Coronavirus. Las fronteras cerradas anuncian la profundización de los nacionalismos
Frente a una crisis mayor, no se ha visto una respuesta política equivalente de los gobiernos en el ámbito global
El coronavirus es el mayor desafío que enfrenta el mundo desde la Segunda Guerra Mundial, es decir en ocho décadas, como ha manifestado Angela Merkel. Desde la caída del muro y la disolución de la Unión Soviética, hace 30 años, la crisis global más importante fue la que se precipitó en Estados Unidos en 2008 por las hipotecas "subprime", que se globalizó y puso al mundo frente al riesgo de una prolongada recesión, como había sucedido en los años treinta del siglo pasado.
Entonces, el mundo reaccionó rápida y eficazmente. El instrumento político para eso fue el G20, integrado por 19 países del mundo y la Unión Europea (UE), los que en conjunto tienen 80% del PBI mundial, 70% del comercio internacional y dos tercios de la población. Es en este ámbito, integrado por las grandes potencias (Estados Unidos, China, Japón, Alemania, Reino Unido, Francia, India, Rusia), donde se gestó y coordinó la respuesta global que resulto eficaz: el incremento de la liquidez global a través de los bancos centrales y el fortalecimiento de las grandes instituciones financieras privadas.
Fue una estrategia criticada desde la perspectiva política, pero evitó la "gran recesión". Lo que había sucedido ochenta años antes a partir de la crisis de Bolsa de New York de 1929 era un ejemplo útil para saber qué es lo que no había que hacer.
Sin embargo, ahora, frente a una crisis mayor, no ha tenido lugar una reacción política semejante en el ámbito global.
El mismo G20, que fuera tan activo, estuvo ausente hasta dos meses después de la irrupción de la pandemia. Recién el lunes pasado hubo una teleconferencia a nivel de los ministros de finanzas y tres días después, otra de los líderes. Al cierre de esta nota estaba a punto de llevarse a cabo y no había grandes expectativas puestas en ella. Puede argumentarse que muchas cosas han cambiado en el mundo en 12 años y es cierto. Entonces, en 2008, la globalización era un fenómeno que generaba críticas, pero existía el consenso de que sus ventajas eran mayores que sus defectos.
Los líderes políticos, encabezados por el entonces presidente de Estados Unidos, Barak Obama, eran por lo general moderados, buscaban entendimientos y evitaban las confrontaciones. El mundo venía de haber contenido con bastante éxito el desafío que había significado la irrupción en el ámbito global del terrorismo fundamentalista suicida, con los ataques a las Torres Gemelas y al Pentágono, el 11 de septiembre de 2001. De esa generación de líderes, hoy se mantienen sólo dos en el poder: la jefa del gobierno alemán, Angela Merkel, y el presidente ruso Vladimir Putin.
Por lo general los nuevos líderes representan el nacionalismo, que es una corriente político-cultural antes que ideológica. Trump gobierna Estados Unidos; Xi Jinping, China; Modi, la India; Abbe, Japón; López Obrador, México; Erdogan, Turquía; Bolsonaro, Brasil; Johnson, el Reino Unido, y el príncipe heredero de Arabia Saudita ha sustituido de hecho a su padre en el liderazgo nacional.
No solamente el G20 hoy elude el protagonismo. La capacidad de la ONU para articular soluciones es más baja. El poder y el prestigio de los organismos financieros internacionales se han debilitado. La Organización Mundial de Comercio (OMC), que doce años atrás avanzaba, hoy retrocede. En la crisis, la Organización Mundial de la Salud (OMS), emite recomendaciones, pero sin efecto ejecutivo, cuyo cumplimiento queda al criterio de cada gobierno.
Como un hecho simbólico relevante, cada país fue cerrando sus fronteras en forma unilateral, incluso dentro de la misma Unión Europea. La pugna entre Estados Unidos y China por el liderazgo global no quedó atrás ante la amenaza común, sino que ésta se transformó en otro teatro de operaciones. Un funcionario chino dijo que el virus había sido introducido en Asia por las tropas estadounidenses. Trump respondió refiriéndose al coronavirus como "el virus chino". Ambos parecen competir para ver cuál de ellos llega a la ansiada vacuna que permita controlar la pandemia.
La conclusión es clara: frente a la mayor amenaza global desde la Segunda Guerra Mundial, la respuesta de los líderes mundiales se muestra no solo descoordinada, sino que además no aplaca la competencia y la pugna preexistente.
La cuestión ahora es qué rumbo tomará el mundo una vez conjurada la amenaza. ¿Volverá y se reforzará la globalización o se profundizará el retorno del nacionalismo, como se venía insinuando? Nadie lo sabe, pero quizás lo último sea lo más probable.
Director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría