera
Apelando a las analogías y metáforas bélicas a las que nos tiene acostumbrados el coronavirus y remedando las características de los combates de la Primera Guerra Mundial, las batallas no se ganan si nos quedamos en la trinchera esperando el contraataque de las fuerzas enemigas. Mientras estamos protegidos en estos surcos de tierra y hormigón, tenemos que diseñar la estrategia y la táctica para la próxima escaramuza, prepararnos mentalmente, y salir al combate bien pertrechados. Pero si nos quedamos allí, con una falsa sensación de seguridad, escuchando los silbidos de las balas y los morteros, los aullidos de los soldados enemigos, las granadas que nos explotan alrededor produciendo bajas entre nuestros camaradas, nuestras fuerzas se diluyen, nuestro miedo se convierte en pánico y nuestra moral cae estrepitosamente. Y cuando entonces tenemos que salir a la batalla (porque en algún momento hay que salir o nos arrasan), ya es tarde.
Las medidas de aislamiento obligatorio generalizado que se tomaron tempranamente fueron muy oportunas porque permitieron controlar la trayectoria de la epidemia cuando aún teníamos muy pocos casos y muy pocas muertes, en contraste con países europeos que tomaron las mismas medidas cuando tenían 100 veces más casos y muertes con relación a su población. Así ganamos tiempo crítico para compensar los titubeos e imprevisiones iniciales del Gobierno cuando se subestimó la magnitud de la pandemia, y preparar mejor al sistema de salud en cuanto a aumento de camas de cuidados críticos, refuncionalización de las camas en los hospitales generales y centros de aislamiento, compra de reactivos, insumos críticos y respiradores, y equipos de protección para el personal de salud, entre otros.
La efectividad de las medidas es contundente en cuanto al aplanamiento de la curva de contagios, y como esas medidas se tomaron cuando la epidemia recién comenzaba en el país, el sistema de salud jamás estuvo ni por asomo en riesgo de desborde o colapso. Hoy los hospitales, clínicas, sanatorios y terapias intensivas en el país tienen tasas de ocupación que no llegan a la mitad, cuando a esta altura del año suelen superar 80%. Esto es así por la suspensión de los procedimientos programados en los hospitales, la reducción de lesiones de tránsito por la baja circulación, la decisión de la gente de no ir al hospital o a los consultorios por temor a contagiarse, y también las barreras y obstáculos para poder ver a los médicos y otros profesionales en el contexto de la pandemia, entonces los servicios de salud están con una gran capacidad ociosa.
Cada país está ensayando sus propias estrategias para combatir al virus. Algunos empezaron muy tarde y tuvieron que cargar con un saldo terrible de infectados, muertes y colapso de sus sistemas de salud como Italia, España, Francia y Reino Unido, otros siguen subestimando la epidemia sin tomar medidas coherentes, aun presentando situaciones críticas, como Estados Unidos, Brasil y México. Otros países como Suecia tomaron un camino intermedio con medidas de distanciamiento social más laxas pero protegiendo a la población vulnerable y apelando a la responsabilidad de la gente. Sin embargo, no sabemos cuál será la cuenta de casos, hospitalizaciones y muertes al final del día, cuando la pandemia termine, sea por su propagación natural e inmunización de la mayoría de la población, o sea por la llegada de la vacuna.
Justamente porque tomamos medidas anticipadas que redujeron la velocidad de propagación del virus, estamos recién al comienzo de la maduración de la epidemia. A pesar de los números y proyecciones que se están revoleando todos los días, la mayoría sin demasiado sustento epidemiológico o matemático, no conocemos realmente cuándo se producirá el famoso pico. Aun cuando el COVID-19 es una enfermedad que en más de 90% de los casos presenta formas leves, la salida del confinamiento va a producir muchos más infectados, muchas más hospitalizaciones, muchos más casos críticos y muchas más muertes. Pero si mantenemos nuestro plan de combate, si nos atenemos a nuestra estrategia y nuestro planteo táctico, podremos minimizar el daño, proteger a nuestro sistema de salud del colapso y aguantar, con avances y retrocesos, hasta que llegue un tratamiento efectivo o la vacuna.
La cuarentena no elimina el virus ni lo hace retroceder, sólo detiene por un tiempo su propagación. Frenar su avance fue importante hasta ahora, pero no vamos a ganar esta batalla quedándonos en la trinchera cuando el virus sigue allí afuera, esperando que salgamos, mientras la economía se desploma y la sociedad en la que queremos vivir cuando todo esto termine, comienza a difuminarse
La cuarentena, acompañada del resto de las medidas de distanciamiento social, es nuestra trinchera. Es el recurso que nos da el tiempo crítico para alistarnos para la batalla, preparando mejor el sistema de salud. También nos permite diseñar una estrategia efectiva y focalizada para el combate con el uso de tapabocas y nariz, lavado de manos y distanciamiento físico, segmentación geográfica y demográfica, aislamiento en ancianos frágiles y personas con enfermedades crónicas serias, abordaje especial de población de altísimo riesgo de contagio como la que vive en barrios de emergencia y asentamientos, geriátricos o cárceles, y protección a nuestros trabajadores de la salud. Y por último, planear una táctica eficaz para reconocer el blanco e inmovilizar al enemigo apelando a la ampliación de testeos para diagnóstico inmediato de casos sospechosos y rastreo rápido de sus contactos con "comandos" de rastreadores entrenados. Pero quisiera reiterar hasta el cansancio que la prolongación de la cuarentena por más tiempo, sin un plan de salida como el propuesto, no sólo no soluciona el problema, sino que lo complica. La cuarentena no elimina el virus ni lo hace retroceder, sólo detiene por un tiempo su propagación. Frenar su avance fue importante hasta ahora, pero no vamos a ganar esta batalla quedándonos en la trinchera cuando el virus sigue allí afuera, esperando que salgamos, mientras la economía se desploma y la sociedad en la que queremos vivir cuando todo esto termine, comienza a difuminarse.
Es hora de tomar el toro por las astas y no atarnos a una ilusión de optimismo y de victoria, de la cual estamos muy lejos. Tampoco compararnos livianamente con otros países porque no tiene sentido. No hemos ni vencido ni doblegado al virus. Luego de más de 2 meses de aislamiento obligatorio, debemos definir un plan de salida que logre un balance adecuado entre los aspectos sanitarios, económicos, sociales e institucionales, protegiendo la salud, pero evitando que se profundice el deterioro socio-económico del país. La opción, como la plantean algunos, no puede ni debe ser cuarentena o muerte.
Exministro de Salud de la Nación