Coronavirus: que no nos mate la libertad
La pandemia del coronavirus enfrenta al mundo a un escenario inédito. Hubo muchas otras pestes, desde luego, y algunas de un poder letal muy superior a la que nos afecta ahora. La peste negra, que asoló a Europa a mediados del siglo XIV, mató, según se estima, a aproximadamente un tercio de la población de ese continente. La llamada gripe española, que apareció luego de la Primera Guerra Mundial, se cobró entre 20 y 40 millones de vidas. En nuestro país, en 1871 en la Ciudad de Buenos Aires, la fiebre amarilla tronchó la vida de más de 13000 personas de las menos de 200.000 que la habitaban en esa época.
Pero la pecularidad de la actual pandemia consiste en su carácter global y en las consecuencias que está teniendo: la virtual parálisis de buena parte del mundo. Con distintos grados de intensidad, casi todos los países han dispuesto medidas de aislamiento social para intentar aplanar la curva de contagios, en el entendimiento de que si los contagios se produjeran en un corto período los sistemas de salud carecerían de la capacidad de atenderlos adecuadamente.
Nuestro país, tras algunas vacilaciones de sus autoridades nacionales -en especial, la subestimación que hizo del problema el ministro de Salud, Ginés González García-, decidió hace aproximadamente un mes disponer una cuarentena severa. Es lo que aconsejaban los principales infectólogos. Por suerte, si bien los casos registrados han venido subiendo, no son ni remotamente de la magnitud que vemos en muchos lugares de Europa y especialmente en las últimas horas en la ciudad de Nueva York. De todas formas, el bajo nivel de testeos de la Argentina permite sospechar que los casos de contagiados son muchos más.
De cualquier manera el número de fallecidos es sensiblemente menor al de otras latitudes, tomando iguales espacios temporales desde que se produjo el primer deceso por el Covid-19 en los países más afectados del orbe.
Así, en el período que abarca los primeros 49 días, mientras nuestro país registraba 185 muertes, en España ese número se elevaba a 21.200, en Italia a 19.200, en Estados Unidos a 37.100 y en Alemania a 5.800, por poner algunos ejemplos. Siempre un muerto ya es de por si una tragedia, pero de lo que se trata es de evitar que el virus se lleve la menor cantidad de vidas posible.
Estos datos de realidad son demostrativos de que elaislamiento y el distanciamiento social están cumpliendo su objetivo. Vaya nuestro reconocimiento a la medida adoptada.
Ahora bien, las necesidades sanitarias se hallan en conflicto con las económicas. Un país no puede estar cerrado indefinidamente, porque las consecuencias serán todavía más devastadoras que las causadas por el coronavirus. Por lo tanto, es necesario mantener el confinamiento pero, simultaneamente, ir avanzando en la apertura gradual de ese cerco. Si este problema es grave en todo el mundo, en la Argentina lo es más aún, porque al inicio de la pandemia ya afrontábamos grandes dificultades. Los Estados Unidos pueden inundar de dólares a una economía en coma inducido y pagar por cierto tiempo los salarios de los empleados de las empresas que no trabajen; en nuestro país algo similar derivaría en una pavorosa hiperinflación.
Esas limitaciones obligan a actuar con mucha inteligencia. Tenemos que disminuir la tasa de aumentos de contagios mientras abrimos la economía. Nuestra única ventaja es que podemos aprovechar la experiencia de países que ya atravesaron el pico de la pandemia.
Las restricciones a los derechos de las personas deben ser transitorias y llevarse adelante en el marco del Estado de Derecho. La pandemia no puede ser un cheque en blanco para el Poder Ejecutivo ni puede significar extenderle un certificado de defunción al Congreso y al Poder Judicial.
Vengo sosteniendo desde el inicio que el Congreso puede y debe funcionar. Si los médicos, el personal sanitario, los periodistas y muchas personas que desarrollan actividades consideradas esenciales trabajan, ¿cómo va a estar inactivo el órgano que expresa de manera más eminente la soberanía popular? Los legisladores tenemos que sesionar en las condiciones de mayor seguridad. Si no es en el recinto del Palacio del Congreso, en otro lugar que asegure cierto distanciamiento; y, en último término, de manera virtual. Nada impide a esta altura del avance tecnológico que participemos de las sesiones desde nuestras casas. Muchos diputados de Juntos por el Cambio hemos presentado proyectos para que se modifique el Reglamento de la Cámara de Diputados con el propósito de habilitar esta modalidad.
Lo que es absurdo es pedirle permiso a la Corte Suprema para hacerlo, como acaba de hacer Cristina Kirchner a través de una acción declarativa de certeza. La Corte no responde consultas; emite fallos cuando le corresponde intervenir siempre que haya un caso correctamente planteado. Tampoco esta cuestión pertenece a su competencia originaria. Si el Senado no funciona es responsabilidad de su presidente, que no necesita permisos de nadie para cumplir con su deber.
Por eso resultan tan graves los tuits de la vicepresidente que descalifican por anticipado a la Corte y que señalan que esta puede hacer lo que quiera y que si no hace lugar a su demanda es por oscuros intereses. Más grave aún es lo que también en un hilo de tuits -luego retuiteados por la vicepresidente- expresó la Directora de Asuntos Jurídicos del Senado, Graciana Peñafort, y, según se dice, autora intelectual de esa curiosa acción declarativa. Después de hacer una ensalada de fallos y citas desopilantes, le dice a la Corte: "La historia de los pueblos se puede escribir con sangre o con razones. Es la Corte Suprema quien tiene que decidir ahora si los argentinos vamos a escribir la historia con sangre o con razones".
¿Qué significa esto? ¿Una amenaza a los miembros de la Corte? ¿Una incitación a la violencia? Ya mucha sangre corrió en la Argentina. Por eso, junto a otros diputados de Juntos por el Cambio denuncié penalmente a esa abogada por los delitos de incitación a la violencia colectiva, atentado contra la autoridad y amenazas colectivas agravadas contra los miembros de la Corte y el Procurador General.
La Corte, como no cabía esperar otra cosa, rechazó la demanda en forma unánime por los fundamentos que hemos mencionado. Sin embargo, sólo Carlos Rosenkrantz votó por el rechazo in limine, es decir, desde el inicio, sin tramitación ni mayores consideraciones. Los demás jueces, se embarcaron en largos fundamentos acerca de la atribución del Senado de dictar su propio reglamento y de sesionar de la forma en que este lo determine, lo que jamás había sido puesto en duda porque surge claramente del artículo 66 de la Constitución Nacional. Pero esas consideraciones le permitieron a la vicepresidente darse por triunfadora en una demanda que había perdido: kirchnerismo puro y duro.
La crisis obliga a acentuar la unión nacional. El doctor Alberto Fernández suele presentarse como el presidente de la unidad, pero no pierde oportunidad de formular comentarios que solo atizan la grieta. La unidad no puede ser en democracia, uniformidad. Quienes tenemos visiones distintas de las del oficialismo enriquecemos el debate y ayudamos a la toma de las mejores decisiones. Así, por ejemplo, la pandemia ha puesto entre paréntesis la evidente carencia de un rumbo económico del gobierno nacional, pero más temprano que tarde ese problema ha de reaparecer en el centro de la escena. Las señales que llegan desde la Casa Rosada no son alentadoras. Tratar a los empresarios de miserables, como ha hecho el presidente, es siempre una injusticia pero lo es más en estos momentos. Necesitamos estimularlos, no castigarlos, porque ellos crean riqueza y generan empleos genuinos.
No hay que "malvinizar" la pandemia. El recurso a la figura de la guerra es solo retórico. Haría bien el gobierno en no subirse a ese carro. Clausurar comercios y farmacias en grotescas puestas en escena de intendentes y funcionarios nacionales no es el camino para reanimar a la economía. Tampoco tensar excesivamente la cuerda con los acreedores financieros. La deuda debe ser renegociada, pero hay que evitar ese arraigado mal argentino que es echarle la culpa a los otros. El enorme aumento del tipo de cambio no oficial ocurrido en los últimos días revela que la desconfianza de los mercados se ha acentuado luego de la virtual declaración de default anunciada por el ministro de Economía (cuya única función parece ser el arreglo -o desarreglo- de la deuda externa).
Son horas de incertidumbre, de penurias, de desazón. No saldremos de este pantano con mentiras ni ilusiones vanas, sino con la verdad, por dura que sea, con esfuerzo y con el concurso de todos, incluidas las personas mayores a las que debemos ofrecerles todos los cuidados posibles, pero tratarlas sin inadmisibles paternalismos. Son ciudadanos plenos, muchos de los cuales mantienen una envidiable actividad. No merecen ser discriminados. Aún en medio de las acechanzas del coronavirus, nuestro sistema de vida, en el marco de la Constitución, se funda en la libertad.