Dos pandemias que fueron y una que es
Una pregunta recorre el mundo: ¿Qué consecuencias tendrá la pandemia? El repertorio de respuestas es muy amplio. "La gente volverá a lo mismo que éramos", dice Fernando Savater. Es "un punto de inflexión como lo fue la Peste Negra", afirma Daron Acemoglu.
Lo cual invita a recordar las dos mayores catástrofes epidemiológicas que ha sufrido la humanidad para ver si, pese a la obvia diversidad de contextos históricos, hay acaso algo que nos puedan sugerir en función de sus efectos. Una es la mencionada por Acemoglu; la otra, la gripe de 1918/19.
Retrocedamos a la Edad Media europea. En el siglo XIII hubo un avance considerable de la agricultura. De resultas de ello, aumentó la población al mismo tiempo que las técnicas en uso agotaban la tierra, problema agravado por un serio enfriamiento climático. Es decir que se dieron las condiciones para una típica crisis malthusiana, a lo cual se sumaron varias malas cosechas que condujeron hacia 1320 a una gran hambruna. Se achicaron entonces las propiedades familiares mientras caían las rentas feudales y también las eclesiásticas (se estima que la Iglesia poseía un 15% de las tierras europeas) y cundía el malestar entre los campesinos, que comenzaron a rebelarse contra el vasallaje y los impuestos reales. La violencia se generalizó y las guerras se multiplicaron.
Este es el marco en el que en 1348 llegó a Europa desde China la Peste Negra o plaga bubónica. A ella se sumaron el tifus, la influenza y la viruela para provocar un verdadero desastre demográfico. Aunque las estimaciones varían, la mayoría de los historiadores coinciden en que, entre 1348 y 1350, deben haber muerto unos 25 millones de personas, es decir, alrededor de un tercio de la población europea. A esto hay que añadirle los 5 nuevos brotes letales que ocurrieron entre 1361 y 1400.
Como se advierte, primero fue el hambre; después, la guerra; y por último, la plaga. O sea que el fuerte retroceso ocurrido en ese siglo comenzó bastante antes de que se desatara la epidemia. Es más: esta frenó las guerras y su impacto sobre el comercio fue de corto plazo. Es en otra dirección que hay que dirigir la mirada.
En primer lugar, quedó diezmada la mano de obra, lo que indujo a muchos terratenientes a ofrecerles a los arrendatarios que les pagasen en dinero y no en servicios laborales para que no se fueran de sus campos. Esto no impidió, sin embargo, la ruina de una alta cantidad de ellos. Al mismo tiempo, crecieron los salarios de los artesanos y de otros trabajadores, todo lo cual le dio una nueva fluidez a la rígida estratificación social de la época.
Por otro lado, la Iglesia Católica no solo perdió buena parte de sus rentas sino que vio afectado su monopolio sobre la salvación de las almas pues numerosos fieles dejaron de creer en la bondad de un Dios todopoderoso. A la vez, se generalizó la violencia y "estalló una especie de locura colectiva" (J.M. Roberts). Una de sus manifestaciones fue la búsqueda de culpables, que llevó a los pogroms contra los judíos y a las hogueras donde eran arrojados los herejes y las brujas. Otra, la multiplicación de las rebeliones campesinas, que tuvieron sus puntos culminantes en la "Jacquerie" francesa de 1358 y en la Revuelta inglesa de 1381.
Pasemos a la gripe de 1918/19. Se inició en los Estados Unidos en el último año de la Primera Guerra Mundial, que la relegó como noticia. Además, curiosamente, los historiadores recién comenzaron a ocuparse de ella a fines de los 60. (Es también significativo que no haya repercutido en el mundo del arte, salvo el famoso "Autorretrato del artista con gripe española" del noruego Edvard Munch).
La mal llamada "gripe española" causó entre 25 y 50 millones de muertes, la mitad de ellas entre personas de 20 a 40 años de edad, en su mayoría hombres, y resultó mucho más mortífera que la Primera Guerra Mundial (unos 10 millones de desaparecidos). Sin duda produjo consecuencias pero, primero, es difícil aislarlas de las debidas a la guerra; después, operaron sobre procesos que ya estaban en curso; y finalmente, se extendieron en el tiempo.
Uno de los más significativos fue la aceleración del ingreso de la mujer al mercado de trabajo, que había cobrado fuerza desde comienzos de siglo debido al rápido crecimiento económico y al descubrimiento de los anticonceptivos, primero, y al reclutamiento militar de los varones, después. Es revelador que en los Estados Unidos, por ejemplo, obtuviesen el voto en 1920, cuando ya constituían una quinta parte del total de los trabajadores.
Otra no menos importante fue la acción de los gobiernos para mejorar los sistemas de salud y promover medidas de bienestar social. Aquí intervino nuevamente la guerra, que obligó a los países en lucha a expandir la administración pública para gestionar tanto la provisión de armas y municiones como de alimentos, ropa, equipamiento médico, maquinarias y combustibles. Así, el Imperio británico contaba con 18.000 camas de hospital en 1914 y con 630.000 en 1918. La pandemia le dio un renovado impulso a este proceso.
La creación de la Liga de las Naciones brinda testimonio de un esfuerzo por fomentar la cooperación internacional, que se reflejaría en la creación de la Organización de la Salud. Pero, sobre todo, con el triunfo de la Revolución Soviética de 1917 se generalizó la violencia en los países industriales debido a las luchas obreras por una mayor igualdad y a su represión, que en algunos lugares desembocó en el fascismo. A la vez, en la India, por ejemplo, se incrementaron las acciones anticolonialistas, ante la evidencia de que la gripe mató 10 veces más miembros de las castas bajas que de la población blanca residente.
Sacar algunas conclusiones de lo expuesto implica necesariamente partir de ciertas conjeturas acerca de la actual pandemia y de su futuro. Ante todo, así como la Peste Negra profundizó la crisis del orden feudal, el Covid-19 aparece cuando va quedando atrás la sociedad industrial que emergió hace más de dos siglos. Una posible enseñanza es que aquel orden no se extinguió súbitamente, como tampoco lo hará este. Es muy probable que la transformación no demande los más de cien años que se requirieron entonces pero el peso de las grandes corporaciones no disminuirá fácilmente. Téngase en cuenta que hoy 500 firmas generan 1/3 del PBI mundial y que las transacciones entre filiales de los mismos grupos económicos representa un 40% del comercio internacional.
Así como la Peste Negra profundizó la crisis del orden feudal, el Covid-19 aparece cuando va quedando atrás la sociedad industrial que emergió hace más de dos siglos
En contraste con el enfriamiento de la Edad Media, en la actualidad el calentamiento global amenaza destruirnos en unas décadas. Sin embargo, en los últimos 50 años se duplicaron las emisiones de dióxido de carbono y casi 2/3 de la energía mundial sigue siendo provista por el gas, el petróleo y el carbón. Más aún: acabar con los combustibles fósiles les supondría pérdidas de más de 100 trillones de dólares a sus productores y de ahí su encarnizada resistencia.
En el caso de las otras pandemias, hubo hambrunas, violencia, rebeliones y luchas. En este sentido, no es de buen presagio el colapso económico que hoy siembra desempleo y pobreza por el mundo mientras crece la concentración del ingreso y del poder político. Parece indudable que las manifestaciones de los sectores bajos y medios en las calles de Buenos Aires, Santiago, Beirut, Nueva York o París van a multiplicarse. El peligro cierto es la represión y el ascenso de las autocracias, tal como sucedió en el pasado.
Hay quienes imaginan que se expandirá la cooperación internacional. Ojalá sea así. Pero la rapidez con que se disiparon las ilusiones que despertó la Liga de las Naciones y el papel secundario que juegan ahora las Naciones Unidas o la inepcia de la Organización Mundial de la Salud no son buenas señales.
Nada indica que se detendrán las innovaciones técnicas, aunque queden al margen los menos educados y se profundice la brecha entre los países ricos y los países pobres
Si los estados no ceden ante los embates privatizadores del liberalismo económico, es razonable suponer que se producirán avances en los sistemas públicos de salud. Continuarán también los progresos en los campos del teletrabajo y de la automatización y nada indica que se detendrán las innovaciones técnicas, aunque queden al margen los menos educados y se profundice la brecha entre los países ricos y los países pobres.
Como vimos, el legado de las anteriores pandemias no fue alentador. Por eso, mis reflexiones sobre la actual han sido inspiradas por un deseo de alejar optimismos fáciles y de subrayar que sus consecuencias dependerán del esfuerzo que pongamos en luchar por sociedades más justas, igualitarias y democráticas. De lo contrario, el punto de inflexión al que aludía Acemoglu puede dejarnos donde cree Savater.