Coronavirus. Europa se despereza en medio de grandes interrogantes
Ahora que las cuarentenas empiezan a abrirse, ¿qué cosas, de las que hacíamos antes, vale la pena retomar? ¿Y qué habrá cambiado en la cultura?
MADRID
La vieja Europa se despereza y, aunque dolorida y con achaques, sabe que le toca una vez más levantarse luego de un gran golpe. Con la "realidad ficcional" de las grandes ciudades desoladas, la región entera vio frenada no solo su actividad cotidiana sino también la esencia de las libertades democráticas que guían a la Unión Europea desde su creación. Se sabe ya que habrá transformaciones de todo tipo en el marco de lo que los economistas, en estos días, están llamando una "economía de lo necesario". ¿Qué de todo lo que hacíamos antes vale realmente la pena retomar ahora, y qué habrá cambiado definitivamente en la cultura en sentido amplio?
Podemos imaginar, por ejemplo, que ya no se va a viajar de la misma manera. La conquista casi compulsiva de más lugares y más experiencias en busca de la selfie perfecta podría mutar en un turismo un poco más relajado, menos concentrado en ciertos lugares emblema, más ecológico y vivencial. Por lo pronto, para el inminente verano europeo hay dos pronósticos: una catástrofe sin precedentes para el sector turístico con una grandísima pérdida de puestos de trabajo, una mayor dispersión de viajeros a destinos no convencionales más cercanos –sin viajes en avión– y la intención primordial de evitar concentraciones de gente. Se habla de volver al primer turismo familiar de los años 60, cuando el actual concepto vacacional comenzó a gestarse, mucho antes de la explosión de los aviones low cost, Google Maps y las filas en los museos. Ese cambio permitiría no llevar a cero el consumo turístico, pero se daría una clara redistribución de ingresos por zona y por sectores entre los diferentes jugadores del rubro, donde habrá muchísimos más perdedores que ganadores.
En cuanto a la gastronomía, la palabra mágica hoy en día es "aforo". Entonces, quien pueda equilibrar las cuentas para que su restaurante o bar reduzca su capacidad un 30 o 40% tendrá posibilidades de subsistencia. La nueva situación requiere menos mesas, en algunos casos mamparas, un sinfín de medidas de higiene y camareros con habilidad para la gestión del pánico. En España, país del que Rosa Montero dice que es "el líder mundial del codo en barra, con un bar cada 175 habitantes", ya se sabe que uno de cada seis bares no podrá volver a abrir. Actualmente, sin certezas, se habla de más concesiones urbanas para terrazas (mesas al aire libre) para mantener el distanciamiento social, el bendito control de aforo para interiores, la toma de temperatura a los clientes y hasta la fijación de tiempos máximos –media hora para desayunar o una hora y media para cenar–, como ha propuesto la Junta de Andalucía. Ahora bien, si lo que más atrae de los bares es su ambiente ¿a quién le gustará esta nueva y aséptica normalidad? Probablemente las reuniones caseras ganen popularidad ante semejante panorama en la vía pública, pero eso está por verse, porque sentarse en un bar a beber una copa con amigos debe ser uno de los deseos más fuertes por estos días.
En lo que toca a las experiencias en vivo, hay cambios inminentes en ferias del libro, encuentros, charlas o conciertos. En la industria musical, de las más sacudidas en las últimas décadas, está claro que estamos ante una nueva e importante transformación. Imposibles de imaginar los festivales estivales multitudinarios en toda Europa (cancelados o suspendidos todos ellos), por lo que algo habrá que hacer, habida cuenta de que el show en directo era la última de las fuentes de ingresos que persistía para la gran mayoría de los músicos, más allá del reverdecer del vinilo y el goteo de las descargas por suscripción. Por lo pronto, los pequeños conciertos y la escena local parecen ganar espacio frente a las masas danzantes. ¿Alguien puede imaginar un pogo masivo o un dive jump de una estrella del rock en la profundidad de sus seguidores en estos tiempos de paranoia y distancia física?
Más allá del apasionamiento mediterráneo, los países nórdicos no solo sacan pecho por condiciones cotidianas más relajadas apelando a la conciencia social de sus ciudadanos, sino que también se dan el lujo de iniciativas osadas en el consumo cultural. En las afueras de Aarhus, en Dinamarca, se organizó un concierto musical en vivo donde los asistentes siguieron el show desde el confort –y la seguridad sanitaria– de sus autos. Y en Ransäter, Suecia, se ha abierto un restaurante que tiene una sola mesa, para un solo comensal; la comida le llega en una cesta, sin contacto alguno. Habrá que estar preparados para más inventiva nórdica en la pospandemia.
En Italia, el permanente Ferragosto en el que han vivido las ciudades italianas parece descongelarse de a poco, y uno de los primeros rubros "no esenciales" a los que se les permitió reabrir hace unos días fueron las librerías. Ordenadas y pacientes filas de lectores enmascarados resultaron un bálsamo para el sector, pero también muchos propietarios manifestaron que aún no estaban dadas las condiciones para la reapertura. Para los libreros, el miedo se convierte en pánico porque esta crisis viene a sumarse a una ya preocupante situación previa, agravada en los países donde no hay ayuda oficial. En tanto Francia profundiza sus medidas para proteger a las librerías como a una especie en extinción (por ejemplo, por medio de exención de impuestos), en otros países como España reclaman medidas públicas mientras acaban de abrir, atendiendo clientes con cita previa y a razón de un máximo de un cliente por empleado. A pesar de que en las redes sociales se presenta la literatura como uno de los "vencedores" culturales del encierro, eso no se traduce en ventas. La discusión desde el inicio ha sido por qué una librería no fue considerada una "actividad esencial" –como una farmacia o un negocio de tabacos– cuando la literatura puede "acompañar, sanar y curar", de algún modo.
El único aplauso que se ha venido escuchando en los dos últimos meses ha sido el de cada noche, desde los balcones, dedicado a los trabajadores de la salud. Para volver a escuchar aplausos tras una representación teatral, el teatro deberá reconvertirse una vez más. Así como en el campo de la moda la ropa informal podría imponerse sobre cualquier tipo de vestimenta formal y las salas de cine podrían sufrir el último golpe que las borre del mapa (aunque en Alemania se han duplicado los autocines y a la gente poco le importa qué película se proyecta, el asunto es "ir al cine"), los museos deberán revisar sus condiciones de funcionamiento para evitar aglomeraciones. Como se ve, aventurar algún pronóstico sobre todos estos campos creativos es muy difícil. Habrá que ver de qué manera todos los consumos culturales y hasta la generación de servicios y contenidos se van a ver afectados.
Un gran dilema es cómo asegurar ingresos para los creadores de valor artístico, cuando la demanda y la oferta tradicionales serán escasas, cambiantes, pero además cuando para muchos sectores la ahora floreciente escena virtual requiere más trabajo además de mucho aggiornamiento. Esto es así para editoriales, centros culturales, festivales, compañías de teatro, productoras de cine: en todos los casos el mismo personal –y desde ya que hacen falta nuevos perfiles laborales– deberá desdoblarse para generar una oferta física y una digital, que aun sumadas podrían dar menor rédito.
En Europa queda claro que los Estados tienen un rol predominante en proteger el andamiaje social que acompaña las expresiones de la cultura, y ya van de a poco confirmándose ayudas paliativas para estos sectores. Pero es indudable que cada sector tendrá que aportar mucho ingenio, capacidad de reconversión y dinamismo para adaptarse a los nuevos tiempos. Porque es difícil pensar en consumos culturales cuando hay menos solvencia, las clases sociales se sacuden y el sistema todo –con más o menos capitalismo, con más o menos intervención estatal– se estremece en la incertidumbre. Mientras el grueso de la sociedad se concentra en la sanidad y la subsistencia, el riesgo es que la cultura como la conocemos pase a ser un lujo solo para privilegiados.