Coronavirus. Después de la pandemia, una inmensa oportunidad
Como argentino me pregunto, después de la pandemia: ¿esperaremos a ver qué pasa o diseñaremos lo que queremos?
Como consecuencia del coronavirus hemos cambiado. Ha cambiado nuestra forma de relacionarnos, la de adaptarnos a las circunstancias que nos plantea la pandemia para sobrevivir o nuevas formas de comprar y trabajar, entre cientos de otras transformaciones.
Cuando analizo porqué hemos cambiado me encuentro que esto ha sido por una situación proveniente de un estímulo externo que nos dijo: "algo tenemos que hacer", y llevamos a cabo una rápida gestión para facilitar nuestros procesos diarios en el nuevo contexto.
Este estímulo externo ha suscitado actitudes colectivas como el #YoMeQuedoEnCasa, fruto de una consciencia generalizada.
Esta consciencia tiene que ver con la capacidad del ser humano de reconocer la realidad y de relacionarse con ella. Se trata de percibir la identidad, naturaleza y circunstancias de algo que forma parte de la realidad y nuestra forma en que, después de reconocerla, actuamos: hay un virus que amenaza, por mi bien y del país me quedo en casa. Eso hicimos la inmensa mayoría.
Es precisamente la consciencia colectiva la que lleva a un pueblo, patria o nación a ser protagonistas de su devenir, de un futuro que permita garantizar el bienestar de sus ciudadanos. Porque los transforma en protagonistas de la historia y, cuando se descubren protagonistas, desempeñan el rol principal en la sociedad, que es la de ser eslabones de una cadena que tiene una misión particular: la de cuidarnos entre todos, porque me interesa y me importa que toda la cadena este sana, ya que el estado de un eslabón depende del estado de los otros.
Volviendo a la pregunta inicial, descubro que estamos ante una inmensa oportunidad. Es la oportunidad de no volver a la misma Argentina precoronavirus, sino de rediseñarla a partir de los aprendizajes que la pandemia nos dejó.
Entiendo la importancia de haber cambiado y sus aportes, sin embargo, siento que no es suficiente para rediseñar la Argentina postcoronavirus. Necesitamos animarmos a crear nuevas conversaciones, contextos y prácticas sociales que den lugar, no sólo al cambio de algunas cosas, sino a poder emerger con un estilo que nos pertenezca en lo personal y aún en lo colectivo.
Para ello necesitamos generar una consciencia colectiva que nos debemos los argentinos para ser mejores. Tenemos que tener la capacidad para percibir la realidad por la que atraviesa el país y reconocernos en ella para actuar en consecuencia y podamos erradicar los flagelos que nos acechan como nación más allá del coronavirus.
Entonces, aquí se presentan otras grandes preguntas: ¿Cómo percibir por ejemplo la pobreza infantil, que afecta a casi el 60% de nuestros niños? ¿El hambre, la desnutrición? ¿Qué más estímulos externos necesitamos para saber que no es un problema individual sino social? ¿En qué país queremos vivir?
Quizás en medio del coronavirus haya llegado el momento de comprometernos a transformarnos y no sólo a cambiar algunas cosas dentro del mismo modelo. Por citar un solo ejemplo, durante esta pandemia han sido cientos de empresas que han elegido comprometerse con la comunidad apoyando con infraestructura, logística, alimentos, con el fin de mitigar los efectos del coronavirus a pesar del contexto económico y financiero adverso que disminuía su rentabilidad. Acciones dignas de imitar. Aquí se abre la posibilidad de replantear las decisiones sobre la rentabilidad de cada empresa también haciendo foco en el impacto social que pueden generar. Se convierte en un gran beneficio tener en cuenta el desarrollo de la comunidad con acciones diarias que formen parte de su estructura organizacional.
Lo comparto porque personalmente me sucedió, como director de Fundación Dignamente, que estas decisiones de las empresas motivaron la aparición de nuevos inversores interesados en lograr rentabilidades sociales, como ser parte de nuestra organización para erradicar la desnutrición infantil en el norte argentino. Este tipo de decisiones, se originan porque algo se ha transformado, no cambiado. La transformación ya no nace con un estímulo externo, sino a partir de una elección interna que tiene relación con quien decimos que somos y cómo accionaremos dada nuestra visión de país en la cual deseamos vivir.
Anhelo a que podamos nutrir día a día la construcción de un consciente colectivo capaz de inspirarnos a no bajar nunca los brazos ante los efectos nefastos de la pobreza y a no sucumbir a las tentaciones del camino fácil o del encerraros en nosotros mismos, ya habiendo palpado de cerca en esta pandemia lo que significa que todos los eslabones de la cadena permanezcan sanos y de lo que eso influye en nuestras vidas.
Finalmente, al decir de Gilbert Chesterton, la alegría del feliz entre infelices es la alegría del sepulturero en la ciudad invadida por la peste.
Director Ejecutivo Fundación Dignamente