Coronavirus: diplomacia para el desastre
Ilan Kelman, uno de los mayores estudiosos del disaster diplomacy, señala que con ese tipo de diplomacia se apunta a reducir el impacto de las calamidades naturales y las generadas por el hombre. Establece que las catástrofes pueden inducir a la cooperación internacional y, por ende, a mejorar los vínculos entre naciones. Los desastres crean daños en las sociedades y generan vulnerabilidad en los países. La escala del desastre demanda un buen manejo interno de la emergencia y, paralelamente, la disposición a alcanzar una mayor colaboración externa.
El coronavirus es un desastre de grandes proporciones. En la dimensión doméstica, un notable consenso social y partidista impera al evaluar como ejemplar el manejo del gobierno frente a tamaño desafío. En la dimensión internacional, se podría empezar a desplegar la "diplomacia ante el desastre". El país podría buscar, con gobiernos de distintos continentes, que se coloque el énfasis en el carácter de salud pública del coronavirus y evitar así que se imponga el discurso de la seguridad nacional que algunos buscan instalar. El desplazamiento de una cuestión de salud a una de seguridad puede afectar negativamente la resolución de este desafío. El país podría también asociarse con diversas naciones y promover una ética de la precaución -no individual sino sistémica- para actuar sobre el miedo. Es indispensable destacar que esa ética puede contribuir a gestar valores alternativos e instalar la urgencia de superar el antropocentrismo, el individualismo a ultranza y la organización de la vida social a través del mercado.
Adicionalmente, la Argentina podría liderar la advertencia sobre la grave y masiva implosión social que se produciría frente al extravío descontrolado de la economía mundial. El G-20, en su cumbre virtual, se pronunció sobre el coronavirus y se comprometió "a brindar recursos de inmediato, al Fondo de Respuesta Solidaria COVID-19 de la OMS, a la Coalición para la Preparación e Innovación frente a Epidemias (CEPI), y a GAVI, la Alianza Mundial para Vacunas e Inmunización, en forma voluntaria." Esto es clave pero será insuficiente si no hay un gran compromiso económico masivo para proteger a los débiles, a los más necesitados, a las más afectadas. Y en ese contexto, la Organización de Naciones Unidas podría ser el ámbito para debatir, con los consabidos cuidados, sobre un asunto global que trasciende la división Norte-Sur, desarrollados-emergentes, Occidente-Oriente. En el año de su 75 aniversario Naciones Unidas debiera convocar una gran deliberación sobre los retos globales de la humanidad a partir del caso del coronavirus. Estamos ante un camino bifurcado: más de lo mismo será trágico, reformas sustantivas son indispensables pero políticamente condicionadas.
Una acción inmediata podría ser fortalecer los contactos con la comunidad científica mundial: la Argentina podría estimular aún más que sus epidemiólogos e investigadores se vinculen con redes de expertos de la región y del mundo. La búsqueda de una vacuna efectiva es esencial y también lo es la de los tratamientos. Habría que entrelazarse con grupos múltiples que operan en varios países que están en la frontera de los avances en la materia. En la región sería fundamental integrar a los científicos latinoamericanos para pensar y diseñar, con un horizonte más amplio, políticas preventivas compartidas. La geografía es un dictado inexorable que debe potenciarse positivamente para afrontar colectivamente catástrofes de alcance planetario.
En el mediano plazo la Argentina podría emular a China, que en 2018, creó el Ministerio del Manejo de Emergencias con una doble función interna e internacional. En épocas como estas, en las que se combinan severos problemas derivados del cambio climático y el abuso de la naturaleza con la reiteración de pandemias y los requerimientos de biodefensa, será fundamental contar con un área dentro del Ejecutivo capaz de enfrentarlos. Podríamos ser pioneros en este sentido.
Y en términos estratégicos es importante reconocer que se acelerará la declinación de Occidente y que el poder, el prestigio y la influencia vira cada vez más raudamente hacia Oriente.
El autor es director del Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la Universidad Di Tella